“Mire Carrillo, me parece increíble que tengamos un Ministerio de Ganadería para cuidar a las vacas y que no haya un organismo de igual jerarquía para cuidar la salud de la gente”. El comentario mordaz de Juan Perón será el preámbulo de una política de Estado inédita en materia de Salud, cuando en 1946 una insignificante Dirección Nacional sea convertida en Secretaría de Salud Pública y, tras la reforma constitucional de 1949, en Ministerio, al frente de los cuales el Presidente designará a Ramón Carrillo. La decisión resultará estratégica. Santiagueño de vieja cepa, este brillante neurocirujano –soy ‘negrocirujano’, se autodefinía con sorna– fundará las bases de la medicina preventiva mediante un plan integral que ubicó a la Argentina en la vanguardia de las naciones más avanzadas en la materia; como parte de los Planes Quinquenales abarcó la totalidad del territorio, contemplando sus características culturales y geo-climáticas para trazar un preciso mapa sanitario del país. Uno de sus más célebres discípulos, Raúl Matera, sostenía al respecto: “Desde su labor ministerial, puede dividirse la política nacional sanitaria en dos épocas: antes y después de Carrillo”.

Agreguemos que a esta práctica se suman los aportes que Carrillo produjo como sanitarista, campo en el que se le debe una obra pionera: su Teoría del Hospital (1951). En ella señala tres categorías médicas y sus respectivas equivalencias arquitectónicas: a) la medicina asistencial, a la que corresponde la arquitectura hospitalaria; b) la medicina sanitaria, servida por la ingeniería sanitaria, y c) la medicina social, a la que responde físicamente el Centro Sanitario; éste, por decirlo con las muy ilustrativas palabras del autor, “toma al enfermo vertical, cuando todavía camina, mientras el hospital toma al hombre horizontal, cuando inevitablemente debe guardar cama”. En esta última categoría sustentará Carrillo la piedra basal de su revolucionaria política de salud, en tanto está destinada a la protección preventiva del hombre sano antes que al tratamiento del enfermo. De esta nueva concepción emergieron dos prototipos arquitectónicos sobre los que se levantarían las obras fundamentales del Ministerio: el Centro Sanitario y la Ciudad Hospital.

El primero estaba integrado por un conjunto de consultorios polivalentes y un eficiente servicio social destinados a captación de enfermos, reconocimiento de sanos y tratamientos ambulatorios, tipología plasmada en los Centros levantados en Catamarca, Corrientes, Jujuy, Salta, Santiago del Estero y Tucumán, provincias del NOA y NEA históricamente abandonadas a su suerte. A su vez, la Ciudad Hospital tenía la envergadura de un polo de alta complejidad destinado a ciudades que, por su gravitación poblacional, histórica y económica, tenían el valor de epicentros regionales. De allí que fuese planeada en Horco Molle, en las afueras de San Miguel de Tucumán (a diferencia de los Centros ésta fue parcialmente construida, y abandonada tras el golpe de 1955).

Pero es interesante señalar que Carrillo tenía, además, opiniones fundadas sobre la arquitectura hospitalaria, pues le importaba que ésta no se divorciase de la memoria colectiva. Por su misma procedencia gustaba de la tradición constructiva hispanocriolla –galerías, muros blancos, techos de teja española–, que se conoció entre nosotros como “estilo californiano”; a esto apuntaba cuando sugería que “los arquitectos deberán concebir las formas no sólo en función de su sentir personal, que es respetable, sino del sentimiento colectivo que perdura entre todos y permite reconocer lo que es de todos”.

No obstante sus preferencias personales –que compartía con Evita–, cuando los arquitectos le proponían nuevas soluciones funcionales y estéticas las discutía a fondo y, por lo general, terminaba aceptándolas. De allí que los Centros Sanitarios lleven la firma de Mario Roberto Álvarez, el Hospital del Niño Jesús en Tucumán las de Horacio Caminos y Eduardo Sacriste y la Ciudad Hospital la de un equipo dirigido por Eithel Traine, todos ellos notorios representantes de la vanguardia racionalista argentina. ¿Un gesto de amplitud ideológica? Sí, y también de realpolitik cultural y arquitectónica.

Un apunte final respecto de la relación entre Estado y Salud. El Ministerio de Salud Pública del primer peronismo será disuelto por el dictador Aramburu, restituido por Raúl Alfonsín como Ministerio de Salud y Acción Social, restaurado por Cristina Kirchner como Ministerio de Salud, degradado por Mauricio Macri al rango de Secretaría y devuelto a su jerarquía inicial por Alberto Fernández. Y nada más, salvo recordar las palabras iluminadoras de San Mateo: “Por sus frutos los conoceréis”.

Nota publicada originalmente el 8 de mayo del 2020

*Profesor Consulto de la UBA. Vicepresidente de la Comisión Nacional de

Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos.