Ofelia Fernández tenía quince años y varios de militancia cuando el primer Ni Una Menos colmó la plaza del Congreso, en una concentración que no fue una marcha sino un apretuje de cuerpos sorprendidos por la convocatoria. Miles nos volcamos a las calles porque entendimos que “femicidio” no era sólo un tipo de delito penal. Entendimos que se trataba de una categoría política que denuncia el modo en que la sociedad vuelve natural algo que no lo es: la violencia machista.

Al año siguiente la concentración devino marcha: de Congreso a Plaza de Mayo. Se sumaron las organizaciones con sus banderas, y las veredas desbordaron de amigues de la mano, madres e hijas, abuelas, compañeras de colegio y de trabajo que salían de sus lugares para movilizarse juntas en eso

que era duelo colectivo por las que nos faltaban y alegría infinita de sabernos juntes y libres, ocupando las calles.

Lo que siguieron fueron años de desborde feminista. Cada una tenía un motivo personal para marchar. Nos sabíamos gotas convirtiéndonos en marea. Habíamos comprendido masivamente que terminar con la violencia machista era mucho más que pedir que no nos maten. Era denunciar la invisibilización de nuestros trabajos, y la violencia de un sistema económico que nos quiere endeudadas, con salarios y jubilaciones de miseria. Entonces ya no pudieron faltar a nuestras citas, que se convirtieron en huelgas, los sindicatos, las compañeras de la economía popular, y las miles de colectivas que se formaron en esos años, al calor de asambleas, encuentros y movilizaciones.

Con ese ímpetu, la lucha histórica por el aborto legal, seguro y gratuito se hizo más multitudinaria que nunca. La fuerza de la calle la empujó a Ofelia desde la plaza hasta el plenario de comisiones en el que se debatía el proyecto por primera vez en la historia. “Este pañuelo es nuestro uniforme en las escuelas” decía allí, tres años después del primer NUM, como representante del movimiento estudiantil, motor fundamental de la revolución feminista.

Apenas un año después, se convertiría en legisladora de la Ciudad de Buenos Aires, y la más joven de Latinoamérica. “Nunca nadie escuchó tanto a la política como nosotras en esas vigilias frente al Congreso. ¿Y saben qué? Les perdimos un poco el respeto después de escuchar las barbaridades que tenían para decirnos. Nadie nos puede venir a decir que nos falta ni capacidad, ni experiencia, ni formación para ocuparlos nosotras mismas”, decía durante la campaña en 2019.

--Alguna vez dijiste que en el primer Ni Una Menos fue como si hubieses entendido todo lo que te incomodaba en la vida. ¿Cómo fue vivir ese momento de explosión en las calles?

--Fue clave, un antes y un después. Fue literalmente el momento en el que pude entender y condensar una serie de experiencias e injusticias en las que venía pensando como militante, pero para las cuales todavía no encontraba un nombre. Antes del Ni Una Menos entendía que había una serie de desigualdades específicas que tenían que ver con mi condición de género, pero las tenía atomizadas, separadas. El feminismo para mí era un objetivo teórico y práctico de desandar el machismo interior, que tenía más que ver con una carrera para llegar a denominarte feminista que la pertenencia a un movimiento popular, que se expresaba en las calles en determinado momento de la historia. El Ni Una Menos me permitió entender que todas esas cosas eran una sola, que se llamaba patriarcado y que mostraba su peor versión en esas muertes que denunciábamos masivamente.

Pero también me hizo entender que ser feminista no era un proceso intelectual ni la conquista de ninguna credencial, sino que era esa marcha, esa gente. Era saber que en ese momento empezábamos a tomar la decisión de estar del lado de la historia, de quienes quieren cambiarla.

Entendí también que la agenda del feminismo no eran reivindicaciones ni de segunda, ni aisladas, ni exageradas. Eran parte de una totalidad, de una integralidad que teníamos que empezar a incorporar de inmediato como militantes. Fue un punto de quiebre.

--¿Recordás que discusiones tenían en aquel momento? ¿Cuáles fueron esos quiebres se produjeron después del 2015?

--En 2015 fuimos candidatas en las elecciones del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini dos mujeres y ganamos, por primera vez en la historia. En las tomas, la de 2013 por ejemplo, una de las consignas era la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), pero era una consigna que se consideraba poco importante. El conflicto central era contra la Nueva Escuela

Secundaria y la ESI era más de relleno. Y de repente en 2015 empezó a ser una reivindicación clave porque el movimiento estudiantil se volvió feminista y entendió que la ESI era una herramienta importante para ampliar la disputa de sentidos en torno a nuestros vínculos, que era algo que ya veníamos haciendo. Cuando estaba en primer año, le pregunté a las compañeras de la Comisión de género por la historia de la comisión. Me contaron que en un principio se llamaba Comisión Mujer y no precisamente por una crítica al binarismo sino porque cuando era Comisión Mujer no podían ir varones. Y en ese momento lo contaban así. Y yo también lo naturalizaba. En retrospectiva eso tiene que ver con que los militantes más “importantes” eran los varones. No podía haber una comisión en la que ellos no pudiesen participar, discutir, encabezar. Había muchas señales, síntomas, pero todavía no teníamos la fuerza colectiva. Y eso cambió radicalmente después del Ni Una Menos. Ya sea porque pudimos conducir el Centro de Estudiantes, o protagonizar una toma contra un tipo violento y decir que eso era violencia de género, que había un patrón en quienes ejercen la violencia que no es accesorio.

