Aunque a varios nos cueste aceptarlo, estaría bien ir acostumbrándose a esta idea: hay gente caminando como si nada allá afuera que ha nacido en los años dos mil, o apenas arañándolos. Recién salidos de la secundaria donde se conocieron, los Gativideo se asoman como una de esas bandas tan jóvenes y con tanta potencia vital que entusiasman genuinamente. Herederos de la descarga digital sin formato intermediario, son parte de una generación para la cual descubrir música nueva y sorprendente es un evento bastante ambiguo, donde el concepto de “nuevo” puede aplicar a Mac Demarco, claro, pero también a Elvis, a Sandro o a los Bee Gees al mismo tiempo, con la misma facilidad y el mismo asombro. En este caso, los chicos se hicieron amigos por amor al joven Mac, en medio de una toma estudiantil de su colegio hace ya unos años. “Yo veía desde lejos a Renzo y decía: ¡este pibe me está copiando la onda!” protesta Ignacio Fischman, acaso una amorosísima instantánea de cómo se forman las bandas y se hacen los amigos en la adolescencia. “Entonces, armamos el grupo pensando en esa música que habíamos descubierto y que tanto nos gustaba a los dos. Dijimos: hay que hacer decididamente algo así. Pero bueno, al final nada que ver” se excusa el guitarrista. Gativideo es un cuarteto delirante, quimérico, bichos raros en una escena indie donde no comparten ni estilo ni búsqueda con ninguno de las bandas con las que usualmente se suben al escenario. Lo que sucede es que naturalmente partieron su historia intentando una banda de indie guitarrero y reverberante, más cerca de su héroe canadiense del lo-fi despojado y confesional, pero lo que terminaron haciendo fue un experimento insólito de música bailable, caprichosa, nostálgica y un poco bizarra. Por eso en este caso, y sin abusar del término, sería correcto decir acerca de los Gativideo que sí, que son una banda inclasificable. Aunque en este momento se encuentren explorando decididamente los ilustres caminos de la música disco, se trata de un disco extrañado, reinterpretado por chicos desfasados de su época y filtrado por las baladas latinas, por cassettes encontrados de los padres y por las posibilidades de la era digital, además de un sentido del humor absurdo y desopilante en su puesta en escena, como un jizz jazz criollo, como si Mac Demarco fuera fanático de Cha Cha Cha. 

Con la atemporalidad como bandera y la fascinación curiosa por el pasado, estos adolescentes, a pesar de su juventud, se sienten más identificados con algunos ritmos de antaño y con el histrionismo de los héroes del groove que dejaban el alma en la pista de baile. A su década contigua, le deben el nombre con el que homenajean a la clásica distribuidora de cintas de VHS –que ellos llegaron justo para ver desaparecer– y a los días dorados de sus padres y sus abuelos, la música que investigan con toda la vitalidad y la honestidad exploradora de un adolescente encontrando a sus nuevas bandas favoritas. “Mi viejo tiene la costumbre de hacer compilados de música, especialmente de esas décadas, entre los 60 y 70. Cuando hay una cena o reunión en casa siempre pone uno de esos CD como un evento especial. Creo que por ahí viene mi interés” dice Renzo, que es hijo del director Néstor Montalbano (autor de algunas de las travesuras de Diego Capusotto), y que quizás por eso a pesar de su juventud se ve fascinado por un sentido del humor poco común. Gativideo se planta con una puesta en escena extraña y cómica, suspendida en otro tiempo, en otra época. “Es verdad que eso formó bastante mi humor y ese humor me gusta llevarlo a todos lados, en la música lo uso siempre que puedo” dice él. Y lo vuelca en canciones deliciosas que se toman bien en serio, pero con letras divertidas y burlonas sobre escuchar los hits de Luis Miguel, sobre las películas de Bruce Willis –”un pelado muy valiente”– y sobre cómo bailar en la disco a pesar de tener el corazón roto. 

A la espera del lanzamiento de su primer LP este año, por el momento lo único que tienen los chicos es un bandcamp con su Gatividemo, un ep de cuatro canciones que incluye disco, ukeleles y hasta rap y 8-bit. Una mezcla inicial e indecisa que se animaron a grabar hace unos años y que no les hace toda la justicia que merecen sus shows en vivo. Ignacio Morelli en la batería y Juan Pablo Fenu en el bajo con  garbo y solemnidad de catedrático. Fischman, un guitarrista funky de cabello rojo encendido y anteojos azul eléctrico espacial. Y Montalbano, destinado a ser una estrella, un joven imberbe en camisa setentosa frente a las teclas, que de golpe revela un inesperado y arrollador vozarrón de crooner latino. “Nos gusta exagerarlo todo”, resume Fischman, sobre la estética de la banda, una celebración al kitsch, que sin duda, aun revisándolos en internet, se disfruta mucho más en sus videos en vivo, donde aparecen tocando en un sótano o en un videoclub. 

Como unos estudiosos del pop en todas sus épocas, y con una serie de inquietos proyectos personales, con apenas un scrolleo online se pueden encontrar los demás trabajos de la banda: covers de Sandro y de Jocelyn Brown. Canciones de dreamnoise espacial (Space Jam, el proyecto solista de Fischman), o un disco con espíritu de balada retro (el de Montalbano, con odas a la chocolatada y al amor no correspondido). En Gativideo estas inquietudes musicales se las arreglan para generar casi todo lo que uno quisiera de una banda del pop imponente, así como lo conocíamos: un frontman carismático, deliciosas canciones de estribillos, un show en vivo inolvidable, glamour y agite. Entre la sensibilidad y el formato cancionero más clásico y las posibilidades técnicas y eclécticas de su propia época. “Mientras tocábamos nos dábamos cuenta de las cosas que nos gustaban y que íbamos descubriendo así que fuimos evolucionando en eso. No nos detenemos mucho al componer, creo que sería un poco iluso encerrarse en un estilo porque es imposible” dice Fischman. “Empezamos a componer cuando teníamos 16. Yo bastante deprimido” dice Montalbano, a pesar de su buen humor. Y agrega con afectación de galán de antaño: “Cosas de la adolescencia, nada serio”.

Gativideo toca el martes 21 como parte de la presentación del compilado Días de adolescencia, del sello Yolanda Discos. Niceto, Niceto Vega 5510. A las 20.