Durante las dos primeras semanas del aislamiento social, preventivo y obligatorio dispuesto por el gobierno nacional, las redes sociales estallaron con imágenes, videos y memes que representaron burlonamente el cuerpo post-pandemia: un cuerpo deformado por el sedentarismo, sucio ante la falta de sociabilidad y engordado ante la ingesta excesiva de alimento. Es que claro, con tanto tiempo encerrados sin nada para hacer, llenamos el vacío comiendo de forma descontrolada. En la TV después de las estadísticas de muertos por coronavirus, le sigue un segmento de recetas de comidas bajas en calorías, y luego, un tutorial de cómo hacer actividad física para quemar grasas en el living de tu monoambiente. Así es como queda claro que no solo se trata de sortear la emergencia de esta realidad incierta a través de la higiene excesiva y el encierro obligatorio, sino también a partir de la intensificación de la promesa cruel de la cultura de la dieta y la delgadez obligatoria, donde la privación, el control y la moralización del alimento es la garantía para sobrevivir.

Una gran parte de las imágenes que circulan, donde se exhuman estas pesadillas de engorde, actualizan un formato ya conocido en la larga historia de la estigmatización de las diferencias corporales. Por lo general, el recurso del “antes y el después” exhibe, a través de una comparación descontextualizada, dos imágenes del cuerpo de una misma persona, donde el “antes” se trata generalmente de una fotografía mal iluminada de una persona gorda, con ropa ajustada cuyas expresiones faciales denotan tristeza, vergüenza o miedo, y el “después” registra por el contrario, bajo una iluminación brillante, un cuerpo adelgazado, mejor vestido, cuya sonrisa sella el triunfo moral de la dieta. Así es como la temporalidad que proponen este tipo de imágenes, que son utilizadas para inspirar extorsivamente a que otros adelgacen, naturalizan prejuicios aún vigentes en el sentido común, entre los que se incluyen la asociación entre gordura y depresión, como también la analogía entre delgadez y felicidad. Pero este recurso que suele ser utilizado como una forma de invocar un futuro mejor a través de la privación de alimento, dejando a la gordura como parte de un pasado erradicable, ahora propone una nueva combinación, donde el “antes y después de la cuarentena”, naturaliza un presente delgado que se enfrenta a la amenaza de un futuro alimentado en exceso. El acto de comer, entonces, se conjura ansiosamente como un riesgo, en el que no solo puede peligrosamente irse nuestra vida, sino aún peor, puede perderse nuestra belleza, y la capacidad de ser deseados por otros.

Antes y después del placer.

En nuestro país, estas imágenes fueron popularizadas a través del reality show Cuestión de Peso, programa icónico del imperio de la dieta local, uno de los pocos entretenimientos que siguen en tiempos de pandemia. Mi resistencia ante ese destino dietético, me llevo a buscar algunas lecturas que pudieran proponer otra mirada. Puse en el buscador “before and after + fat + sex” (antes y después + gordura + sexo). ¿Por qué sexo? Ni yo lo sé. Quizás será la costumbre, pero claramente la ecuación tuvo un buen puerto. La lista de resultados en aquel momento era reducida, por supuesto, las primeras notas referían a cómo la delgadez mejoraba la vida anímica y por ende sexual de las personas. “Ese mito ya lo escuché mil veces”, pensaba mientras cerraba esas páginas. Pero en un resultado escondido en la profundidad de esa búsqueda leí un anuncio en un foro cuyo nombre no recuerdo, que decía: “gordito busca admirador para intercambiar fotos”, y debajo de dicho anuncio, este usuario adjuntaba una imagen personal donde se mostraba así mismo delgado en un pasado no muy lejano y luego otra imagen actual, donde posaba provocativamente con una panza turgente, suave y brillante que acariciaba con una sonrisa perversa mientras miraba a cámara. Así fue como sin querer, queriendo, conocí la cultura “gainer”.

