Producción: Javier Lewkowicz


La sostenibilidad

Por Pedro M. Biscay *

La oferta de restructuración presentada oficialmente ante la SEC refleja el compromiso del Gobierno Nacional frente a los tenedores de títulos bajo legislación extranjera. Martín Guzmán dejó en claro que el criterio rector de la negociación será priorizar una estratégica que vuelva sostenible en el mediano y largo plazo el flujo de fondos adeudado en concepto de capital e intereses, pero bajo la condición de no afectar derechos humanos esenciales. El objetivo de sostenibilidad no sólo es financiero, también es económico y social. Una de las premisas fundamentales es no ceder a las recetas de ajuste fiscal y la presión por someter al conjunto de los argentinos a reformas estructurales que impliquen quita de derechos. Este punto de partida prioriza así los intereses fundamentales de Argentina frente al mercado financiero internacional.

El grado de fragilidad financiera que sufre la economía argentina es de tal magnitud que el propio FMI -que es nuestro principal acreedor internacional- reconoció públicamente la necesidad de una fuerte quita sobre el stock de deuda, afirmando como premisa su insostenibilidad. Agregó además que los tenedores privados deberían hacer una “contribución” adicional para aliviar la carga de deuda que pesa sobre nuestro país. Haciéndose “eco” de este aspecto, la propuesta ofrece una quita sobre el capital y un recorte sustancial del 62 por ciento sobre la carga de intereses, más un breve período de gracia de tres años, que resulta más que razonable para reacomodar prioridades y atender las urgencias más inmediatas ligadas a los costos sociales generados por la pandemia.

Los desafíos que plantea el coronavirus cambian necesariamente el orden de prioridades. ¿Acaso se pueden pagar los abultados compromisos de capital e interés proyectados originalmente para los próximos tres años y, al mismo tiempo, garantizar los recursos financieros que requiere la atención del Covid 19? El país necesita reasignar recursos y por eso, además del plazo de gracia, es tan importante dentro del esquema propuesto la quita sobre el capital y los intereses. Significan un ahorro potencial cercano a los 41.500 millones de dólares. El país enfrenta a una verdadera situación de necesidad rodeada por una emergencia sanitaria y social. La magnitud de la quita sobre interés es importante pero a la luz de lo anterior, no luce desproporcionadas sino ajustada a la capacidad del gobierno para afrontar compromisos futuros. Por otro lado, en la medida que la propuesta no supone una quita drástica sobre el capital adeudado (apenas un 5 por ciento), es de esperar que no represente un sobre costo en la notación de balance que realizan los fondos según normas de contabilidad internacional. La menor pérdida por capital y el sacrifico en concepto de interés expresan una oferta que deja muy cerca del acuerdo a las dos partes de la negociación.

Falta apenas un tramo corto y si bien es esperable que en el mercado financiero se muestren renuentes, lo cierto es que los tenedores de deuda no pueden desconocer que los tiempos han cambiado radicalmente para todos. Al párate económico global, se agrega también la salida de capitales desde las economías emergentes, la caída generalizada en el precio de los commodities (-37.7 por ciento proyectado por UNCTAD para 2020), el fenomenal proceso de destrucción de valor que sufren empresas listadas en bolsas y mercados (S&P 500 sufrió una caída del 18 por ciento desde mediados de febrero) y, en definitiva, la mayor aversión al riesgo que refleja el valor de activos de refugio como el oro, el índice dólar y los bonos del tesoro a 10 años.

Probablemente estemos en la puerta de una gran depresión económica, combinada con una crisis de deuda en las economías emergentes, que tampoco descarta repercusiones adicionales de bancarrota en segmentos del mundo corporativo. Hace apenas cuatro meses, este escenario era totalmente imprevisto para el país y los fondos de inversión en deuda argentina. Por ello, en el corto plazo no existe ninguna pretensión financiera que pueda ser satisfecha por el soberano. Quien crea lo contrario no está entendiendo la realidad que se impone por el peso propio de las circunstancias.

La clave final del proceso habrá que encontrarla en los incentivos que ambas partes definan en el mediano y largo plazo. Argentina, incluso atravesando las adversidades que plantea la pandemia, está en condiciones de recuperar un sendero de crecimiento en el mediano y largo plazo. Para ello debe proteger el empleo, la balanza de pagos y las reservas del país. Hoy son tareas de máxima urgencia. Pero la clave está en no ceder al ajuste recesivo que promociona siempre la receta neoliberal. Los fondos de inversión que operan en emergentes trabajan ofreciendo a sus clientes estrategias de alto riesgo, que incluye en el precio final de sus carteras, escenarios de impago o postergación de compromisos de deuda. Este es el momento preciso en que deben asumir como propio el esfuerzo de evitar cualquier tipo de contribución a una crisis generalizada de deuda. Si asumen la invitación del gobierno por recuperar el sendero de crecimiento, el precio final del canje ofertado permitiría arribar a una solución de recupero de la inversión y a la vez mitigar los riesgos futuros que podría ocasionar una restructuración inconclusa, en un escenario económico plagado de certidumbres negativas.

