Quizás haya otras prioridades, pero desde esta deteriorada trinchera periodística es momento de avisarle a ese puñado de pseudo artistas, títeres mediáticos, panelistas e influencers que traman recitales desde el living, ofrecen cadenas de lectura y tutoriales de autoayuda modo stand up: por mucho que se muestren conmovidos y empáticos, lo que ustedes están haciendo no es solidario.

En principio, dejen de preocuparse por nosotros. Sepan que de este lado de las pantallitas somos muchos los que, antes que ver por WhatsApp a los nuevos asesinos de Lennon cantando “Imagine” (ahora conocido como “Supón”), preferimos autoflagelarnos mirando el minuto a minuto de…bueno, no, tampoco. Pero entiendan, si todavía están a tiempo, que no es justo someter a millones de personas a escarnios auditivos o visuales con la excusa de “concientizar” sobre el coronavirus. Ya tenemos suficientes exhortaciones a quedarnos en casa. Ustedes activan, en gente probadamente sedentaria, ganas de salir a correr y no parar hasta enfrentar a la gendarmería en la frontera con Brasil.

Aunque con menor carga viral, la inquietud se hace extensiva a otros voluntaristas muy talentosos que, en estos días aciagos, invaden nuestra vida aislada con más contenidos culturales, artísticos y educativos de los que podríamos consumir en cuatro vidas. Respetuosamente les decimos: nosotros también tenemos derecho a aburrirnos, aunque sea un rato.

¿Por qué se les ocurre que sufrimos la necesidad imperiosa de “entretenernos”?

¿Será que intuyen que los seres humanos no somos capaces de vivir con nosotros mismos, de reservar un espacio para la introspección, de quedarnos, así, sin más, esperando que la peste nos dé una tregua para volver a respirar el hermoso aire viciado de antes?

Esa voracidad por “cultivarnos”, por “divertirnos”, por “enseñarnos”, por “llenarnos” las 24 horas, es inherente, claro, a la pulsión vital del “sistema” (palabra muy gastada que amerita una nueva lectura desde que Silicon Valley tomó la posta), que encontró en el eufemístico verbo “compartir” la garantía para que jamás dejemos de consumir. Pero esta no es una columna anti Black Mirror.

Se trata, apenas, de una invitación a mitigar los efectos del bombardeo. Porque la oferta sería interesante si se la pudiera dividir en partículas moleculares. Pero se vuelve abrumadora en el acumulado diario. Al notición de que se pueden descargar 200 títulos de un festival noruego de cine documental se le suma el video pedagógico de Alejandro Lerner, que se superpone con el link desde el que se ofrece una lectura en cadena de poetas de 27 países del mundo.

Se podrá decir que el ser humano es libre para elegir y para desechar. Un hermoso placebo metafísico. El que sostiene eso seguro no tiene WhatsApp ni recibió jamás, de cinco grupos distintos, el enlace a la canción que Bono les dedicó a las víctimas del coronavirus.

Frente a este arsenal de consuelos culturales inducidos, dejamos para el final un reconocimiento a Netflix: nos preparó para esto y siempre nos trató como si viviéramos en cuarentena.