Obviando a los fascistas y a otras mierdas, de todas las personas insoportables de la tierra a los que más desprecio es a aquellos que saben cómo debe vivir el otro. Los sabelotodo son otra plaga que abarca el mundo sin distinción de sexo, raza y credo. En plan de definirlos, podríamos encontrarles puntos en común: personas que se atienen fuertemente a los mandatos sociales, burgueses o de clase media o que se autoperciben como tales, además de religiosos y de creerse virtuosos moralmente.

Dicho así suena casi simpático porque en esa categoría entran amigos y tíos aparentemente inofensivos, pero detrás de esa aura de inocencia se esconde un intento de colonización de ustedes, de mí, un desembarco sobre los gustos, las ideas y las elecciones de los otros, sea por hippie, puto, rebelde o ateo. No les importa que les digas una y otra vez que es ilógico que las siete mil setecientas millones de personas que habitan la tierra crean sientan y piensen más o menos lo mismo. Lo ilógico para los sabelotodo es que la gente no entienda que nadie más que ellos tiene razón.

Es que la lógica y las estadísticas nada pueden ante las convicciones de un sabelotodo. Así como nosotros, de curiosos nomás, tomamos como medida de las cosas los hechos históricos, las teorías políticas y cosas así, los sabelotodo construyen su discurso con ellos en el centro de las comparaciones. Yo, yo, yo. Aunque no digan yo, todo lo comparan con ellos y todo lo que no se les parece está fuera de esa norma no escrita que respetan a rajatable.

Los sabelotodo creen que son los únicos que trabajan, que estudian, que se sacrifican. No importa que les digas que un tipo que vive en la villa se hizo una casa de cinco pisos con sus propias manos. No importa que les muestres tu trabajo y tus logros. El sabelotodo encontrará la forma de descalificarte por alguna particularidad, real o no, definida en una palabra: vago, negro, mantenido, zurdo.

Los sabelotodo temen al cambio y por lógica a los avances sociales. Por eso niegan el matrimonio homosexual, el uso permitido de las drogas, el aborto legal, así como antes negaron el rock, el pelo largo, la psicodelia y las revoluciones. Si fuera por ellos, el mundo estaría detenido en el sitio donde se sienten cómodos. Detrás de eso hay miedo, miedo de que el mundo se desmadre, de que se salga del camino y tener que elegir otra vez (si es que alguna vez eligieron y no están viviendo igual que padres y entorno).

El sabelotodo no tiene un aspecto definido. Por eso se disfraza de cualquier cosa: tío piola, primo querido, profesor universitario, vecino. Hasta acá sería algo anecdótico si no fuera porque en época de crisis se transforman en delatores, en entregadores, en personas que odian. Y no sienten que delatar y odiar sea algo malo porque para el sabelotodo los otros viven en pecado, en disidencia con la vida, en el puro error, y merecen ser castigados.

Curiosamente, el sabelotodo sabe poco. No confundir con los que saben y usan su saber para confundirnos. El sabelotodo sabe sólo lo que sostiene su forma de vida. Se asoma poco a otras realidades para no tener que cuestionar su vida. Cuando se asoma, es para ratificarla.

No les niego algo de razón. Quizá así sea más fácil ser feliz. Me corrijo. No tengo dudas de que son más felices. No tienen incorporada la duda como motor, no se cuestionan, no creen que haya otra cosa más allá de ellos. Si la hay, está equivocada. O la niegan al no conocerla. Si la conocen es de lejos, como turistas.

Lo que hay que aprender del sabelotodo es que, aun en solitario, es capaz de derramar su evangelio sobre los otros. Un sabelotodo puede ser más fuerte que un camión de hippies. Justamente porque no duda. Y para el sabelotodo no hay tema menor. Opinará sobre la forma en que tenés que llevar el pelo, tus gustos musicales, hasta de la conveniencia de la apertura o cierre de un país acosado por un virus mortal. Por supuesto, un sabelotodo sabe más que un médico, un ingeniero y un filósofo juntos.

Sólo hay chances de coincidir con ellos en temas menores y difíciles de contrastar: los Beatles, El Chavo, quizá Messi. Pero si el tema incluye a alguien incómodo como Charly o Maradona, el sabelotodo te dará una lección: Maradona no. ¿Por qué? Porque no vive como ellos creen que debería vivir. No les importan las palabras de Maradona: “Si vos no fuiste ni hasta el obelisco”. O no las conocen, o no creen que sean dirigidas a ellos.

El sabelotodo es angelical. Puede ser un hijo de puta en su cotidianeidad pero no lo parece, no se muestra tal como es. Por supuesto, nunca se autopercibe como alguien malo.

Desarticular a un sabelotodo es imposible. Y menos servirá citarle películas, libros o momentos históricos. Si mira esas películas las ve como un turista intelectual. No saca conclusiones que afecten su estoicismo.

De ellos abrevan las iglesias y los sistemas que se alimentan del odio, de la inercia, del conformismo. El sabelotodo es la víctima ideal de la política vacía. La duda que me queda por aclarar es si el sabelotodo lo sabe o se deja llevar porque le conviene. No habría que descartar su sagacidad.

Flaquean, pero poco, cuando no les molesta que el hijo de un rico sea vago mientras que te acusan de vago a vos. Pero apenas se les nota que flaquean. En eso también son sagaces.

Y, por fin, lo más importante: no vale que les digas que nunca intentaste que ellos vivan igual a vos. Que cada uno vive como quiere o como puede. Ante esto, un sabelotodo se encogerá de hombros y dejará que la historia que lo rodea, que está de su lado, te dé la lección definitiva.

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