The Wild Goose Lake                        8 puntos

Nan Fang Che Zhan De Ju Hui; China/Francia, 2019.

Dirección y guion: Diao Yinan. 

Duración: 113 minutos.

Intérpretes: Ge Hu, Lun-Mei Kwei, Fan Liao, Regina Wan, Dao Qi.

Estreno exclusivo en Mubi, hasta el 19 de mayo. Con subtítulos en castellano. 

Hace casi un año, cuando The Wild Goose Lake (“El lago del ganso salvaje”) fue exhibida por primera vez ante una audiencia en la competencia oficial del Festival de Cannes, ninguno de los espectadores presentes podía suponer que la ciudad de Wuhan, donde la película fue rodada, sería apenas unos meses más tarde el lugar más famoso del mundo. Pero el cuarto largometraje del chino Diao Yinan no tiene absolutamente nada que ver con los virus y las pandemias, a menos que se fuercen al máximo las bondades de la metáfora. El director de Black Coal, Thin Ice –ganadora del Oso de Oro en la Berlinale 2014– vuelve a recuperar las tonalidades y tensiones del universo noir para establecer las bases de una nueva reflexión sobre la sociedad de su país, en particular la de aquellos segmentos alejados del centro de los poderes económicos y políticos. La Wuhan presente en la pantalla no es esa capital de la provincia de Hubei pujante y urbana, sino una de periferias, de arrabales. Un rompecabezas suburbano con veredas de tierra, pequeños y descascarados hoteles, restaurantes de mala muerte y un microcosmos integrado por ladones de motocicletas, gangsters de poca monta y prostitutas al borde del lago siempre dispuestas al sexo.

En la mejor tradición del cine negro, todo comienza con un encuentro bajo la lluvia, en una estación terminal de trenes (el título original en mandarín podría traducirse como “Encuentro en la Estación Sur”). Allí, Zhou Zenong (Ge Hu, toda una estrella en su país), líder de una pandilla que está recuperándose de una herida de bala, espera ansioso el arribo de su esposa, a quien no ve desde hace cinco años. Pero quien llega no es ella sino otra mujer, Aiai (la taiwanesa Lun-Mei Kwei), una “belleza en traje de baño” que pasa sus días recorriendo la playa en busca de clientes. Las razones de esa imprevista aparición comienzan a explicarse en una serie de flashbacks que el guion entrelaza en un ida y vuelta hacia el pasado y el presente, mientras la policía intenta cercar y atrapar al ladrón. Y homicida, ya que en una escapada Zhou Zenong terminó disparándole por error a un oficial. La violencia está entre los personajes, siempre a la espera de lanzarse a toda velocidad, y una escena temprana muestra a las claras que Diao Yinan no les tiene miedo a los baldazos de sangre, alineando a The Wild Goose Lake en la tradición del cine de tríadas practicado durante décadas en la ex colonia de Hong Kong.

Al mismo tiempo, hay un romanticismo que trae de inmediato a la memoria el estilo practicado por el primer Wong Kar-wai. El de la película es un mundo poblado por luces de neón, callejuelas sucias y edificios con muchas décadas de vida, en el cual los colores flúo y las fosforescencias son elementos tan chirriantes como las puertas de un viejo baño en algún local al paso. Es lo que ocurre en una de las escenas más inolvidables, cuando un grupo de vecinos baila improvisamente un viejo éxito de Boney M. en una plaza. Es de noche y muchos de ellos calzan zapatillas luminosas, como si se hubieran conjurado para poner en escena un extraño homenaje a Busby Berkeley; la sorpresa, de todas formas, llegará después, cuando sus dueños revelen el verdadero rostro bajo la máscara. El despliegue policial de la cacería humana incluye toda clase de prácticas, como el chantaje y la delación, y en ese sentido resulta bastante llamativo que el film haya logrado superar las estrictas reglas de censura del gobierno chino.

Porque allí está la “crítica social”, si se quiere utilizar el término, agazapada entre los pliegues del relato policial, con el antihéroe herido e intentando saldar cuentas del pasado y la chica de pelo corto que podría ayudarlo a escapar o bien traicionarlo a último momento. Los últimos tramos, con la policía y un grupo de mafiosos pisándole los talones a Zenong –escondido detrás de una gorra de beisbol y una camiseta de la selección argentina– vuelven a reforzar la idea de filiación a un género con larga historia, pero nada de eso logra ocultar la pertenencia del protagonista a una sección relegada de la sociedad china contemporánea. Tanto él como Aiai, también sus aliados y enemigos, no aparecen en las cifras oficiales destinadas a destacar las bondades del sistema y sólo conocen una palabra para definir sus existencias cotidianas: sobrevivir a toda costa.