¿Existirá una señal más inequívoca de la antigua normalidad que un pogo en un tugurio inmundo? Alice Bag no lo sabe con certeza, pero sólo quiere creer. Aunque el relato oficial nunca le hizo suficiente justicia, si hubiese que definir el espíritu definitivo del punk, seguramente sería alguien como ella: lanzó su primer disco solista bordeando los sesenta años y con el pelo violeta, participó en el programa de alfabetización de la revolución sandinista, produjo bandas de mujeres, escribió libros de historia y —chicana de origen— inventó su propio género musical, la punk-chera, para honrar también su herencia mexicana y las rancheras de su infancia.

Alice Bag, ya se había cristalizado como ícono fugaz del punk californiano décadas atrás. Apodada La chica violencia, apenas adolescente, fue piedra fundacional en la escena de la Costa Oeste como la cantante de The Bags, una banda tan pionera como efímera, a menudo excluida de los grandes relatos del género, que se disolvió al final de los años 70 y que casi no dejó registros. The Bags no llegó a disfrutar de las glorias de su clan —estamos hablando del movimiento que devino en el hardcore punk, con Black Flag a la cabeza y una agresiva energía masculina de los suburbios americanos al frente— pero sí que sembró una semilla: sus shows machetearon un camino posible para mujeres y migrantes al frente de bandas que aún las recuerdan y festejan.

Nacida como Alicia Armendariz, en una familia mexicana asentada en Los Angeles, cabeza amarillo flúo, azul eléctrico, verde plastilina —o el color que se le antoje ahora que su cabello cano lo permite facilmente— Alice Bag se pasa esta cuarentena horneando canciones y tortillas mexicanas. Periódicamente, actualiza su Instagram con una serie de videos que ha titulado “Fit for the apocalypse” o “En forma para el apocalipsis”, donde menea su figura de 61 años con rutinas de aerobics al ritmo de algunos éxitos de la historia del punk, y algunas de sus propias canciones a modo de promoción creativa.

 Acaba de lanzar Syster Dynamite, su tercera entrega como solista, un disco que recupera el sonido de las riot grrrls de los noventas y el espíritu del punk old school que conoce, es decir, canciones tan declamatorias como divertidas, tan violentas como cómicas, en las que celebra su derecho a envejecer, su identidad como persona queer y chicana, la vida de los migrantes en Estados Unidos, la rabia que le da que Donald Trump esté vivo. “Hablé bastante con el sello sobre si era una buena idea sacar un disco ahora, cuando toda la gente está tan angustiada, cuando todo es tan incierto para todos. Pero decidimos que, por eso mismo, era algo bueno hacerlo, quizás sería algo útil para alguien”, cuenta Bag, que contesta la llamada vía Skype desde su casa en Los Angeles; perfecto spanglish y perfecto humor matinal. Es una de las pocas que se atrevió a liberar contenido nuevo al mismo tiempo en que empezaba el caos de la pandemia en Estados Unidos, los primeros llamados al encierro, las primeras certezas de que, por lo menos por ahora, quedarían suspendido el fervor físico constitutivo del punk, cuya experiencia en vivo es también tan importante para las bandas por fuera de la industria. “No sé por qué no hay más artistas sacando material nuevo todo el tiempo por estos días, yo creo que la gente necesita un poco de ánimo. Obviamente, extraño la energía de un concierto en vivo, de mi banda, de la comunidad, pero también tengo el raro privilegio de estar adentro con mi familia. Por ahora, solo puedo esperar”.

