“Cuando Johann Sebastian Mastropiero...”

Cuatro palabras y una carpeta roja. Y la voz. Esa voz. Bastaba eso para plantarse al borde de la butaca de pura expectativa, la risa ya pugnando por salir, el regodeo previo a dejarse llevar por el juego de Marcos Mundstock . En la perfecta arquitectura de Les Luthiers, ese tipo era un pilar indisimulable.

Cómo se va a morir, señor Mundstock. Usted no tiene permitido morirse.

Apenas levantamos la cabeza tras el golpazo de la partida del Negro Fontova , que también fue un Luthier. Y sí, se sabía que estaba muy enfermo, y el mismo lunes circuló la falsa noticia que encendió las alarmas, la noticia que se volvió real el miércoles al mediodía. Pero igual. La estamos pasando mal. Perderlo a usted nos convierte la tristeza en una piedra en el pecho.

“Señooora... ¿y si el hombre de la bolsa tampoco quiere tomar la sopa?”

Se agolpan las frases, los intercambios, las imágenes, las inflexiones, los gestos, los recuerdos del dolor de mandíbulas quebradas por la risa. Marcos Mundstock no tocaba un instrumento (solo a veces el gom horn o percusión), su pentagrama era el diccionario. Su voz dibujaba las notas con las que cada juego de palabras era un ejercicio inimitable del humor. En su rostro se iba diseñando el gag, se preparaba el remate, se redoblaba el efecto.

Marcos Mundstock entendió todo sobre algo tan elusivo como el sentido del humor. Y lo ejerció como pocos.

Los pibes de Ingeniería

Todo empezó en 1965 con Gerardo Masana y con I Musicisti, la agrupación nacida en el Coro de la Facultad de Ingeniería de la UBA; con un festival universitario en Tucumán y la presentación de la Cantata Modatón, la obra que cantaba loas a un laxante y que después se convertiría en “Laxatón” para evitar problemas con el laboratorio que lo producía. Pero eso sería cinco años más tarde, cuando lo que había sido contraseña entre entendidos empezaba a ganar popularidad y registraba sus obras en un estudio de grabación. En 1967 hubo tormentas internas y Masana, Mundstock, Daniel Rabinovich y Jorge Maronna se abrieron para adoptar el nombre definitivo. Les Luthiers ya no era solo un buen chiste entre los coros. Masana diseñaba instrumentos deformes pero afinados, Mundstock era una usina de ideas y el vehículo ideal para repasar nombres como tubófono parafínico cromático, Yerbomatófono d’amore, Contrachitarrone da gamba, Gom-horn. El caño de Marcos, esa extraordinaria voz de locutor, le daba entidad a creaciones alucinadas.

El ingreso de Carlos López Puccio, Ernesto Acher y Carlos Núñez Cortés le dio a Les Luthiers su forma definitiva, que a pesar de la temprana muerte de Masana cobró una fuerza creativa imposible de detener. Les Luthiers Opus Pi, los Recitales del '72 al '75 y el fenomenal doblete de Mastropiero que Nunca (1977) y Les Luthiers hacen muchas gracias de nada (1979) hicieron del Teatro Coliseo su hogar (tiempo después la masividad los llevaría a cambiar por el Gran Rex) y amasaron un público que los convirtió en religión. Como unos punks de smoking, los pibes de Ingeniería se hicieron a sí mismos, rompieron con todo molde, fundaron e instalaron algo que no existía. Se convirtieron en una de las ofertas de alta calidad de una ciudad con una cultura admirable que se abría paso desde abajo, sin grandes aparatos de difusión, opción de oro frente a un mainstream adocenado, amante de lo pasatista y lo efímero.

Sin desmerecer absolutamente ninguna de todas sus virtudes, Les Luthiers contó con un as de espadas en la figura de Mundstock. Por sus textos y por ser el relator de ese mundo inédito. Volumen 3, el disco editado en 1973, sigue siendo uno de los perfectos resúmenes de lo que encarnaba Les Luthiers. Porque está la excelencia musical de “Voglio entrare per la finestra”, “Miss Lilly Higgins sings shimmy in Mississippi’s spring” y “La bossa nostra”, pero también porque en la voz de Mundstock suenan ironías tan finas como para encantar al público y pasar inadvertidas para sus destinatarios: la monumental marcha derrotista “Ya el sol asomaba en el poniente” y la “Suite de los Noticieros Cinematográficos”, donde Marcos está en su salsa. En el mismo segmento en el que habla de los altos funcionarios militares de “la hermana república de Feudalia” y menciona en Educación y Cultura al cabo primero Anastasio López, cierra contando que “La ciudadanía toda festejó en un día de sol radiante un nuevo aniversario de la conquista del desierto. Un desfile de tropas de aire, mar y tierra rubrica la celebración con el gallardo paso de la juventud en armas para la defensa de nuestra soberanía. Cierra el desfile un grupo de descendientes de aquellos indios bravíos que poblaban las tierras patagónicas cuando el advenimiento de la civilización y el progreso. Lo escolta un batallón de policía montada, cuatro carros de asalto y gendarmes con perros y pistolas lanzagases”.

Pero si en las grabaciones ya provocaba carcajadas a pesar de las múltiples escuchas, en el escenario el efecto Mundstock alcanzaba el paroxismo. Con la calma que antecedía al huracán musical de sus compañeros, el hombre y su carpeta roja parecían encarnar una seriedad, una formalidad que invariablemente desbarrancaban. Incluso, a veces era él mismo quien desataba el caos: el madrigal “La bella y graciosa moza marchóse a lavar la ropa” (etcétera, etcétera) se convertía en canción decididamente pornográfica por su exclusiva responsabilidad. El discutible pedagogo infantil de “La tanda” era pura creación suya. José Duvall, la estrella de music hall que lo olvidó todo, es para colgar en un cuadro. La historia del folklorista Cantalicio Luna, introducción de "El explicado" -que se mantuvo largos años "fuera de programa"-, era seguida palabra por palabra por un público extasiado, que esperaba remates como "esto le valió el agradecimiento... de los indios". Sus intercambios con Neneco Rabinovich, el luthier que se fue en 2015, rankean alto entre los mejores momentos de Les Luthiers en vivo: obras maestras del absurdo y el malentendido. Y la actuación en "Kathy, la reina del saloon", el baile en "Lazy Daisy" y las poses imposibles de “Quien conociera a María amaría a María” demostraban que lo suyo no era solo la voz y la palabra, en su cuerpo también habitaba un clown ajustadísimo.

Está claro que ni siquiera un grupo genial como Les Luthiers estaba exento de los vaivenes, y tuvo sus espectáculos mejores y otros no tan logrados: nada casualmente, en estos últimos fue donde Mundstock tuvo menos participación autoral. Pero también sucede que ellos mismos pusieron la vara demasiado alta. Y de cualquier manera, la obra concretada en cincuenta años de historia es demasiado grande para dibujarle peros. Lo mismo debe decirse de posiciones políticas cercanas al macrismo a pesar de su devastación, a pesar de haber llevado a cabo acciones similares a las que el grupo señaló con sorna en el pasado. No debería haber lugar para eso. La partida de Marcos Mundstock solo puede producir tristeza, un vacío, la acongojada despedida de un tipo que nos hizo bien, que nos hizo reír, que nos mejoró la existencia.

 

La carpeta roja queda en el atril. Johann Sebastian Mastropiero se queda mudo. Y nosotros, con este nudo en la garganta.