La niña está parada frente a la cámara de TN 23 de Guatemala. Empieza el relato llorando y continúa gritando. “Fueron tantos años que estuve internada en esa casa hogar, y fue mucho el daño que nos hicieron. Nos pegaban y nos violaban las mujeres y los hombres. Ellos nos embarazaron.  A veces nos tiraban el semen en la cara. A mí me obligaron a abortar a los 13 años, y tengo un hijo ahí que no sé cómo está.” La niña madre estuvo varios años alojada en ese centro de tortura física y sexual llamado “Hogar Seguro Virgen de la Asunción”. Sus palabras contagian la misma desesperación que llevó a otras chicas como ella a amotinarse para ser vistas, para ser escuchadas. 

La hoguera fue un 8 de marzo, cuando recordamos a trabajadoras quemadas vivas por protestar por sus derechos. Lorena Cabnal, maya xinka, integrante de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario nos dice: “En el amanecer de este 12 de marzo hay un registro de 43 niñas que hemos nombrado como víctimas del `femicidio estatal`, porque fueron niñas calcinadas por la misoginia expresada en tanta negligencia institucional, en tanto poder patriarcal en las instituciones, que define a los cuerpos de las niñas como sus propiedades, y define qué es lo que según su interpretación de poder, pueden resguardar. Y el resguardo es siempre bajo fuertes castigos que se imponen a las niñas que se rebelaron, frente a los malos tratos vividos”.

Memorias de dinosaurio

Uno de los microrrelatos más breves, realizado por el escritor Augusto Monterroso, dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Años después, el dinosaurio sigue allí, recordando que al horror le gusta caminar sobre sus propias huellas. 

Los pueblos que habitan Iximulew, Guatemala, están entre los más castigados del continente, por una sucesión de genocidios colonizadores y “disciplinadores” que multiplicaron las masacres y se ensañaron con las mujeres, desde un poder violento racista, misógino y patriarcal. Los jóvenes de H.I.J.O.S. Guatemala van hilando sus historias individuales y colectivas, y desde esas miradas afirman: “Hoy como ayer, el castigo a la disidencia y resistencia al sistema que impone la lógica del capital es el miedo, el terror, y la hoguera. Hoy niños y niñas incinerados vivos, ayer fue Masacre en la Embajada de España, comunidades arrasadas, crímenes del Ejército; hoy violencia y esclavitud sexual de niñas, ayer Sepur Zarco; hoy niños secuestrados a sus familias; ayer hijos de masacrados esclavizados por oficiales y soldados del ejército genocida. Vivimos la continuidad de un Estado controlado por las élites económico-militares que turnan a sus delegados en el poder, para mantener bajo control a las clases populares, mediante la dosificación del terror, según le convenga”.

La masacre en la embajada española en Guatemala sucedió el 31 de enero de 1980, en la dictadura de Fernando Romeo Lucas-García, cuando la policía invadió la embajada, y asesinó a 37 personas que habían ingresado en ella para denunciar la violencia que sufrían en los territorios, incendiándolas con fósforo blanco. El caso de Sepur Zarco es emblemático. Se trata de la denuncia realizada por 15 mujeres indígenas q´eqchi, abusadas sexualmente y explotadas laboralmente luego del asesinato de sus esposos, en 1982, en el marco del conflicto armado. El coronel Esteelmer Francisco Reyes Girón, y el ex comisionado militar Heriberto Valdez, fueron encontrados culpables de esos delitos el año pasado. Estos antecedentes se vuelven muy importantes para pensar lo vivido por las niñas. La violencia sexual sistemática es un modo de actuar del poder, y constituye un crimen de lesa humanidad. El incendiar a quienes podrían dar testimonio, es parte del “modus operandi”  silenciador. 

