Sin cigarrillos, sin alcohol, sin clona. Primero duda de su voluntad pero la falta tiene su lado positivo: deja los cigarrillos, el alcohol y las pastillas. Camina el ambiente de una pared a la otra, desde la puerta hacia el balcón. Y otra vez hacia la puerta cerrada que no abre excepto al delivery. Hasta que no hay más delivery. La electricidad se corta. Se corta el agua, internet, todo. Las últimas noticias que tiene del mundo son pronósticos de que tal vez no habrá después, sólo silencio y quietud. Lo angustia no saber de sus hijos. Pero están mejor sin él. El silencio puede ser una buena respuesta a los reclamos de sus seres queridos que, se da cuenta, no resultan tan queridos. El único ser querido que le queda es ese que ve palidecido y sin afeitar en el espejo. En una de esas lo mejor que puede pasarle es que todos lo olviden. Baja la persiana. Y cuando la quiere subir comprueba que se rompió el rollo. Imposible un service. Se adapta a la oscuridad como se venía adaptando a todo lo que no volverá. La diferencia entre el día y la noche está en esas rayas de luz que se filtran entre las varillas. Mueren los ricos, mueren los pobres, y como fue siempre, más los pobres, y, en el medio, muere la clase media. Quiere rezar pero no se acuerda siquiera la letra del Padre nuestro. Tiene que pensar en frío, pero se descongeló la heladera. Se pudrieron los alimentos escasos que almacenó para un caso extremo, como si no fuera extremo en estos mañanas, tardes y noches comer el contenido de esas bolsas de plástico. Una noche deja de latir el reloj. Se convence que es un alivio no saber qué hora es. El miedo se le va extinguiendo. Un entusiasmo repentino lo invade. Decide salir al balcón. Escucha el gorgoteo de una canilla. Después el chorro. Un motor brusco, la heladera. También la luz ha vuelto. Seguro, también internet, pero ya no la necesita. Le da la espalda a todo lo que vuelve. La libertad no es sino la elección de un final. Arremete contra las persianas, las embiste. Le cuesta destrabar las varillas, arrancarlas. El resplandor lo ciega. Tropieza con unas macetas secas. Mira hacia abajo. Los colectivos, los autos, esas hormigas en la calle, también volvieron. Pasa una pierna por encima de la baranda, después la otra.