* Abogado, ex director del BCRA.


¿Cambió el FMI?

Por Noemí Brenta **

¿El FMI se ha corrido un poco de la ortodoxia inhumana o es el mismo de siempre? ¿Cambió algo fundamental en las ideas y políticas del organismo y en su trato a sus miembros-clientes, los países subdesarrollados? ¿O es que los problemas del mundo y sus escenarios van variando y requieren otro collar para el mismo gato pardo? Hace rato que el ajedrez hegemónico urgía respuestas a la rebelión por el deterioro de la vida a manos del 1 por ciento ("nos sacaron tanto que perdimos hasta el miedo", dicen en Chile); respuestas a la rebelión de la naturaleza también abusada por la sobreexplotación; reformas que mantengan el caos a punto de hervor pero sin desbordar. Y en eso llegó el coronavirus.

Antes de la explosión global de la pandemia, en el seminario que organizó el papa Francisco, a principios de febrero, la directora gerente Kristalina Georgieva, presentó los temas mencionados como prioritarios para la economía mundial: es necesario disminuir la desigualdad excesiva, impulsar el crecimiento, reducir las brechas de la globalización y combatir el cambio climático. Todo muy ponderable. Pero en el plano de las propuestas asomaba la pesada historia fondomonetarista. Para el crecimiento inclusivo, bella expresión, propuso adoptar las reformas económicas, demasiado sabemos cuáles son y sus resultados. Por ejemplo, "abordar la concentración del mercado", como dijo Georgieva, suena bien; pero implica abrir las importaciones de bienes y servicios en desmedro de la producción nacional; permitir el capital extranjero en cualquier sector, como las compras del gobierno, perdiendo la posibilidad de influir en las decisiones para orientar la estructura productiva en interés del país. Hoy, las necesidades apremiantes de bienes y servicios sanitarios y de otro tipo para afrontar el coronavirus, y la mexicaneada entre Estados, revela más que nunca la importancia de conservar el control de sectores estratégicos como la alimentación, la energía, la salud y las finanzas. Otra propuesta del FMI, la inclusión social a través de las finanzas digitales, también suena bonita, si es que no refuerza la dependencia de los monopolios tecnológicos globales, el lado oscuro de la cuestión.

¿Qué puede hacer el FMI con el coronavirus? Como gran consultora mundial, estudia su impacto en la economía mundial, formula recomendaciones, compila información, y puede prestar moneda de uso internacional a sus miembros (excepto Venezuela a quien denegó la línea para coronavirus) para afrontar problemas de balance de pagos. Y esto es lo que hizo. Para sorpresa de muchos, exhortó a los estados a gastar para "garantizar un gasto de salud de primer orden, proteger la salud de la gente, cuidar a los enfermos y frenar el avance del virus", y medidas fiscales y monetarias para apoyar a los sectores, empresas y hogares más afectados, como subsidios salariales, transferencias a los hogares, apuntalar la demanda de consumo e inversión, aumentar los impuestos a los sectores pudientes y bajarlos a los pequeños. También instó a los bancos centrales a políticas expansivas, a bajar las tasas de interés y ampliar el crédito, y hasta aceptó que los países emergentes intervengan en los mercados cambiarios y controlen los flujos de capitales. Y a los bancos comerciales a renegociar los préstamos de los deudores afectados, fortalecer las reservas de las entidades incluso a costa de reducir la distribución de dividendos. Está claro que las medidas del gobierno argentino frente al coronavirus no son ningún disparate, como plantean una oposición desquiciada, sino que se alinean con las recomendaciones del organismo. Incluso el FMI señala que el país sufrió menos la salida de capitales que otros, dadas las medidas ya en marcha, y que el aumento del tipo de cambio fue similar al de los demás. Pero de nuevo surge la doble cara, detrás del "gasten, emitan, subsidien", las ideas para entender la economía y para pensar la postcrisis son las mismas de siempre, especialmente si se atiende a los análisis del departamento del Hemisferio Occidental, y su elogio a las políticas de Brasil, Colombia, Chile, Perú, y sus críticas a México y a cualquier otro gobierno que no responda a la derecha.

**Docente e investigadora UBA-UTN.