La rebelión de las niñas 

Lorena Cabnal nos dice que la rebelión de las niñas tiene sus razones. “Fue una rebelión por demanda de amor, de salud, de educación, por los malos tratos, por la violencia sexual que están viviendo. Son niñas de varios departamentos de Guatemala, y hay cuatro de Honduras y Nicaragua, que estaban allí bajo resguardo y protección del estado guatemalteco, porque son migrantes.” En la declaración de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario, se relata: “Niñas provenientes de familias empobrecidas, algunas también indígenas de varios departamentos a nivel nacional, con historias de violencia sexual, abortos forzados, embarazos por violencia sexual, trata, huyendo del reclutamiento forzado de las maras, o que el crimen organizado había cooptado a falta de oportunidades para una vida digna. Desde este feminismo comunitario que es territorial, expresamos nuestra rabia e indignación ante los hechos de grave violencia que se suscitaron desde el día 7 de marzo que conllevó la fuga masiva de 50 niñas, quienes fueron “recapturadas” por la Policía Nacional Civil y que para el 8 de marzo se encontraban hacinadas en un solo salón sin comida, sin poder asistir al servicio sanitario, sin bañarse como parte del castigo impuesto por las autoridades del lugar”.

Aura Lolita Chávez Ixcaquic, lideresa del Consejo de Pueblos K’iche’ por la Defensa de la Vida, Madre Naturaleza, Tierra y Territorio (CPK), que integra la Red de Sanadoras Ancestrales, transmite con vehemencia el dolor y la rabia de su pueblo y llama la atención: “Hay que cuidar a las sobrevivientes, porque las van a culpabilizar de lo sucedido. Ya lo están haciendo. Querrán silenciarlas de cualquier modo. ¡Son niñas! Guatemala se está volviendo un gran centro de tortura. ¡El mundo tiene que actuar ahora para evitarlo!”.

Sildy Michell Gómez Lima, del pueblo xinka, del departamento de Jalapa, nos comparte un testimonio desgarrador: “Yo tengo una relación muy fuerte con una de las niñas sobrevivientes del Hogar Seguro. Ella escapó el 22 de diciembre del 2015, después de estar seis meses en lo que llama `El Infierno`. Cuando la conocí me contó su experiencia. Me dijo que cuando entró, el monitor que la recibió le dijo: ‘Bienvenida al infierno’. Los días posteriores los describe como tortura. Había niños que habían llegado de formas distintas. Algunos quedaron sin sus padres, porque migraron por la pobreza extrema a Estados Unidos. Otros niños y niñas habían sido dizque rescatados de la trata de personas y la esclavitud sexual, pero ahí encontraron algo peor. Me contó que los monitores abusaban de las niñas. Obligaban a los más grandes a abusar sexualmente de los más pequeños. Hay escenas muy fuertes, como que les gustaba dejar el semen en la cara de las niñas de 6, 7, 8, 9,  10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17 años. También me contó que la comida que les daban estaba por lo general en mal estado. Cuando no accedían a las violaciones sexuales, les pegaban y eran sometidos a ejercicios bruscos, como ejercicios militares. Ella escapó el 22 de diciembre. Llegó el 24 de diciembre a su lugar de origen, Santa Rosa, pero después de los traumas y la tortura sistemática que vivió adentro del hogar, sentía que una parte de su personalidad había quedado dentro de esas paredes, junto con sus compañeros con quienes soñaba poder escaparse. Tenían el sueño de alquilar un cuarto entre tres o cuatro niñas y niños, cosa que no se pudo. Ya tenían tres intentos de escaparse, pero los capturaban. Se escapaban a veces entre 25 o 30. Antes de salir hicieron un motín, las capturaron, las volvieron a ingresar. Entonces ella se escapó ya no junto a las demás. Cuando fue a una audiencia a la Procuraduría de la Niñez se le escapó a la trabajadora social.  Así es cómo es una de las sobrevivientes, porque si no estaría también ahí adentro, quemada”.

Finalmente nos hace un llamado doloroso: “Las que estamos aquí, somos las sobrevivientes de las niñas que quedaron allí. Seremos la voz que fue silenciada para ellas. Nosotras somos mujeres que soñamos, que queremos un mundo libre de violencias hacia las niñas y niños. Vivimos en un mundo adultocentrista, donde no se escucha a las niñas y niños. Pedimos, gritamos, exigimos, que nos escuchen, que no nos dejen aquí. Que ya basta que callen a las niñas y a las mujeres. Somos mujeres tejedoras, sanadoras. Creemos en la Madre Naturaleza y en su justicia. No queremos morirnos por la pobreza extrema, sin realizar nuestros sueños, sin poder vivir algunos de los tantos que tenemos”. 

