Entre tantas imágenes y vocabularios que estos cinco años de feminismo masivo han producido, hay uno particularmente actual y vigente: el grito callejero de ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! Las palabras con las que nombramos aquello por lo que luchamos se construyen en tramas colectivas llenas de discusiones, encuentros, alianzas y enemistades. Por eso quisiera hacer una breve, aunque seguro insuficiente, micro-genealogía de esa consigna que se actualiza cuando decimos que la deuda es con nosotres durante el último paro feminista, en este 2020. En la consigna ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! se sintetiza también un método para hacer investigación en la vida cotidiana sobre a quién debemos, cómo las deudas nos explotan y nos quitan autonomía, para ir, por fin, invirtiendo ese movimiento y llegar a exigir qué es lo que se nos debe. Así es que ahora, en plena crisis pandémica, tenemos claves para denunciar que acumular deudas por alquileres expone principalmente a lesbianas, travestis y trans a los aprietes, amenazas y desalojos (a pesar de su prohibición) por parte de propietarios e inmobiliarias y volver a decir que nos deben a nosotres.

Quisiera entonces ir a mayo de 2017, pleno momento de efervescencia feminista y apertura de la imaginación política en todos los sentidos. A mediados de ese mes el Colectivo Ni Una Menos se convocó junto a organizaciones sociales y colectivos artísticos, que para aquella ocasión se nombraron como “Insumisas de las Finanzas”, a desplegar una bandera que cubriría por completo la puerta del Banco Central de la República Argentina con la consigna “Vivas, Libres y Desendeudadas nos queremos”. Ese día nos vestimos de banquerxs para ironizar sobre la elegancia con la que se engalanan quienes estaban concretando el peor saqueo de la historia argentina. Como parte de la misma acción, desfilamos desde la calle Reconquista hacia Corrientes con pancartas que decían “Hago cuentas todo el día”, “La deuda es una bomba de tiempo”, “Más vida, menos deuda” y, finalmente leímos un manifiesto  con la mirada atónita de los elegantes empleados, inversores (¿fugadores?) de la city.

Esa acción fue fundamental para señalizar el Banco Central como lugar al que ir a poner el cuerpo, ya que la organización del paro nos había desafiado a actualizar preguntas tales como: ¿de qué modo somos explotadxs hoy?, ¿qué tiene que ver el endeudamiento con la reproducción de un orden sexual? Y, la más difìcil: ¿Cómo hacerle huelga a la explotación financiera?.

Tenemos que recordar que los días de asamblea para construir el paro feminista se daban en el medio de un proceso acelerado de endeudamiento público con fondos o, mejor dicho, fosas comunes de inversión (los mismos que hoy presionan por cobrar la totalidad de sus deudas en medio de una pandemia), y a pocos meses de la trágica vuelta al FMI. El dato preciso de aquel entonces lo informó hace días el propio Banco Central: durante el periodo 2015-2019 se han fugado alrededor de 86.000 millones de dólares y esta misma semana hasta el Senado señaló la necesidad de investigar la fuga y la deuda.

Pero volvamos a mayo de 2017. Fuimos a la puerta del Banco Central para denunciar ese nivel macro de la deuda y algo más fundamental: el modo en que el endeudamiento público se traducía en un aumento exponencial del endeudamiento de las economías domésticas. Por un lado, la deuda externa se conecta directamente con los recortes presupuestarios de servicios públicos que se traducen en más trabajo para nosotras y nosotres, e implica la baja de salarios y el no reconocimiento del trabajo doméstico y comunitario. Por otro, nos somete a las mayorías (asalariadxs, no asalariadxs, estudiantes y jubiladxs) a tomar cada vez más deudas para acceder a bienes básicos como alimentación y medicamentos, dando vía libre a una oferta de créditos (bancarios y no bancarios y a tasas de interés altísimas) que, además, se aprovechan de los mandatos de género para asignar a ciertos cuerpos la responsabilidad de enfrentar la crisis.

Decir, entonces, “desendeudadas nos queremos” en la villa y en el sindicato, en la calle y en la universidad, es un método político que consiste en ir de las finanzas a los cuerpos y mostrar los funcionamientos concretos que la deuda tiene en cada territorio. Es también denunciar la abstracción financiera que implica un proceso de devaluación y negación de los cuerpos que producen valor.

La acción en la puerta del Banco Central inició una secuencia. En junio de 2018 muchos sindicatos usaron esa consigna para hacer sus convocatorias a la marcha NiUnaMenos del 3 de junio. Otra declinación de la consigna sirvió para agitar la demanda de la extensión de la moratoria jubilatoria contra el recorte que Macri, a pedido del FMI, había decretado durante julio de 2019. Con la bandera “Los aportes que nos falta los tiene el patriarcado” problematizamos que el beneficio de la moratoria sea una forma de acceder a un derecho asumiendo una deuda con el estado. Al invertir la jerarquía del reconocimiento del trabajo no-pago, se invierte también la carga de la deuda. No hay deuda con el estado por los aportes que nos faltan por el trabajo no remunerado realizado en el ámbito doméstico o por los trabajos informales, sino que, al contrario, las acreedoras somos nosotres.

En agosto de 2019 también trabajamos el problema del endeudamiento con el acceso a la vivienda denunciando junto a la Asamblea Feminista de la Villa 31 y 31 Bis que la urbanización propuesta por el gobierno de Larreta estaba sustentada en base a deudas que resultan impagables y que las transforma en una forma de desalojo legal. En ese mismo sentido, la alianza reciente entre Ni Una Menos con Inquilinos Agrupados para visibilizar el endeudamiento de lxs inquilinxs durante la pandemia como un problema de primer orden, que además está entramado con formas de violencia de género explícita.

Deuda y salarios, deuda y subsidios, deuda y jubilaciones, deuda y vivienda: podríamos decir que se activó un gesto novedoso que visibiliza el modo en que la explotación financiera se mete en nuestras casas, nos quita autonomía económica y hace engranaje con la violencia machista.

Este modo de diagnosticar que la deuda es con nosotres prolonga el recorrido que el feminismo hace desde mucho tiempo, señalando el ámbito doméstico como un lugar donde se produce explotación y opresión. Cuando nos queremos desendeudadas, nos oponemos a privatizar en cada casa y en clave de responsabilidad familiarista aquello que debiera ser discutido colectivamente.

Por eso hoy cuando decimos que nos quedamos en casa, decimos al mismo tiempo que una casa no es segura si hay violencias machistas, pero tampoco si está sujeta a especulación inmobiliaria o si está llena de deudas para vivir. Este 3J volvemos a decir que la deuda es con nosotras y nosotres y que un impuesto a las grandes fortunas, es indispensable para recuperar lo que nos deben, para tener recursos que salaricen los trabajos domésticos y comunitarios, para asegurar servicios públicos gratuitos y derecho a la vivienda. En síntesis: para lograr que las precariedades económicas dejen de exponernos a las violencias machistas. Porque desendeudadas nos seguimos queriendo.