Una utopía comunitaria

Desde su temprana adolescencia, Alice Bag —que además estudió filosofía y ejerció como profesora de escuela— nunca dejó de crear y participar de bandas, algunas más efímeras que otras, casi todas extra under: Castration Squad, Las Tres, Cholita, apenas ejemplos de ello. Pero no fue hasta el 2016 en que decidió que también podía hacer música en solitario. Se había mudado por un tiempo a Arizona, donde no conocía a nadie, y apenas jugando con la aplicación de garage band en su ipad, se dio cuenta que ya tenía un primer disco para mostrar. Esas entregas solistas, Alice Bag (2016) y Blueprint (2018), revivieron su imagen en la escena musical como un ícono velado del punk californiano: la frontwoman que le había dado una patada inicial a la escena con 18 años y la historia ahora apenas mencionaba. Bikini Kill la invitó a abrir sus primeros shows de reunión presentándola a nuevas generaciones. Y ella, convocó a la chilena Francisca Valenzuela , y a la chicana Teri Gender Bender, líder de Les Butcherette s, para cantar en su segundo disco y construir de nuevo una pandilla a la usanza del punk comunitario que tanto añoraba de la primera ola del movimiento.

“A menudo, la gente me pregunta cómo era ser una mujer chicana en una escena de hombres blancos. Y yo siempre les respondo: ¡el punk no era eso!”, se entusiasma Bag. “Cuando yo estaba ahí, el punk era una escena muy diversa, acogedora y freak. Era una especie de utopía comunitaria. Si yo hubiese ido a un concierto y hubiese visto solo un mar de hombres blancos haciendo pogo no me hubiera interesado nada. Y la verdad no se si se podría llamar punk a eso porque ¿qué hay de tan punk en reflejar el status quo?”.

La verdad, es que The Bags tampoco se la puso tan fácil a la historia. Dejaron apenas un single, del año 78, aparecieron en un par de compilados y repartieron su música de forma casera, a la usanza de la época. Después de una pelea, Patricia Morrison, la guitarrista —que en el futuro formó parte de The Sisters of Mercy y The Damned— dejó el grupo, y cuando la banda se separó del todo, su rastro se perdió hasta el 2007, cuando las canciones de la banda fueron, por fin, editadas en un solo disco: All Bagged Up,The Collected Works 1977-1980. En él, sonaban finalmente esos hits de la época, con nombres como “No necesitamos a los ingleses”, “Sobreviviente”, o, claro, “Chica violencia”. “Es verdad que mi banda desapareció temprano, mucho antes de que todo explotara realmente en Los Angeles. Pero creo que parte de lo que pasó con nosotras y con otras bandas es que la historia del punk empezó a ser contada de otra manera, excluyéndonos de la narrativa. Si ves los posters de la época, solo hay hombres blancos, con chaquetas de cuero y botas, así que entiendo por qué la gente me pregunta cómo era ser una mujer ahí. En el registro, casi no hay diversidad sexual ni racial, pero no es la realidad de lo que fue, nuestra presencia era justamente la esencia del punk en el principio”, se impacienta Bag, que además escribió dos libros, mezcla de historia americana y autobiografía, sobre los temas que la desvelan. Violence Girl, donde aborda la migración, la violencia doméstica, la escena punk como refugio medicinal y una visión diferente sobre los orígenes del género. Y, Pipe Bomb for the soul, sus diarios en la Nicaragua post revolucionaria, donde participó como voluntaria en los programas de alfabetización, una experiencia que, dice, la cambió y la motivó a dedicarse a la enseñanza escolar en Estados Unidos. “Fue muy poderoso porque me hizo cuestionar la forma en la que yo había sido educada, y la forma en que muchos somos educados aquí, con un sistema de memorización y de adoctrinamiento en nombre de la supuesta libertad”, asegura ella, que además de todo eso, ha hecho su propio registro histórico del punk en su blog, reconstruyendo la escena con entrevistas a músicas en un archivo que atesora trivia para cualquier fan del género.

