Un hombre de unos cuarenta y pico de años, musculoso y fornido, comienza a delinear sus ojos y a apretar sus piernas en las calzas más ajustadas que puedan imaginarse, antes de aplicar el toque final de spray sobre su rubia y larga cabellera. La seriedad durante una serie de persignaciones, práctica con algo de religioso y mucho de ritual anti mufa, preceden la salida del camarín con un largo vestido de gala y una enorme sonrisa en los labios. El ring y sus fans lo esperan, como desde hace casi tres décadas. Se trata del mexicano Saúl Armendáriz, más conocido a ambos lados de la frontera como Cassandro, dueño de varios premios de la World Welterweight Championship en los Estados Unidos y una leyenda en su país natal. El documental más reciente de la francesa Marie Losier –que tuvo su paso por la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata– está centrado en un personaje tan fuera de lo común que bien podría ser la creación de un cineasta dispuesto a los excesos. Pero la carne y los huesos de Cassandro no son producto de la imaginación; tampoco las profundas cicatrices desperdigadas en la piel y la docena de placas y tornillos de metal que engalanan su colección de radiografías.

Nacido en El Paso, Texas, de padres mexicanos, al momento del rodaje el protagonista ha dedicado veintisiete años de su vida a una actividad popular que aúna el deporte con el espectáculo guionado: la lucha libre o el catch, que en la Argentina tuvo su época dorada con los Titanes en el Ring de Martín Karadagián, y en México es una institución con una tradición y penetración cultural inconmensurable. Cassandro, sin embargo, es un luchador muy particular: a diferencia de la mayoría de sus colegas, no hay máscara que oculte su identidad y su rostro está siempre engalanado con rubor, rouge, pestañas largas y purpurina. En otras palabras, se trata de un “exótico”, expresión que tiene su propia entrada en Wikipedia. Los exóticos siempre existieron, al menos desde los años '40, como afirma el homenajeado frente a la cámara de una periodista, “aunque en esa época eran los payasos, estaban ahí para que la gente se riera”. Las imágenes de su plenitud física en el ring, en los años '80 y '90, demuestran que los exóticos también pueden “patear culos” (Cassandro dixit) y su presencia constante en las tablas fue punta de lanza de una diversidad en el mundo del catch inimaginable años atrás.

Losier, quien siete años atrás dirigió el hit festivalero The Ballad of Genesis and Lady Jane, decidió seguir a su protagonista a través de los últimos años de actividad profesional, poco antes de que un mal golpe en el escenario le impidiera continuar con sus actividades como luchador. Como si se tratara de un viejo álbum de fotografías que recorre una parte sustancial de la vida de una persona (el rodaje en 8mm y 16mm no hace más que apoyar esa sensación de pasado analógico), la cámara sigue a Cassandro en el detrás de escena de las peleas, en la intimidad del hogar, en alguna fiesta familiar, recorriendo las calles y edificios que marcaron los inicios de la actividad, confesando algún período oscuro del pasado, en particular su larga lucha con las adicciones.

El sincretismo religioso hace su aparición en una serie de secuencias que cruzan el registro documental con la puesta en escena y una bella imagen sobre el final imagina el velatorio de Cassandro como un tableau vivant ultra kitsch. El resultado es un retrato que comienza a perder su aparente extravagancia a medida que la humanidad se hace más evidente y cercana, sin dejar nunca de lado los placeres de la lucha, sus coreografías, su arte y su magia. Un valsecito acompaña los títulos de cierre, con un Cassandro ya retirado de las “llaves”, golpes y caídas pero abierto a las posibilidades del futuro, entre otras ser la estrella de su propia película.

Cassandro, The Exótico! 7 puntos

Francia, 2018

Dirección: Marie Losier.

Guion: Antoine Barraud y Marie Losier.

Duración: 73 minutos.

Estreno en la plataforma Mubi.