--Empezaron a viajar a los Encuentros y a hacerse visibles para el resto, ¿cómo fue ese quiebre?

--2016 fue el primer año que viajamos como Centro de Estudiantes al Encuentro Nacional de Mujeres.

Fuimos también el primer colegio en redactar un protocolo contra la violencia de género. Todo eso fue en 2016, y no es casualidad. El nivel de iniciativa que tiene la juventud siempre, combinada con la posibilidad de esta nueva agenda, nos permitió desahogar un montón de injusticias que se vivían en la escuela, encuadrarlas en ese movimiento que se llama feminismo. Cambiaron absolutamente las discusiones y la forma de darlas. Al hecho de pensar qué escuela queríamos se le sumó pensar qué escuela sería una escuela feminista. El cruce fue muy armónico.

--¿Cómo fue pasar de ser una militante referente joven a dirigente de una organización política? En 2015 se produjo un desborde de las organizaciones y la proliferación nuevos activismos ¿Cómo lo vivís como legisladora, con tus compañerxs de organización?

--Nunca fui muy ortodoxa con lo que implica la orgánica y demás. Por eso será que milito en una organización (Vamos – Frente Patria Grande) que tiene más que ver con la militancia de base, sectorial, con la mirada puesta en los movimientos. Me siento cómoda con el equipo que conformamos en la legislatura, con lxs compañerxs que aportan en un tema específico, que territorialmente tienen cercanía con una problemática y nos la pueden trasladar. Funciona porque el anclaje es real. A mí se me dio muy fácil esa transición porque la pienso en esa clave. Ser parte de los movimientos en los que también creo y tener la espalda de lxs compañerxs que siguen militándolo desde las bases. Esa es mi guía y mi puente para estar ahí.

--Con la pandemia se ve muy claramente una ciudad dividida en dos a la que solés referirte ¿Por qué creés que se tardó tanto en reaccionar en los barrios populares de la Ciudad?

--Se llegó tarde en todo sentido. Lamento mucho eso porque esos sectores ya están pagando las consecuencias. Y lo que se ve es que va a pasar lo mismo en otros barrios si se siguen cometiendo los mismos errores. Lo que parecía algo de la 31 va a ser un problema de la 1-11-14, la 21-24. Toda esa población fue arrojada a su azar, a su propia suerte, sin preparación del sistema de salud para recibirlas, sin un protocolo sanitario que indique como actuar con las particularidades de ese territorio. Desde el primer minuto dijimos que el protocolo para barrios populares iba a ser fundamental por si aparecía un caso y que iba a ser una herramienta clave.

--¿Cómo es integrar un frente de gobierno, viniendo de experiencias militancias siempre de oposición?

--Es raro, obvio. Pero también el escenario es muy particular, no hubiera imaginado nunca esto de estar todxs encerradxs en nuestras casas porque hay un virus dando vueltas. Pero a la vez creo que el contexto sirvió para tener muy en claro por qué vale la pena. La razón para juntarse y ganarle al macrismo no era solo ganarle. Era para poder tener, en momentos como este, un gobierne que cuide a la gente. No sólo en términos sanitarios sino también en su orientación económica, con medidas que se hacen cargo de la realidad desigual que vivimos, del contexto socioeconómico en el que estamos y de la necesidad de que el Estado esté para las grandes mayorías.

Por supuesto que en mi imaginario de qué significaba ser gobierno aparecían otras cosas. La posibilidad de levantarse de estos cuatro años y no la de caer más profundo porque el mundo se cae con una pandemia mundial. Y en este contexto de emergencia, confío y me siento bien en el rol de oficialista.

--Alberto Fernández dijo en su campaña que, si se equivocaba, se lo hicieran saber en las calles. Claro, sabía que no íbamos a poder marchar (risas) ¿Qué te haría salir a las calles a reclamar un cambio de rumbo?

--No quiero especular con eso ni generar los escenarios en los que esa confianza podría agotarse.

Somos un espacio que no tiene razones para no decir sus críticas. Cuando pasó lo del precio de los alimentos que tenían que llegar a los barrios, y veíamos que tenían turbulencias en el camino, Juan (Grabois) fue el primero en denunciarlo, sin que eso implique una ruptura. Entendemos que es un proyecto político amplio y que por momentos puede imperar una visión sobre otra. Pero si tenemos algún desacuerdo, nosotrxs como un ala específica, lo vamos a marcar porque nos sentimos parte y con mucha exigencia, porque es nuestro gobierno. Cuando confiás en que sos parte del proceso que necesita el país, vas a cosas más puntuales, más específicas. La diversidad es una fortaleza del espacio.
Y las críticas no tienen que ver con desestabilizarlo sino con aportarle con una mirada que nos parece importante e impostergable, que es la mirada de lxs de abajo, en distintos planos.
Ya sea por la economía popular o por el propio movimiento feminista. Y eso para nosotrxs es una virtud.

