“En Nueva York, París, Londres, ya no se puede salir a la calle o ir a una fiesta sin encontrar un grupito vestido con el punk chic. La lujuriosa revista Harpers & Queen hace en junio un informe sobre el punk (los trata de marionetas, pero llena seis páginas con ellos). El punk está en las vidrieras de las cadenas Macy’s, de Estados Unidos”, escribía ¡en 1977!, el joven periodista Juan Carlos Kreimer, uno de los primeros cronistas que relató, desde el lugar de los hechos, la explosión punk en Inglaterra, en su ya clásico libro Punk, la muerte joven: “Sólo falta que la reina salga de Buckingham Palace y diga la palabrita prohibida de cuatro letras”. Un estilo que excedió al género musical ya desde sus comienzos, así fue (es) el punk. El 8 de abril es una fecha que vuelve a unir los destinos de dos personas que digitaron ese estilo que trasciende tiempos y fronteras, ya que en esta fecha se conmemora el aniversario de la muerte de Malcolm McLaren, el mismo día que Vivienne Westwood sopla las velitas, en este caso, por sus jóvenes 79 años.

Vivienne Isabel Swire nació el 8 de abril de 1941 en el pequeño pueblo de Tintwistle, condado de Derbyshire, Inglaterra. En 1958, su familia se mudó a Londres, donde la joven se convirtió en maestra de primaria, se casó y tuvo un hijo con su primer marido, Derek Westwood. En 1964, Vivienne conoció Malcolm Edwards, compañero de su hermano menor en la Harrow Art School, y poco tiempo después se mudó con él a un piso de protección oficial en Clapham, Londres. Hoy es una de las más reconocidas diseñadoras de moda del mundo, con un recorrido que incluye una retrospectiva de su obra en el Metropolitan Museum de New York, en 2013.

Malcolm Robert Andrew Edwards nació el 22 de enero de 1946 y fue criado principalmente por su abuela Rose, una simpática y bohemia exactriz frustrada. Según cuentan las crónicas, la señora fue por demás indulgente con el pequeño Malcolm, cosa que lo convirtió en un joven incontrolable, expulsado de múltiples establecimientos educativos. El encuentro con la hermana mayor de su amigo de la escuela de artes (¡una mujer casada y con un hijo!), hizo que su vida cambiara para siempre. Más adelante, haría sus primeros pinitos como mánager de artistas en una fallida experiencia con los New York Dolls y, finalmente, sería conocido mundialmente por su participación en la creación, tutela y polémico acompañamiento de los Sex Pistols. Lo que viene después es historia conocida. Murió de cáncer, el 8 de abril de 2010.

En 1967, Westwood quedó embarazada de McLaren. La abuela Rose les dio cien libras para que ella se practicara un aborto. En su lugar, la muchacha decidió comprarse un conjuntito de cachemira. Unos meses más tarde, nació Joseph y, poco tiempo después, el exestudiante de arte interpelado por las ideas del situacionismo de Guy Debord y la joven que se iniciaba en el mundo del diseño de la moda se convertirían en los regentes de un negocio que fue cambiando de nombre. Primero fue Let It Rock, después Too Fast to Live Too Young To Die y finalmente SEX. En un principio se vendían toda clase de objetos vintage como discos de rock de los años '50 y todo tipo de bagatelas y memorabilia; con el tiempo, se convirtió en la meca del estilo punk: amplificador de una ideología y unos modos de hacer que todavía resuenan en el presente. Allí, cada una de las partes de esta dupla pudo ensayar, desarrollar y utilizar de laboratorio vivo, un espacio que excedió de manera insoslayable a la simple tienda de ropa.

Para cuando un jovencísimo John Lydon de cabello teñido de verde y vestido con una remera con el logo de Pink Floyd sobre la que él mismo había garabateado la palabra “ODIO” se apersonó en la tienda de ropa SEX, Westwood y McLaren llevaban ya un largo recorrido en aquello de crear una estética que los distinguiera y en la que fueron delineando los postulados de un pensamiento que los diferenciara entre la juventud londinense. La pareja se había conocido a mediados de los '60 y ya desde esa época había comenzado un derrotero que terminó por posicionarla como la dupla más controversial, creativa y escandalosa del Chelsea setentista. La emblemática tienda de King’s Road 430 funcionó desde entonces como usina estética, cuartel general de pensamiento y centro de aprovisionamiento para todo aquel o aquella que quisiera hacer un manifiesto contra el sistema desde la propia indumentaria.

Descosidos, agujeros, rotos, lurex, tachas, cuero, ropa pintada, cadenas y candados se exhibían como la punta de lanza de un ideario que buscaba transgredir desde la forma, confrontar desde lo más habitual e inmediato, instalarse como vehículo de discusión y escándalo: un escaparate a la vez que una patada en los dientes y un llamado de atención para tantos y tantas que encontraron en ese ámbito una entorno que los contenía y los repelía a la vez.

Con la provocación como bandera, estos dos artífices de la escena punk no necesitaron subir el volumen de ningún amplificador para hacer oír sus ideas. Precursores del do it yourself y de la utilización del pasado deformado, subvertido, masticado y vomitado, Westwood y McLaren fueron sin dudas quienes diseñaron una estética (y una ética) que al día de hoy todavía sigue vigente. El punk ha muerto. Dios salve al punk.