“Acá hay todo tipo de naturaleza en formol” dice el personaje de La Momia cuando se acerca con su botella de vodkaya de fresa a visitar a su alumna embalsamada. Todos esos elementos -que a primera vista podrían parecer dispersos o inconexos- conviven en el universo único que configura la materialidad de la escritura de Eugenia Pérez Tomas, nacida en 1985 y que se desempeña como escritora y directora. Es autora de obras como Un futurista ciego , Las casas íntimas , Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio y Disparo de aire .

Además de sus trabajos de dirección en soledad, desde 2018 produce en colaboración con Camila Fabbri junto a quien estrenó En lo alto para siempre en el Teatro Nacional Argentino - Teatro Cervantes. Antes del receso de actividades culturales por la pandemia el dúo se encontraba a punto de estrenar ¡Recital olímpico! en el Teatro Sarmiento. Esa obra, con un elenco integrado por Laura Paredes, Anabella Bacigalupo, Cristián Jensen, Nina Suárez, Luna Etchegaray, Agustina Estarli, Oriana Lopresti y Micaela Suárez, trabaja en torno al universo de infancia de la gimnasta Nadia Comaneci y la poeta Nika Turbina, a partir de un graffiti que reza “la poesía es un deporte extremo”.

¡Recital olímpico! se ordenó a partir de la palabra y el cuerpo desde un abordaje con cruces particulares. La colaboración entre estas artistas se da desde la inquietud de pasar de una práctica docente compartida a la profundización del vínculo, poniendo a funcionar intereses y mundos en común. Transitaron juntas dos procesos de escritura y dirección muy diferentes tramados desde el mismo universo pero desde distintos puntos de entrada.

Foto: Patricia Pérez Ferraro

En lo alto para siempre es de esas obras inolvidables. A partir de fragmentos y documentos testimoniales del universo poético de David Foster Wallace se buscó generar una proliferación de imágenes para llegar a producir una ficción más allá del referente. En esa obra se veía un fino hilado que condensaba ciertos pasajes de la vida del autor con su literatura como un tejido sin fin. Durante el proceso, estudiando al creador de La broma infinita apareció como eje central la anécdota de su muerte, fundando lo que Pérez Tomas y Fabbri luego imaginaron como una probable serie de trabajos en torno a “autores suicidas”. Así es que, a la hora de emprender un segundo proyecto, fue el impacto en la lectura de otra autora suicida, Nika Turbina , lo que habilitó el universo de una nueva obra. A diferencia del caso anterior, al trabajar sobre esta poeta ucraniana decidieron tomar distancia de su muerte y hacer pie en el cruce epistolar de ficción entre niñas prodigio.

En el recorrido de Pérez Tomas el tráfico entre escena y escritura se fue sucediendo durante el hacer, aunque no al unísono. De hecho, afirma ir en busca de una literatura dramática por fuera del montaje y no de un “texto garante de la escena”. La idea sería ir a contramano de una dramaturgia deudora de lo espectacular, reconociendo dos materialidades que en el hacer ocupan lugares compartimentados. Por lo tanto, en el diálogo entre lo que ella llama “el carril de la escena y el carril de la escritura” estas actividades se acompañan, pero no se unen. Su tiempo de la dirección se forjó desde el encuentro y la colaboración, originalmente en el intercambio con Ariel Farace (creador de Luisa se estrella contra su casa , Ulises no sabe contar y Constanza muere, entre otras), con quien trabajó como asistente de dirección y colaboradora artística y, luego, en las obras escritas y dirigidas a dúo con Fabbri. Por el contrario, el tiempo en la escritura funciona en esta creadora como un espacio habitado, en su propio recorrido experiencial, de modo más extendido.

Sus textos fueron publicados por Libros Drama, Libros del Rojas, Universidad del Sur y Nuit Myrtide éditions. Algunos de ellos fueron traducidos al inglés, al francés y al alemán. Su novela Frutas tardías fue publicada por Paisanita Editora. A fines de 2019 el sello Rara Avis editó cuatro de sus piezas teatrales, bajo el título Hacer un fuego. Las unifica una extrañeza en su escritura de lo íntimo y cierta convivencia de mundos, a primera vista, imposibles.  

Por ejemplo, en La momia una profesora de ciencias naturales visita a una adolescente petrificada a la cual le reprocha: “lográs de una forma loca meterte en mis oídos”. Su incondicional amor por ella la lleva a idear un plan de escape con éxito improbable. Fe es una obra que evoca el universo shakesperiano de La tempestad. “Suelo tener ideas pánico” afirma una hija a su padre durante una espera interminable. Los rondan la locura, grandes pulsiones de vida y un terror pánico a la muerte, mientras se preguntan cuánto puede cambiar la sensibilidad de un hombre con un corazón ajeno en el pecho. En Las casas íntimas, desde una sucesión de fragmentos, se aborda la idea del transmutar, el reinventarse según el contexto y el encuentro con otros, como una especie de cambio de piel constante. En este universo en que prima lo espacial, los sujetos parecen ser las casas que habitan así como las conexiones entre el mundo y las cosas. Finalmente, la última pieza, Derretir el invierno, narra el mundo de una pareja que adopta a un lobo recién nacido, al que aman y temen por igual. En esta obra de los vínculos y las rutinas del amor hay brotes de melancolía que, lejos de paralizar, dan ganas de moverse y salir.

El compilado de obras Hacer un fuego, en particular, y la dramaturgia de Pérez Tomas, en general, nos espera para inundarnos con una especie de nostalgia susurrada en que la referencia al pasado no es transparente pero siempre se encuentra rondando. Entrar, en estos tiempos, en contacto con estos materiales teatrales es prácticamente lo opuesto a la exposición documental de obras del pasado y a los decires circulantes en vivos de Instagram. En estos textos hay una fuente directa de poesía hecha escena a partir de los micromundos que se pueden recorrer como pasadizos llenos de naturaleza diversa, donde conviven lo germinal, lo frondoso y el tiempo detenido del adentro.