En el origen fue el dolor. El nacimiento implica un dolor que en el infans va acompañado de una angustia sin nombre. Hilflosigkeit: así denomina Freud al estado originario del sujeto. Desamparo, desvalimiento. Las marcas que deja el desamparo originario serán imperecederas. Ese estado de desamparo produce lo que conocemos como angustia automática, que se hará presente ante cada situación traumática. Es una angustia diferente de la angustia señal, la cual está ligada al complejo de castración, y que puede pensarse como tope a la aparición de aquella otra angustia. La del desamparo es una angustia que no tiene representación. Ese desgarro que produce el dolor de origen deja marca. Que siempre permanecerá en la trastienda del sujeto, en la cual anida ese desgarrador grito de los orígenes, nacimiento y muerte al mismo tiempo, abandono de aquella antigua y amorosa morada --Freud-- y apertura a un mundo que duele. Dolor: esa primera experiencia con la cual el mundo nos da su "bienvenida".

Es el otro quien debe rescatar al infans de su abismo, amparándolo y ofreciéndole placer ante el trauma que produce el dolor de haber advenido al mundo. Ese llamado objeto asistente no lo es solo de los cuidados corporales: estos están incluidos en lo que conocemos a partir de Fernando Ulloa como dispositivo de ternura, que permite el establecimiento de circuitos afectivo-representacionales que ofician de barrera a la angustia y permiten el advenimiento del deseo en el infans: el propio deseo materno que abre las puertas del deseo para el infans. Las vías colaterales que se producen en la experiencia de satisfacción/placer son aquello a partir de lo cual se instaurará el Yo del sujeto, una de cuyas tareas ha sido definida por Freud como de ligadura. Evitando así la descarga pulsional que va de la mano de la angustia automática, que es desorganizante. El Yo va enhebrando pulsiones, afectos, representaciones, estando al servicio de Eros. Lo traumático pone en crisis al Yo. Por lo tanto, deja liberada pulsión de muerte: pulsión desencadenada, que produce un faing yoico si este se ve sobrepasado o impedido de su tarea.

La cultura aporta tempranamente elementos para transitar sobre eso que, en el fondo, es caos, vacío, ese sin fondo del ser, tomando el relevo de los objetos originarios.

Circunstancias como las que estamos transitando, en medio de una pandemia y de una cuarentena, implican una crisis –parcial-- de ese mundo que da sentido, que, mejor o peor, ha dado alguno para que vivir sea deseable. La crisis de ese mundo de sentido produce lo que alguien pronunció en una sesión vía Skype: “Ahora lo que falla es la realidad, no nuestro psiquismo. ¿Cómo van a hacer ustedes?” A sabiendas de que nuestro oficio transita por lo que en términos generales conocemos como la realidad psíquica (compuesta de fantasmas, destinos pulsionales y sus avatares, identificaciones, objetos, etc.) y su concomitante conflictiva intrapsíquica. Un oficio que transita entre el análisis (poniendo en jaque a la instancia yoica) que implica un cierto nivel de producción de angustia, y la tarea elaborativa, llevada a cabo en buena medida por el Yo, al servicio del anudamiento pulsional, afectivo, representacional. La pregunta sobre qué vamos a hacer en nada es ingenua.

El advenimiento de lo traumático como consecuencia de la suspensión/alteración de la realidad socialmente instituida y creación de otra, precaria, momentánea, rodeada de incertidumbre, esto traumático encuentra diversos modos de respuesta psíquica y nos obliga a los analistas a estar a la altura del evento, sea en tratamientos en curso como en consultas originadas por los efectos del trauma. Uno de los temas que se presenta es, en estos momentos, cómo permitir que el sujeto no huya de la angustia --la cual exige ponerle nombre para que pueda tener un lugar tramitable en la psique-- y al mismo tiempo que no se hunda en la misma.

