“Fue muy rápido como se dio toda la evolución de mi carrera porque ni yo mismo, ni nadie que me siguiera de cerca, podía prever que esto sucediera. Con el diario del lunes parece más fácil entenderlo. La verdad es que fue una cosa completamente extraordinaria que se me hayan dado tantas cosas, tan gradual y en tan poco tiempo”, dijo Emanuel Ginóbili, dos días después de haber sido elegido entre los mejores 60 jugadores de la historia de la NBA por un panel de expertos de Estados Unidos.

El ex basquetbolista, cuatro veces campeón de la NBA y baluarte en la obtención de la medalla dorada en la Juegos Olímpicos de Atenas 2004 -entre algunos de sus palmares más importantes- fue uno de los invitados especiales de Experiencia Endeavor Virtual, un evento con charlas inspiradoras y capacitaciones para emprendedores. Con la humildad y la simpatía que lo caracteriza, el bahiense de 42 años habló sobre el valor de la resiliencia y el esfuerzo, la priorización del equipo por sobre el esfuerzo personal, la disciplina como clave para nunca rendirse y la mentalidad de superación para alcanzar objetivos.

“Hasta que llegué al Kinder Bologna (en el año 2000) no había ganado nada. Bah, sí, un torneo intercolegial jajaja. La verdad es que tenía una traba, no tenía forma de que se me diera. Entonces estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por cambiar el chip”, continuó el relato sobre el ascenso meteórico de su carrera, la cual finalizó el 27 de agosto de 2018.

Los mayores cambios y adaptaciones que atravesó, según describió, fueron de Bahiense del Norte al profesionalismo en la Liga Nacional, de la Liga Nacional a Italia y de Europa a la NBA: “Cuando arranqué en el profesionalismo en Andino de La Rioja, a los 18 años, no estaba en condiciones físicas de jugar contra los mejores jugadores de Argentina. Mi entrenador, 'Huevo' Sánchez, me decía que no me metiera adentro de la línea de tres. Que tirara de lejos porque era muy endeble físicamente. Llegué con 75 kilos y si bien nunca fui un portento físico terminé mi carrera con 90”.

De su transferencia al Viejo Continente, primero al Basket Viola Reggio Calabria de Segunda División y luego al poderoso Kinder Bologna -en el que logró dos Copas de Italia, una Liga y una Euroliga en dos temporadas- rescató su capacidad de aprendizaje. “De Argentina a Italia ya estaba en otro nivel físico y mental. Tenía muchos deseos y desafíos por cumplir. En ese entonces tenía un altísimo grado de absorción de conceptos. Veía jugadores que eran leyenda en Europa o que eran muy reconocidos y de cada uno podía sacar algo. Iba aprendiendo y sumando cosas a mi juego todos los años. Las dos cualidades más importantes que tuve fueron la competitividad y el hecho de absorber conceptos”.

El salto a la NBA fue el más complejo. “En todos los aspectos. Profesionalismo, competencia, exigencia. De entrada me costó porque encima llegué golpeado de Indianapolis (del Mundial 2002, en el que Argentina perdió la final ante Yugoslavia). Me encontré con un entrenador con una personalidad que, además de inspirar temor, lo ejecutaba en la cancha. Fueron momentos dificilísimos en los que sentía que no podía hacer lo que sabía en la cancha. Un poco porque llegué lesionado y otro poco porque no lograba ganarme ese tiempo en cancha y ese respeto. Estaba impaciente porque tenía 25 años. Diría que me costó dos años y medio ganarme la confianza e intentar crear sociedades con mis compañeros para que quisieran jugar conmigo. Con Tony Parker ambos veníamos de Europa y él me había visto jugar. Después con tiempo se dio con (Tim) Duncan, (David) Robinson y con Popovich, obviamente”.

Ginóbili, quien compitió 16 temporadas en la NBA, destacó la importancia de su entrenador, Gregg Popovich: “Era de la vieja escuela en su estilo, pero en otros aspectos como la empatía y la compresión del jugador estaba muchos pasos adelante”. También reconoció que debió adaptar su juego para dejar de ser ese basquetbolista vistoso que brilló en Italia y en la Selección Argentina para hacer el trabajo sucio que necesitaba el equipo, sacando faltas en ataque y pensando más en pasar que en anotar.

El bahiense, uno de los mejores deportistas argentinos de la historia, también habló de su gloriosa etapa en el seleccionado: “Fue un grupo de amigos que se juntaron y dio la coincidencia de que éramos más o menos de la misma edad, que nos llevábamos bien, que nos gustaba jugar juntos y que nos conocíamos de chicos. Entonces no había lugar para luchas de egos. Esa fue una de las razones por las que duró tanto tiempo”.

“Estuvimos en un gran momento juntos. Nuestro pico deportivo prácticamente fue al mismo tiempo. Distintas alturas, distintos roles en la cancha y con personalidades similares a partir de la competitividad y el hambre de gloria. El hecho de que eso haya durado mucho ayudó a que quedara grabado que en la Selección se actúa y se juega de cierta manera. Ahí es a donde entra el legado de la Generación Dorada, que ojalá perdure. No digo que tenga que ver con lo que hicimos, pero ver lo que consiguió el equipo nacional en el último Mundial de China (cayó con España en la final) me hizo sentir como si estuviera en la cancha. Y de alguna forma me siento parte también porque jugué con más de la mitad del equipo”, agregó con emoción.

Entre tantos éxitos a lo largo de sus 23 años de carrera, mencionó que las derrotas que más le dolieron fueron la final del Mundial de Indianapolis en 2002 con el seleccionado y la caída 4-3 ante Miami Heat, en 2013. Frente a esos momentos de tristeza apeló a hablarse a sí mismo como si lo hiciera con su mejor amigo. Una técnica que lo ayudó mucho y que logró incorporar a partir de su madurez.

“Afortunadamente pudimos curarnos rápido ese herida con la medalla dorada en Atenas 2004 y con San Antonio, con el anillo conseguido al año siguiente (2014) ante el mismo rival”, indicó en una de sus respuestas a Nicolás Szekasy, miembro del directorio de Endeavor, quien llevó adelante la entrevista mediante una videollamada.

En la actualidad se define como “maestro full time”, a partir de la ayuda que le brinda a sus tres hijos junto a su esposa, y además colabora activamente con #SeamosUno, un grupo de personas, entidades y organizaciones religiosas, sociales y empresarias argentinas que en coordinación con el Estado, busca ayudar a los sectores más vulnerables de la sociedad durante la urgencia derivada de la pandemia del COVID-19. Buscan cubrir las necesidades de cuatro millones de argentinos con el armado de un millón de cajas con productos alimenticios y de higiene.

“Estoy involucrándome porque me parece que es algo muy distinto a lo que se venía viendo últimamente en lo que es ayuda social. Desde que me contaron la propuesta y me explicaron cómo entregan las cajas y cómo la tecnología se articula con el corazón y la empatía para ayudar hicieron que me meta de una. Estoy tratando de ver cómo generar más fondos y así ayudar a más gente. No hace falta decirlo, pero estamos en un pedazo de crisis dentro de una crisis en la que ya veníamos. Además potenciado porque esto ocurre a nivel mundial. Es un momento en el que hay que ser lo más sensible posible, paciente y atento para ayudar a los que más lo necesiten”, concluyó.


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