Ensayar una traducción es algo complicado, pero podríamos decir que las culturas “gainer” (alguien que gana peso) o el “feederism” (acto de alimentar a otro), refieren a comunidades sexuales alternativas que erotizan el acto de la alimentación compartida y el proceso por el cual los cuerpos aumentan de peso. Como sus palabras en inglés lo determinan, nomina un tipo de relación deseante donde la gratificación sexual se obtiene por el proceso en el que un cuerpo engorda, como resultado de un objetivo personal, o en algunos casos seteado entre amantes, donde se establecen una amplia serie de roles: por un lado están quienes gustan de ser alimentados y transformar consentidamente su cuerpo para alcanzar su deseo de ser más grandes, y también quienes alimentan, quienes admiran y alientan dicha transformación. Las relaciones entre gainers, alimentadores, admiradores y alentadores (en inglés, “encouragers”) presentan un intercambio sexual contratado de forma explícita, una dinámica presente también en las comunidades BDSM, en torno al aumento de peso donde el placer se encuentra en la satisfacción que produce mirar y ser mirado mientras se come, hasta obtener la panza y la sensación de saciedad que se desea. Reconocer este tipo de prácticas como una cultura sexual permite entender la profundidad de este tipo de relaciones de poder erótico que lejos de ser meramente reducidas al estigma patologizante de “fetiche por la obesidad”, implica la creación de lenguajes comunes, herramientas de comunicación, formas de cuidado físico y códigos de reconocimiento mutuo que alientan la materialización de un deseo aún hoy considerado problemático: sentir atracción por las personas gordas.

El club de la gordura

En el sitio Grommr, una de las plataformas más conocidas para este tipo de intercambios (que cuenta con una versión para relaciones hetero-bisexuales, llamada Feabie) la historia de esta comunidad se remonta, posiblemente, hasta la ciudad de San Francisco en el año 1976, donde fue fundado Girth & Mirth, el primer espacio que reunía gays gordos y a sus admiradores.

Dado el éxito de dicha experiencia, otros clubes con el mismo nombre se forjaron en ciudades como Boston (1977) y en Nueva York (1978), replicándose aún más durante la década de los `80. Aunque en aquella época todavía los términos "gainer" y "alentador" no habían sido creados, estos clubes fueron espacios que dieron lugar a los deseos de muchos hombres gays gordos y otros interesados en engordar como una acto erótico y político. Fue recién en el año 1982 cuando John Stone imprimió Dragongate, una de las primeras revistas exclusivamente dedicadas a estas formas de deseo donde se publicaban relatos eróticos, avisos personales, fotos, e irónicamente, una tira cómica de ciencia ficción que llevaba el nombre de "Judge Dredd" que relataba la historia de un grupo de personas gordas encerradas por cuarentena en una isla. Durante una parte importante de aquella década, la publicación de anuncios cifrados en revistas pornográficas heterosexuales o medios de comunicación LGBT, con la pregunta “¿Alguna vez fantaseaste con el comer?” era la única manera de encontrarse, hasta que en 1985, luego de las reuniones celebradas en el club Girth & Mirth de Nueva York, algunos de sus participantes se sentaron con un poco más de tiempo a discutir con mayor precisión los códigos de reconocimiento de su propia comunidad. Dicho grupo, conocido posteriormente como Encouragement Group, (Grupo de Animo o Grupo de Aliento) forjó una parte importante de la terminología que aún hoy sigue funcionando como un lenguaje sensible para nombrar roles, prácticas específicas, formas de cuidado y dinámicas de poder erótico en torno a la alimentación y el engorde como un hacer sexual.

Hacia finales de los `80, publicaciones periódicas como XL (John Stone 1988), XXXLNT (Ollie Lee Taylor, 1989), y Encouragement (John Outcalt, 1990) se convirtieron en los medios más populares a nivel internacional para una comunidad en crecimiento que empezaba visibilizar un nuevo tipo de prácticas sexuales. Pero fue especialmente con el surgimiento de internet donde muchos gainers y sus admiradores, comenzaron a reconocerse de forma autónoma de otras comunidades sexuales en las que había encontrado lugar, como los osos por ejemplo. Los años `90 se convirtieron en el terreno oportuno para las primeras convenciones de escala nacional, que no solo ponían en contacto a personas que se identificaban con dichas prácticas sexuales, sino también que se instituían como espacios de organización colectiva y producción teórica para pensar el valor social, las dificultades y el estigma sobre este tipo de deseos en torno a la gordura. La más conocida de ellas fue EncourgeCon, realizada desde el año 1992 hasta el año 2003, momento en que el desarrollo tecnológico impulsaría el reemplazo casi absoluto de las publicaciones en papel, por las primeras páginas web: GainrRWeb.com, BellyBuilders.com, FatNats.com, BigGuts.com y TheOinquirer.com que en su conjunto reunieron hacia finales de los años `90 a miles de usuarios al rededor del culto sexual de la alimentación y la gordura, alrededor del mundo.