“Punk significa cosas distintas en distintos lugares. En algunos lugares ha sido reducido a un sonido o un tipo de ropa, pero yo creo que el punk es más bien un sentido integral de comunidad. Una comunidad pequeña que se siente conectada”, piensa Bag, que era fan de Elton John y David Bowie, víctima de bullying en la escuela, y que encontró en esa escena que empezaba a gestarse su oasis personal. Una aventura, que la ha llevado a distintos lugares del mundo en busca de su propio casting de freaks, incluso, ocasionalmente, acá mismo, a Argentina. “Es divertido porque hace unos años, fui a Buenos Aires de visita. No conocía a nadie pero tenía un amigo, Martín Crudo, que me dijo ‘te voy a presentar a un amigo que te va a encantar’. Ese amigo era Boom Boom Kid, que nos vino a buscar en una ambulancia antigua cuando llegamos. Nos llevó a comer a Las Violetas, a visitar una milonga y al cementerio de la Chacarita, donde se detenía en las tumbas de los músicos para contarnos sus historia y cantarnos sus canciones. En realidad, fue genial, tuve un amigo instantáneo conectado solamente a través del punk, por esa extensión del punk de la que hablo, que más que un sonido, es una comunidad”.

La civilización occidental

Aunque The Bags fue una banda que se separaró temprano, por ese entonces su presencia en la escena quedó cristalizada en The Decline of Western Civilization , el documental seminal de Penelope Spheeris —quien más tarde se hizo famosa por dirigir la comedia incombustible El mundo según Wayne— y que ayudó a inmortalizar la actividad de varias bandas de la época. En sus múltiples videos actuales, Alice Bag aún aparece en esos pogos espectaculares con el pelo eléctrico, gritando sobre el escenario. También, se la ve en algunos momentos de antología que ella misma ha creado, como el video de “77”, de su segundo disco, donde se la ve junto a Allison Wolfe, de Bratmbolie, Kathleen Hanna, de Bikini Kill, y Shirley Manson, de Garbage —todas la veneran— atando a un oficinista con un teléfono de línea en una canción protesta por la desigualdad salarial. O en el video de “Sender is blocked”, de su último disco, para el cual gestionó un noticiario llamado “Faux News”, donde se burla de los republicanos y sus canales de televisión.

Adolescente, cuando estaba en The Bags y le decían Chica Violencia

Sobretodo, vale la pena entretenerse con los videos que dejó otro de sus proyectos, menos conocido pero igual de exuberante: Cholita! The female Menudo, donde exploró eso que había bautizado como punk-chera, mezclando su amor por el punk con el sonido y la estética de la música tradicional mexicana, en un proyecto performático que condujo junto a la ícono queer y performer transgénero Vaginal Davis. “Yo vivía en Canterbury, un complejo de edificios donde vivían muchos punks y outsiders de L.A, un semillero de esa escena. Tocabas una puerta y pedías una taza de azúcar, un disco, refugio, o lo que fuera, y lo tenías. Conocías a todo el mundo. Además, estaba junto al club The Masque, que era un refugio antibombas convertido en sala de ensayo. Simplemente ibas ahí a pasar el rato y ver qué estaba haciendo la gente, de día o de noche. Era como una casa club, donde podías hacer lo que quisieras. Sentías que tu comunidad estaba en todas partes, habitando todo. Ese es mi recuerdo favorito del punk y así me gusta que continúe siendo todo lo que hago”.

Cuando Alice Bag entró en una tienda de Los Angeles y un grupo de mujeres —que no sabía que ella también podía hablar español— se burló de ella por su ropa y su cabello rimbombante, compuso “Se cree joven” , una de las canciones que el público le pide, aun cuando esté cantada en español. El tema se convirtió en una especie de himno que presenta a una punk de tomo y lomo aprovechando los años de su década dorada, viendo posibilidad en su pelo blanco, masajeando con aerobics los avances de su cuerpo y con derecho a seguir haciendo canciones. “Todavía me estoy adaptando, obviamente, al paso del tiempo, a que estoy envejeciendo” dice, aunque en su Instagram se la puede ver machacando a patadas una piñata de Donald Trump, o posando como el más freak de los íconos fashion con una colección de estampados. “La verdad, yo creo en mi cuerpo porque mi cuerpo me ha llevado donde estoy y me lleva donde quiero ir. Me lleva a un concierto, me lleva al supermercado, es capaz de engendrar un hijo, es capaz de ayudar a un amigo en medio de un mosh pit. Mi cuerpo me sirve, me ayuda a hacer lo que tengo que hacer. Supongo que esa es la definición de belleza”.