Resulta inquietante descubrir aspectos biográficos de una artista en el medio del silencio –ese silencio, que es paz y que también es, al fin, terror a la muerte- de la pandemia. La entrevista con Maia Mónaco es por videollamada, ahora tiene el fondo de su flamante disco, Raíz, y curiosamente la música se integra al silencio. Por el groove, por las maneras circulares, por los climas y los folklores –de una electro baguala a sonidos árabigos y mediterráneos- Maia se para en un sitio que linquea con el chill out, con cierta anacrónica new age a lo Enya y, acaso, con algunos atajos bailables de Juana Molina.

Está en su casa de Colegiales. El rostro en la pantalla tiene algo de Patti Smith. Habla con parsimonia y mientras refiere al disco, deja entrever una vida ajetreada. La seguidilla de personajes y temas que menciona es abrumadora: confluyen en su relato la nocturnidad de los ‘80 (¡Dalila y Los Cometa Brass!) con la militancia feminista dentro de trotskismo, las anarco-asambleas del 2001 con los cuencos tibetanos, el noise con la danza contemporánea, Andrei Tarkovski con el pulso frenético de Wos, su hijo menor: “No sabés el orgullo de madre que siento por lo que está haciendo”, dirá.

Además de Wos -Valentín Oliva-, es madre de Manuel, también músico. Los dos participan de Raíz. Las intervenciones son puntuales. El disco se despliega a lo largo de diez canciones introspectivas: Wos no rompe con el concepto y aporta en “Tao” un rapeo íntimo, calmo, y Manuel toca el cajón peruano en “Como el junco”. “Ellos eligieron los temas donde querían participar. Me emociona cuando Valentín rapea en “Tao” ‘la raíz que me envolvió, de donde mi ser salió’. ¡Habla del origen! Creo que algo tuve que ver. Cuando Valentín ganó la Batalla de Gallos Red Bull en el Luna Park en el 2017, y al recibir el cinturón pidió por Santiago Maldonado… guau. No te podés imaginar lo que sentí”.

Hija de teatristas, a los cuatro años la llevaron al Instituto Di Tella, vio un espectáculo de Iris Saccheri y quedó prendada a la danza contemporánea. “En casa ponía discos de música electroacústica y me encerraba a bailar en mi habitación. Después nos mudamos a Buenos Aires y entre los ocho y los diez años fui parte del Ballet de chicos para chicos del Museo Larreta. Por esa época, en cuarto grado, me amonestaron en la escuela porque me puse a bailar el Himno Nacional Argentino. Un día que vi la puerta abierta, me escapé y sentí, como nunca, qué es eso de la libertad. No me gustaba nada la escuela”.

Maia Mónaco dice que siempre hizo lo que quiso. Los padres, por ejemplo, no podían creer que, en el medio de la dictadura, empezara a militar en la izquierda. “Yo era muy chica. Sabían, porque me conocían, que no podían impedírmelo. Me metí en la rama feminista del MAS. Veo lo que está pasando ahora, y lo celebro. A mí me tocó una izquierda que era tremendamente machista. Llegué a detestar a los hombres. No fueron años sencillos. Empecé a estudiar sobre los matriarcados en las comunidades primitivas, y cómo fueron aniquiladas en pos del capitalismo. Todo lo que estudiaba lo compartía con mis compañeras en el colegio. Aprendí rápido a mentir y a callarme, porque en ese momento ciertas cuestiones eran de vida o muerte. Yo nací en La Plata, y tenía noticias de que estaba siendo arrasada y que los amigos de mis viejos, artistas y científicos, desaparecían o en el mejor de los casos huían al exilio. Vivía con un nudo en la garganta y años después entendí que cantar fue la posibilidad de sanar ese estrangulamiento”.

En democracia se reconvirtió: como ocurrió con tantos, las posiciones políticas dogmáticas fueron procesadas durante la eterna caravana de los ’80 en rutinas en apariencia más livianas. Con artistas de diferentes disciplinas formó una cooperativa para abrir Medio Mundo Varieté, una de los sitios más excitantes de una avenida Corrientes, que entre Callao y Ayacucho, definía un triángulo irresistible junto con La Verdulería y el Café de Agosto. “Medio Mundo era galería de arte, teatro, sala de recitales. En las trasnoches hacíamos el Dancing Varieté, una performance de comic teatral. Ahí éramos Dalila y Los Cometa Brass. También teníamos el ciclo llamado Banquete teatral, un delirio hermoso con el querido Batato Barea, Tortonese, Klaudia con K, Los Melli. Venían la Negra Poli y Skay, Andrés Ciro, Enrique Symns, Tom Lupo, Rafa Hernández, la Negra Vernaci. Yo además me encargaba de la prensa: escribía gacetillas a máquina y las repartía por los medios. Una vez estaba en casa, donde vivía con otros artistas, entre ellos Eduardo Cutuli, y escuché a la Vernaci decir al aire: ‘Ay Maia, te olvidaste el horario del recital’. ¡Salí corriendo al teléfono público, llamé y le pasé el horario en diez minutos!”.

En las antípodas del frenesí under, trajinó como pudo crisis personales que muchas veces estuvieron en sintonía con –o fueron causa de- crisis políticas. En el 2001 se involucró en las asambleas populares. “En un momento de defensas bajas, caí rendida. Somaticé mal, estuve muy grave. Salí de milagro”, dice. Viajó durante seis meses por la Patagonia, se radicó a la manera de un “exilio interior” en Valle de Punilla, Córdoba, vivió en el Delta del Tigre. Siguiendo una antigua admiración por Domingo Cura y Nana Vasconcelos, estudió percusión. En ese atajo musical conoció a Alejandro Oliva, hoy uno de los motores de la Bomba de Tiempo. “Es el padre de los chicos. Estamos separados desde hace cinco años. Nos llevamos muy bien”.

Hace años descubrió los cuencos tibetanos y los cuencos de cuarzo. Se interesó por culturas orientales e investigó instrumentos como el swarpeti, una caja de origen indio con una sonoridad similar a la del armonio. Empezó a improvisar ante el oído experto del productor Facundo Yalve, que también trabaja con Wos, y Raiz tomó forma. “Muchas sesiones, ensayos, y convocar gente. Con Facundo buscamos sonidos no procesados. Llamamos a Andy Elijovich para que hiciera los arreglos de cuerdas, agregamos un sitar, acordeón, percusión, batería, los cuencos, arpa de boca, tambor chamánico, tambor de agua, pezuñas… Estoy feliz. Pensé que era un puerto de llegada, pero ahora quiero continuar, seguir. No sé adónde…”

¿No sabés?

-No, no lo sé. La canción ‘Mujeres’ repite una sola frase, en latín, que como sabemos es una lengua raíz: Fémina libera. Mujer libre. Eso es lo único que sé: que soy una mujer libre. Siempre lo supe. Lo que venga después es incertidumbre. Ya ves lo que está pasando: no hay garantías.