Bobby Riggs estaba convencido y quería demostrarlo a toda costa: los hombres eran mejores que las mujeres y eso no podía cambiar. Quince años después de su retiro como tenista, etapa en la que conquistó Wimbledon en 1939 y fue considerado el mejor del mundo a principios de los ‘40, ya se había transformado en una persona excéntrica, mediática y provocadora, con una fuerte pulsión por los comentarios sexistas.

“Las mujeres estadounidenses son las más privilegiadas y todavía no están satisfechas, quieren más; hay que pararlas ahora mismo", aseguraba. Y, entre otras cosas, también solía declarar que debían estar en la cocina, el lugar de la casa al que creía que pertenecían.

En 1973, con 55 años y en pleno afán por exhibir la superioridad masculina en el tenis, Riggs lanzó un desafío para la historia: retó a Billie Jean King, por entonces número uno del planeta, a enfrentarse en un partido que, con el correr del tiempo, quedaría grabado en la memoria colectiva del deporte y significaría un punto de inflexión en la lucha por la equidad de género.

En aquel momento las mujeres ganaban alrededor de ocho veces menos que los varones y King, una activista incansable por los derechos de las mujeres, aceptó disputar el encuentro porque supo que sería una oportunidad inmejorable para expresar sus ideas y promover una pelea iniciada años antes: establecer las bases del circuito profesional femenino.

Riggs ya había jugado meses atrás con la australiana Margaret Court, una de las mejores de la época, a quien había superado 6-2 y 6-1 en San Diego. Por eso, optimista, durante las semanas previas al choque ante King se dedicó a mostrarse rodeado de modelos para exhibir su faceta machista sin tapujos. "Quiero probar que las mujeres son malas y apestan”, disparaba en los actos de promoción del partido.

La denominada Batalla de los sexos, un espectáculo que paralizó al mundo, se disputó el 20 de septiembre de 1973 en el Astrodome Arena de Houston y tuvo una relevancia pocas veces vista en los anales del deporte: en el estadio hubo más de 30 mil personas -incluso hoy es uno de los partidos de tenis con mayor asistencia de todos los tiempos- y la audiencia por televisión superó los 50 millones de espectadores.

King sacó a relucir todas sus cualidades y aplastó a Riggs por 6-4, 6-3 y 6-3. Aquella victoria sería crucial en la pelea por la igualdad de oportunidades, dado que convenció al planeta de que las mujeres podían triunfar en el deporte de la misma manera que los hombres. El primer impacto no tardaría en llegar: ante la amenaza de boicot por parte de la tenista norteamericana, el Abierto de Estados Unidos de ese mismo año se convertiría en el primer torneo de Grand Slam que repartió el mismo premio en metálico para hombres y mujeres.

Desde aquel momento, sin importar sus logros deportivos, King emergió como abanderada del feminismo y activista en la pelea por la libertad sexual, ya que sufría en su interior por mantener una relación homosexual clandestina mientras pensaba cómo romper su matrimonio. No asumiría su lesbianismo hasta 1998, cuando ya era un ícono mundial en las causas por la paridad de género.

Durante su carrera como tenista acumuló nada menos que 129 títulos de singles y un total de 39 trofeos de Grand Slam: 12 de singles, 16 de dobles femenino y 11 de dobles mixto. Además, como si todo aquello fuera poco, impulsó la creación de la Women's Tennis Association (WTA). "Gracias a lo que conseguimos entonces, las mujeres empezaron a ser valoradas por su talento y no por sus piernas", analizó años después la jugadora que logró profundizar debates y discusiones que incluso hoy siguen vigentes.

Cuatro décadas tras su disputa, la Batalla de los sexos fue inmortalizada como documental en 2013 y también fue reflejada en una película, estrenada en 2017 y protagonizada por Emma Stone y Steve Carell. "El tema de fondo es mucho más que un mero partido: significó el nacimiento del tenis profesional femenino", explicó King pleno lanzamiento del film, años atrás, en el Festival de Toronto.

Aquel mítico partido ante Riggs ubicó a King como un modelo a seguir para muchas jugadoras de otras generaciones. Una de ellas es su compatriota Serena Williams, una leyenda del tenis contemporáneo que también se transformó en blanco de críticas sexistas. Después de ganar en 2017 el último de sus 23 títulos de Grand Slam en Australia, cuando ya estaba embarazada, fue menospreciada por el histórico John McEnroe, quien sostuvo que la menor de las hermanas Williams ocuparía, como mucho, el puesto 700 del ranking masculino.

Un año después, Serena disputó Roland Garros enfundada en un catsuit negro inspirado en la película Black Panther que cubría todo su cuerpo. La elección de aquella vestimenta respondía a las complicaciones de salud que había sufrido luego de ser madre. Pero Bernard Giudicelli, presidente de la Federación Francesa de Tenis, no tuvo problemas en criticarla: “Creo que ha llegado demasiado lejos con la vestimenta; ese conjunto no volverá a ser permitido. Hay que respetar el deporte y la sede”.

La lucha feminista tuvo avances significativos en el tenis durante los últimos años, sobre todo en materia económica, aunque todavía falta un largo camino por recorrer. Sin embargo, y aunque las mujeres todavía tengan menos oportunidades que los hombres, está claro que el legado de King y aquella victoria indeleble marcaron el inicio del sendero que, algún día, desembocará en la paridad de género en el deporte.

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