Una mujer ixil, Mat Ceto, nos relata: “Quiero contarles lo que está sucediendo en el INACIF, el Instituto Nacional de Ciencias Forenses. Nosotras estamos apoyando a las familias en acompañamiento psicológico. Hay mucha desesperación y frustración de las familias. A las 5 de la tarde vamos a estar junto a una amiga de una de las niñas que falleció en este lugar. Una niña que no tiene ningún familiar. Vamos a acompañarla, y luego vamos a pedir ayuda para el entierro”.

Sildy denuncia también: “En mi acompañamiento al caso de Rubí, pudimos percatarnos de la ineficiencia de las instituciones. Rubí después de estar en este Hogar regresó a su casa. En su certificado es nombrada como William Prado López. Al salir de acá, ella afirmó ser Rubí y empezó a sufrir discriminación de género en el pueblo donde vivía. Fue abusada sexualmente por ocho hombres. Luego escapa de ahí por la estigmatización y viene a la Capital. Empieza a trabajar en una pensión en la zona 11 donde contratan a niñas y niños para la explotación sexual, aunque se disfrazan de comedores. La mamá de Rubí coloca un alerta Alba Keneth. Cuando un niño desaparece, se activa rápidamente el alerta y se supone que se cierran las fronteras para que no los saquen. La policía recuperó a Rubí -llamándola William- a los tres días, pero no le dio parte a la mamá. La llevaron al Hogar Seguro, y ahí se quedó por seis meses sin que su mamá lo supiera”.

Son relatos de niñas y niños que el poder considera descartables. Si antes eran vistos como amenaza, ahora lo son. En sus cuerpos con rabia, llevan las pruebas de los malos tratos recibidos por los funcionarios estatales. 

La Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), confirmó que 9 niñas sobrevivientes, que fueron llevadas a la Casa Hogar Quetzaltenango, están embarazadas. Es un secreto a voces: el “Hogar Seguro” es un nodo de las redes de prostitución y de trata. También lo son otros hogares. Mientras las cúpulas religiosas, junto al estado y al gobierno de Guatemala, siguen negando a las mujeres el derecho a decidir sobre sus cuerpos, y penaliza a quienes lo hacen, fortaleciendo las prácticas clandestinas en las que muchas mujeres mueren, no se preocupan de la violencia sexual que deja a niñas embarazadas, o que les realizan abortos con el solo fin de que no queden pruebas de dichas violaciones. El cinismo del fundamentalismo religioso no tiene límites. Las redes de silenciamiento pueden más que el compromiso con la Justicia. Son muchos los intereses en juego.

Informa la PDH que en el 2016 trasladaron al Ministerio Público las denuncias recibidas por abusos cometidos contra niñas y niños entre 2012 y 2016. El Juzgado Sexto de la Niñez emitió una orden  para que se investigara a cuatro monitores del Hogar, señalados como agresores. La Secretaría de Bienestar Social interpuso un amparo para que no se hicieran esas investigaciones. La coordinadora de esa Secretaría... es la esposa del presidente Jimmy Morales. Parecería cerrarse el círculo de las malas razones. 

Paula Barrios, directora de Mujeres Transformando el Mundo, solicitó el año pasado por medio de un amparo que se cerrara el Hogar Seguro. Recién ahora una Sala de Apelaciones la citó. La abogada reclama que sigue sin conocerse si se está investigando la denuncia que presentaron por la desaparición de al menos 200 niñas desde el 2012.

