Naufraga un barco y llegan a la isla desierta un tipo común y un minón, una Penélope Cruz ponele o la Pampita del Loco Chávez. Hacen el amor intensa y frenéticamente. Al cuarto día se produce este diálogo:

- ¿Te puedo pedir un favor?- pregunta él.

- Lo que quieras- dice ella.

- Ponete mi camisa y pintate el bigote.

La mina accede y entonces el tipo el dice:

- Che, Cacho, ¡no sabés la mina que me estoy cascoteando!

El pedido de una columnita sobre el fútbol sin público disparó el recuerdo de ese viejo cuento medio machirulo y muy popular.

Desde la perspectiva de los jugadores, ¿de qué fútbol hablamos si no hay testigos, si no está Cacho, si no le podemos ir a gritar el gol a nadie, si no podemos levantar la vista y encontrarnos con una tribuna exhultante, si no podemos gozar de la imagen de la tribuna de los contrarios en silencio de muerte después de un gol propio? ¿De qué hablamos si no hay, aunque sea, un pedazo chiquito de tribuna allá en un costado para ir a celebrar una victoria de visitante con contorno de hazaña?

No es lo mismo el fútbol cuando hay un solo color en las gradas y ni que hablar cuando no hay nadie o apenas un puñado de periodistas, dirigentes y policías .

Desde la perspectiva del espectador, tampoco es igual. Es muy profundo eso de jugador N° 12, válido no solo para Boca. El hincha siente que juega, empuja, participa con su aliento, aprueba o reprueba. ¿Puede hacerlo por televisión? Sí, claro, pero no es lo mismo. Y en todo caso, cuando hay público, el que mira por televisión sabe que hay alguien que lo está representando. En tiempos normales (que no son estos) los hinchas de las plateas suelen denostar a las barras bravas y, sin embargo, cuando llega la Guardia Imperial o los Borrachos del Tablón o cualquier otra barra a ocupar su lugar, ese mismo plateísta aplaude eufórico, se siente representado, sabe que esos van a apoyar los 90 minutos y son parte vital del espectáculo .

El fútbol es maravilloso cuando hay dos tribunas enfrentadas, como ocurrió en la final que jugaron Lanús y San Lorenzo en el Monumental o más cerca en el tiempo en la fiesta de la final de la Libertadores que infamemente les regalamos a los españoles.

Como contrapartida, el fútbol sin gente (al que parecemos condenado en los próximos meses) es feo, frío, incompleto como el de las relaciones virtuales o un reloj sin agujas.

Es una hora espantosa la que nos ha tocado.