--En 2019 se generó mucha expectativa con que el feminismo ocupara nuevos lugares en la representación política y en el gobierno en general ¿Cómo ves el espacio que está teniendo hoy el feminismo?

--Hay una dificultad muy grande entre la exposición a la violencia y la capacidad de acción. El aislamiento obligatorio agrava la vulnerabilidad. La menor posibilidad de contacto, de presencia, de intervención real y territorial genera peores condiciones. En ese contexto, el Ministerio de Mujeres,

Género y Diversidad es una conquista muy importante que creo que viene intentando estar a la altura. También hubo muy poco tiempo y yo soy paciente para ver cambios estructurales. No son procesos que puedan darse tan rápido. Pasar de una política de recorte al presupuesto contra la violencia, del cierre de refugios a una de apuesta, es un cambio rotundo. Y eso está en construcción.

Hoy hay medidas para atajar la situación. Se amplió la línea 144, se dio un bono salarial a las trabajadoras que reciben las denuncias. Mejorar sus ingresos es importante porque implica la creencia de que tienen que ser una pieza fuerte del Estado la destinada a contener a las compañeras que sufren violencia. Por supuesto que no son suficientes en esta sociedad en la cual cada medida que lanzamos posiblemente no esté terminando de salvar a las compañeras. En la primera línea contra el virus están sobre todo las trabajadoras, que cumplen tareas profundamente feminizadas, sin el debido reconocimiento salarial. También sobre las tareas de cuidado en los hogares, que llevan siempre adelante las madres, las jefas de hogar y que no tiene reconocimiento en la sociedad como trabajo. Las feministas tenemos una mirada particular para la pandemia, que incluye todas estas cuestiones.

--¿Cómo es tu vínculo con el movimiento feminismo hoy?

--Me vinculo de la misma manera que siempre. Sintiéndome parte. Siempre fui una militante del movimiento feminista y lo sigo siendo. Eso no me lo quita lo legisladora. Lo legisladora sólo me da la posibilidad de proyectar mi voz un poco más alto o intentar que tenga influencia en las decisiones que se toman en un lugar específico pero mi noción y mi registro al respecto sigue siendo desde un lugar de militante. Este año fue más difícil encontrarnos en nuestros lugares comunes y no tuvo tanto que ver con cruzarnos en la movilización pero con las redes que seguimos tejiendo virtualmente, cruzándonos y me siento profundamente parte.

--¿Creés que hay cosas que no se están diciendo en relación con lxs adolescentes y la pandemia? ¿Cómo ves los discursos sobre lxs jóvenes que circulan en esta crisis?

--A diferencia del relato que a veces se arma, del adolescente queriendo estar en la suya y demás, a mí alrededor los veo muy respetuosos y cuidadosos con lo que implica este proceso. Yo por ejemplo tengo veinte años y estoy dentro del grupo de riesgo. Y le pasa a un montón de otrxs pibes. Lxs pibes lo entienden, y están en sus casas cuidándose, aunque haya algunes que prefirieron ir a la plaza a decir que el virus no existía. Está siempre el placer del adulto de explicárselo como si no lo entendieran. Esos mitos de que los jóvenes eran los que iban a romper la cuarentena, etc, no creo que se condigan con la realidad. No sé si hace falta profundizar una mirada sobre la juventud, sino que los demás tengan en consideración la mirada de la juventud en sí misma y se den cuenta de que tenemos dos dedos de frente.

--¿Cómo te imaginás el mundo post pandemia?

--No lo sé. No puedo ni decir qué mundo tendremos en un mes. Creo que no estaría bien acelerarse.

Entiendo que es una tarea fundamental pensar el después, pero creo que es ponerse demasiada presión el querer tener la capacidad de intelectualización para responder qué viene. Se está deseando “volver a la normalidad”. Pero ¿qué significaba esa normalidad y cuál fue el precio?
Tenemos que poder delinear al menos estas cuestiones para estar listxs para el mundo que se venga.
En realidad, para construir el mundo que se venga. Tenemos que poder ponerles términos y condiciones a los modos de vida y de explotación de ese mundo para asegurarnos de que no nos toquen las mismas cosas, que podamos cambiar a tiempo algunos ejes fundamentales, tener un mundo sustentable. No es muy concreto esto que digo porque también cada quién lidia con sus propias angustias y frustraciones en esta cuarentena y es difícil canalizarlo en una expectativa contundente y clara de lo que vaya a venir después, pero sabremos que estaremos ahí para ponerle el pecho. Sobre todo, ahora que tanto extrañamos hacerlo y que tan claramente entendimos cuál era el riesgo de no militar para cambiar la historia.