Bien dicho por Lacan la angustia es un afecto que no engaña (aclaremos que no es el único, y está por verse cuál es engañoso, pero no vamos a ocuparnos ahora de este complejo tema). Claro, esto es respecto de la angustia de castración: aquí estamos tratando con otra. Con la cual la tarea analítica es construir lo que le da origen, transformarla en angustia-señal. Las mencionadas vías colaterales, que se corresponden con el complejo llamado experiencia de satisfacción, le ponen coto a la angustia y le hacen dar un salto cualitativo: aparecerá ante la falta del objeto de placer. Algo se creará sobre el fondo de angustia: el deseo. Deseo de reencuentro con ese objeto. Un objeto muy especial: Lacan lo llamó objeto a. Causa del deseo. Un objeto-no objeto, inexistente pero cuya huella irrecuperable deja trazas y pone en movimiento al psiquismo. Algo de esto puede reproducirse en el análisis, favoreciendo que la angustia desorganizante ante el trauma se transforme en otra angustia, para lo cual es necesario que el sujeto ubique un objeto que cause su deseo. De la angustia sin nombre a la aparición del deseo: Eros cabalgando sobre tánatos.

Pero ¿cómo transitar los efectos del trauma (del encierro, de la amenaza, de la caída de sentido, etc.) por fuera del encuentro en los consultorios (privados, de hospitales, obras sociales, etc.)? Está a la vista que se ha ido imponiendo el dispositivo digital, utilizando diversas plataformas y programas. Parece como que el hecho que estamos viviendo obligara al trasvasamiento digital del dispositivo inclusive a quienes nunca pensaron en hacerlo, analizandos y analistas poniendo a prueba las mutuas resistencias. La urgencia y el escaso tiempo transcurrido no han dado tiempo a un análisis pormenorizado de las consecuencias de este brusco salto. Un salto impuesto por dicha urgencia y las demandas de continuidad para atravesar los tiempos que venían.

A un mes de haber sido promulgada la cuarentena (20 de marzo) algunas reflexiones producidas por mi práctica pueden ser resaltadas. Es evidente que hay algo de la realidad que escapa a lo fantasmático o hasta se superpone con éste. Es la aparición de lo siniestro que coexiste con lo familiar, en una relación compleja y ambigua. Las figuras de la clínica que más se han hecho presente son las que se corresponden con la serie establecida por Bleger como resultante de la alteración del encuadre analítico, que yo he extendido a las alteraciones por crisis y catástrofes colectivas: hipocondría, ataque de pánico, angustia de desamparo, fantasmas paranoides, vértigo, palpitaciones, que personalmente propuse como pertenecientes a expresiones de lo borderline, conjuntamente con una crisis del proceso identificatorio, por la alteración, crisis o derrumbe de las fronteras intra psíquicas y de la psique con la realidad. Que coexisten con síntomas de la serie obsesiva y fóbica.

Pero sobre todo, es observable la presencia de la crisis de una función fundamental del Yo: como intérprete a la búsqueda de sentido, su pérdida implica embates pulsionales diversos, con riesgo de pasajes al acto y en algunos casos con un intento de aislamiento total de mundo exterior. Contra ciertas previsiones y contra argumentaciones imbuidas de un pretendido rigor teórico, observo que el trabajo analítico ha continuado en muchos casos, luego de algún momento de acomodamiento.

Si el sujeto es un intérprete a la búsqueda de sentido (Aulagnier) observo que los análisis --en estos primeros tiempos de cuarentena-- transitan por la creación de uno nuevo, momentáneo: se trata de aprovisionar adecuadamente la nave para surcar de modo menos agitado las aguas de la pandemia y las turbulencias individuales y colectivas que está produciendo. En ese sentido es fundamental la consideración de la creación en el trabajo analítico. Creación que se contrapone a la repetición, y que es una de las manifestaciones del deseo del sujeto, que contiene en su núcleo a la lógica de la esperanza (Green): lógica que responde a la inmortalidad de los deseos inconscientes.

Buena parte de lo aquí sostenido debe tomarse como primeras y provisorias reflexiones que intentan orientar en medio de las turbulencias producidas por la situación actual.

Por otra parte, las particularidades y efectos del trabajo analítico bajo estas condiciones obligan a un work in progress que, necesariamente, debe ser colectivo.

Yago Franco es psicoanalista.