Desde Caracas.“La operación antidrogas más grande de Occidente”, así fue llamado por Donald Trump el despliegue que hará Estados Unidos sobre el mar Caribe y Pacífico. El anuncio fue hecho por el presidente norteamericano escoltado por el secretario de Defensa, Mark Espert, el Fiscal General, William Barr, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Robert C. O’Brien, y el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley.
Se trató de lo que puede leerse como el tercer movimiento realizado en seis días en lo que busca ser el cerco definitivo sobre Venezuela. El primero ocurrió el jueves pasado con el ofrecimiento, anunciado por Barr, de 15 millones de dólares por Nicolás Maduro y 10 millones por Diosdado Cabello, acusados de narcoterrorismo.
El segundo fue la presentación el día martes del texto “Marco para la transición” anunciado por el secretario de Estado, Mike Pompeo en conjunto con el encargado de la operación Venezuela, Elliot Abrams. Allí el gobierno norteamericano planteó la estructura de transición con un Consejo de Estado sin Maduro y sin Juan Guaidó.
El tercero fue así el anuncio del despliegue antinarcótico, articulado con 22 países, con destructores adicionales de la Armada, barcos de combate, aviones y helicópteros, patrullas de la Guardia Costera y aviones de vigilancia de la Fuerza Aérea. “Duplicamos nuestras capacidades en la región”, amenazó Trump.
La operación no fue presentada como una medida exclusivamente contra Maduro -se hizo énfasis en los carteles mexicanos-, y tampoco se mencionó el bloqueo naval contra Venezuela que piden los medios y políticos que promueven la intervención en el país.
Sin embargo, la mención a Maduro fue central en tanto que amenaza contra EE.UU., que, según afirmó el gobierno, estaría agravada por la situación de pandemia donde los cárteles -entre los cuales figura el gobierno venezolano- buscarían aprovecharse para ingresar mayor cantidad de drogas al país.
La articulación de los tres movimientos en seis días conforma una escalada pública, que busca presionar sobre el cerco al gobierno -golpeando al conjunto de la población- de manera a que no parezca existir salida posible mientras Maduro esté en el poder.
Junto a las acciones públicas, se desarrollan operaciones encubiertas: intento de acciones militares en preparación contra diferentes objetivos -como mostró la confesión del ex mayor general Cliver Alcalá el jueves pasado- y ofrecimientos de rendición o de participación en el plan a cambio de millones de dólares y promesas a futuro.
El objetivo norteamericano se centra públicamente en que caiga Maduro. Según Abrams, encargado de detallar la propuesta post-derrocamiento desde el año pasado, luego de esa renuncia, el Partido Socialista Unido de Venezuela podría participar de un espacio de transición, y el mismo Maduro presentarse a elecciones.
La ecuación de fuerzas hecha por EE.UU. se basa sobre dos elementos centrales: la situación de pandemia y crisis global que afecta a Venezuela centralmente por la crisis petrolera, y la fragilidad interna que, según ese cálculo, debería darse dentro del núcleo de poder por esa situación económica, sanitaria, y por la amenaza norteamericana cada vez más fuerte.
La lógica de la escalada permite suponer que existirá un cuarto movimiento dentro de poco. La acción de asalto se encuentra en fase de ofensiva y cuenta con varios elementos a su favor, como son, un estado de excepción global provocado por la pandemia, la inexistencia de mecanismos latinoamericanos fuertes que puedan oponerse, y el apoyo de varios gobiernos, como el de Gran Bretaña, Alemania, Portugal, Brasil y Ecuador.
Este tiempo de la presión integral sobre el gobierno venezolano tiene sin embargo una desventaja para EEUU: no cuenta con un respaldo mayoritario en Venezuela, ni social ni político. La oposición abiertamente golpista y pro intervención se encuentra en minoría. La mayoría de los partidos y dirigentes se opone al bloqueo, a la injerencia, dialoga con el gobierno y plantea participar de las elecciones legislativas de este año.
Uno de los últimos en afirmar alejarse de la línea golpista fue Stalin González, cercano a Juan Guaidó, quien declaró: “guste o no guste el chavismo es una fuerza política, hay que buscar un espacio para hacer política (…) intentamos quebrar el poder de Maduro, pero Juan (Guaidó) no ha podido ejercer poder interno, perdimos la batalla”.
En esta nueva situación ya no existen intermediarios nacionales: se trata de los poderes norteamericanos en un avance sobre el gobierno venezolano, el proceso político chavista. Se está así ante un redoble en tiempos de conmoción global, donde EE.UU. es, justamente, epicentro de la crisis que combina la dimensión del coronavirus, así como la de la economía. Venezuela, en ese contexto, ha logrado contener, por el momento, un brote desbordado del virus y cuenta con mayor unidad política interna.
El próximo movimiento de cerco parece estar por llegar en tiempos breves. Venezuela se ha tornado el centro de la política exterior norteamericana para un Trump que se encuentra ante un escenario electoral mucho más incierto del que seguramente imaginaba hace semanas atrás.