Tres platos y postre: el documental

En el documental HardFat, dirigido por Frederic Moffet en el año 2002, Rick, uno de los gainers más conocidos en la ciudad de San Francisco resume las muchas formas de practicar el gaining: “están quienes quieren ser más grandes [de lo que son], ser reconocidos y adorados por ser gordos, ver las marcas de los rollos en sus cuerpos, percibir la turgencia de sus panzas creciendo cada vez más, adquirir abdómenes suaves, flácidos, y por el contrario, hay otros que prefieren la construcción escultórica de cuerpos más turgentes, tensos y peludos, como si fueran físico culturistas, con panzas redondas bien infladas; hay otros a los que solo les gusta sentirse pesados; y también hay muchos otros tipos a los que les gusta colaborar, admirar e inducir ese proceso en donde ese cuerpo que desean, esa persona por la que sienten atracción, crece y engorda”. Aunque algunas personas lo sigan tratando como un extraño fetiche, una discusión incluso no saldada dentro de los activismos gordos, para muchos integrantes de la cultura gainer, se trata de salir a comer, pedir un postre y quedar abundantemente satisfechos, para así después tener o no tener sexo. Para otros, se trata solamente de poder observar aquellos cuerpos que desean, volverse aún más grandes de lo que son con lentitud, paciencia y un cuidado consciente que destierra toda forma de irresponsabilidad sobre los límites del cuerpo. Pero de una u otra manera, en cualquiera de los lenguajes que se implican en esta cultura que premia el comer como un gesto sensual, siempre se trata de hacer del comer una intimidad vulnerable, una fantasía afirmativa, que una vez que es compartida ofrece la potencia autónoma y radical de su erotización.

Engordar es un tabú

Pero no todo es tan fácil, ni placentero, como sabemos. Sin duda uno de los principales obstáculos que enfrenta esta comunidad, al igual que cualquier persona gorda, es la presión social que asocia cualquier posibilidad de aumento de peso con un riesgo sanitario. Una técnica de control histórica que nos impide comer sin culpa, o por lo menos, lo vuelve una tarea profundamente difícil, ante una sociedad que, como vemos aún hoy, a pesar de todas sus transformaciones positivas, no deja de evaluar constantemente qué es lo que nos llevamos a la boca, a través de políticas públicas patologizantes, mensajes publicitarios prejuiciosos y opiniones de nuestros entornos afectivos que disciplinan el tipo de alimentación que elegimos, y el cuerpo que deseamos a partir de ella.

En otro momento del mismo documental, Rick asegura que “engordar es un tabú. La sociedad nos dice que tenemos que ser delgados, tenemos que ejercitar, ser esos hombres flexibles, atléticos, firmes. Pero ellos no están hablando de ser felices, sino de acomodarse a una norma ficticia de salubridad. Es difícil admitir que uno no desea el mismo cuerpo que otros, porque esa elección implica todo un sistema moral de enjuiciamiento que cuesta mucho soportar. Cuesta reconocer el deseo sobre la gordura, y preferir ser más grande, ser distinto, verse realmente distinto de otros”. Ese tabú es el que actualmente vemos profundizarse cada vez que se representa la gordura como un futuro terrorífico, una posibilidad amenazante y un estado ausente de deseo o una forma de muerte social, incluso peor que afectarse por el virus que nos encierra. Pero en aquel mismo vértice, donde esas imágenes hoy atestiguan la profunda aversión sobre nuestra diferencia corporal, habitan deseos que tuercen el sentido normalizante de esas imágenes dietéticas, y construyen de eso una forma de intercambio sexual que celebra la gordura como un aspecto potente y atractivo, donde la forma del cuerpo, su fortaleza, la sensación erótica de su peso y la textura que produce la capacidad de engordar a través del disfrute del alimento, celebrando pliegues, torsiones, estrías y rollos, crea un abecedario colmado de placer, en el cual la conciencia sobre el cuerpo, sus límites y posibilidades, sus necesidades de cuidado y sus riesgos son un contrato constitutivo que se comparte a través de la confianza amante.

En medio de un escenario cada vez más asfixiante entre el terror pandémico en el afuera y la amenaza epidémica en el interior, el sexo tiene mucho para enseñarnos. Intentar politizar la gordura desde el deseo puede ser un espacio posible desde el cual ejercitar otras formas de resistencia, que tuerzan la economía moral del “antes y el después” que nos empuja a tener miedo de nuestro mañana, para en su lugar, abrir paso al disfrute, al derecho y al privilegio que significa alimentarnos junto a otres, recordándonos la importancia del placer como una forma de honrar las potencias del cuerpo. Quizás esta situación de encierro sea una oportunidad explorar a través del placer sexual otras formas del cuerpo que nos permitan dejar de preocuparnos por cuánto vamos a pesar, y en su lugar, nos empuje a tomar control sobre nuestras vidas, y aceptar que no tenemos nada que perder, excepto la presión de aspirar de forma atormentada a un cuerpo asediado por la privación, la dieta y la insatisfacción.