Cayó el telón para La casa de las flores (Netflix). La historia sobre la familia De la Mora se despide con una tercera temporada en la que vuelve a sentirse la frescura inicial y se quita el velo autoconsciente de su fallido segundo arco. Hacia 2018 Manolo Caro logró lo que parecía una quimera. Con un puñado de episodios renovó el culebrón acercándolo a un nuevo público “con personajes y temas que nos atañen”, dijo el mexicano. El gen de esta “telenovela millenial” se hallaba en una perversión de los códigos pero sin cinismo del más latinoamericano de los géneros. Amores imposibles, humor, manierismo visual, musicalidad, desfachatez, diversidad temática y melodrama. Esa alta capacidad tóxica se percibe en los once episodios finales para la familia dueña de la florería y de un local de drag queens.

¿Si se extraña a Verónica Castro como la matrona de esa familia disfuncional de ricos que lloraban, salían del closet, caían presos y fumaban mota? Sí, pero encontró darle un “regreso” gracias al cambio en su estructura. Estos episodios narran el pasado de su personaje, gracias a un extenso flashback al México de los ’70, que a su vez sirve para darle más capas al presente. Y también hay un cierre para Paulina (Cecilia Suárez), la hija mayor del clan, sin dudas el mejor personaje de la telenovela del nuevo siglo.