Dice la agrupación H.I.J.O.S. Guatemala: “Es evidente luego de todas las denuncias de sobrevivientes del hecho, que existió una estructura mafiosa que montó un esquema criminal de trata de personas, esclavitud sexual, abuso de niñas y niños, amparados en el poder del Estado. Estos hechos constituyen de por sí crímenes de lesa humanidad, por lo que demandamos a organismos y entidades nacionales e internacionales de DDHH: 

  • Acciones inmediatas para proteger a las niñas sobrevivientes, y que se exija al Organismo Judicial se les trate en calidad de testigos protegidos para una obligada investigación sobre trata y abuso de niñas y niños y crímenes contra la humanidad.
  • Garantizar a sobrevivientes el debido cumplimiento de sus derechos, así como los cuidados y protección correspondientes a los hechos traumáticos que sufrieron.
  • La creación de un observatorio multilateral, para garantizar que estos crímenes no se sigan cometiendo, en este mismo momento, ni se perpetúen.
  • Acción Judicial inmediata para preservar información forense en las escenas del crimen y la detención preventiva de los responsables de los hechos denunciados, bajo la presunción de femicidio.”

La guerra vivida en Guatemala, y el poder que surge de la misma, golpea especialmente a los pueblos originarios, y se ensaña con las mujeres. Durante la dictadura, la Secretaría de Bienestar Social fue utilizada como dependencia para adopciones ilegales de niños y niñas afectador por el conflicto armado. Niñxs secuestradxs en las comunidades por el Ejército, que en algunos casos fueron dados en adopción con la complicidad de jueces, y en otros fueron llevados al extranjero. Guatemala es también uno de los países con mayor índice de feminicidios. Sólo en el 2016 hubo más de 600. Un informe del Fondo de Naciones Unidas para la infancia (UNICEF) reportó que en el 2016 cada día al menos 33 niñas/os y mujeres son captados por las redes de trata de personas y alrededor de 48.000 personas son víctimas de la trata. 

Concluye Lorena Cabnal con un pedido de justicia: “Como feministas comunitarias nos hemos unido con varias organizaciones hermanas para hacer una convocatoria de amor, espiritual, política, territorial, feminista. Hemos hecho un llamado a unirnos para reclamar justicia para estas niñas. Sabemos que el estado nación colonial es un estado patriarcal, fallido, pero es responsable de esta situación. Sabemos que no resolvemos con el estado actual, por eso estamos luchando las feministas en el mundo, junto a otras organizaciones plurales, para transformar este sistema de muerte. Es importante seguir acuerpándonos, rompiendo las barreras impuestas por estos modelos de estados naciones coloniales que someten, se apropian de nuestros cuerpos, de nuestros placeres, de nuestras vidas. Es posible revitalizarnos entre nosotras. Es posible hermanarnos, levantar el cuerpo y el espíritu, junto a las sabidurías de las mujeres, con otras manifestaciones corporales, para seguir tejiendo las posibilidades emancipatorias tan necesarias”.

En una concentración el sábado 11 de marzo en Guatemala, se leen carteles: “Mi cuerpo es mío ¡no se quema! ¡no se viola! ¡no se mata!”, “No fue un accidente ¡fue una ejecución!”. En el piso se ven muñecas, con los nombres de las niñas. Velas. Todo es dolor. Thelma Pérez y Lolita Chávez, de la Red de Sanadoras Ancestrales, encienden el fuego sagrado de la resistencia frente al Palacio Nacional. En las embajadas de Guatemala en otros países, arden fuegos que demandan justicia. Lolita Chávez exige el levantamiento de los mundos: “Estamos acá, expresando nuestras voces colectivas. Estamos acuerpándonos ante la tragedia, el dolor. Caemos pero nos volvemos a levantar, porque somos mujeres que tenemos dignidad, fuerza y energía. El Estado de Guatemala es un estado femicida. No queremos que este crimen de lesa humanidad quede impune como otros crímenes que hemos vivido. No es la primera vez que denunciamos torturas, masacres, violaciones sexuales sistemáticas a nuestro cuerpo de mujer. Denunciamos a este estado represor, genocida y racista. Nos levantamos juntas. Les pedimos a nuestras ancestras que nos den valor. Les pedimos a quienes nos escuchan, que por favor no silencien este crimen de lesa humanidad de Guatemala. El Estado de Guatemala debe tener la sanción de otros estados. Por favor, que los pueblos no nos ignoren. No somos personas de otro rango. Tenemos derecho a vivir dignamente. No se vale que porque las calcinadas son niñas indígenas, el mundo nos ignore. Les pedimos el levantamiento de los mundos”.