La imagen que vuelve una y otra vez. El último Rubén Juárez, el mejor, con sus rulos. Su camisa negra. Su sudor. Su bandoneón. Y esa voz. Ese casi decir profundo y emotivo. Sincero. Ese registro, quebrado a veces, poderoso siempre, para atrapar una intensísima versión de “Desencuentro”, de Troilo y Cátulo. Entre medio de la pieza, y al final, la gente se parte en aplausos. Después llegan los títulos. Se escuchan balazos de goma, gritos, y aparece una leyenda: La Fusa y Alcantarilla presentan Album blanco en tiempo negro. La figura del Negro, de cuya muerte este sábado se cumplen diez años, podría encararse de diversísimas maneras. La que eligieron Carlos y Gastón Varela (amigos, no parientes) fue la de uAlbum blanco en tiempo negro.n documental que, bajo el nombre predicho, contiene tales secuencias. Y muchas más. “La idea de Carlos, antes de ponernos a trabajar, era la de trazar una línea entre Gardel-Sosa-Juárez”, introduce Gastón. “Confieso que me negué, por Sosa, pero como retruque le propuse hacer una relación entre el Álbum Blanco y la Argentina de 2001 y 2002. O sea, el contexto social y político en que se grabó el disco”.

Carlos Varela y Gastón Varela

Cuajó justo. Los Varela se pusieron a trabajar en el último disco en estudio de Juárez, y en su contexto social. Carlos, productor, cantor, manager y amigo del Negro, fue al encuentro de los numerosos archivos sonoros y visuales que pueblan el trabajo. Los del estallido de diciembre de 2001. El del concierto en el Café Homero, ideado, producido y proporcionado por el mismo Carlos. O el de la presentación del Album Blanco en el ND Ateneo, realizado por el canal “Solo Tango”. “El resto de los archivos fue cuestión de indagar, encontrar y seleccionar con qué imágenes nos quedábamos. Tal es el caso de la represión de 2002 en Puente Pueyrredón y la posterior masacre de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en la estación Avellaneda”, detalla Carlos. Y sus palabras, claro, se traducen en el documental. En el terror azul que cayó esos aciagos días sobre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. En el desfile de heridos durante aquellos días aciagos. En la interpretación desgarrada de “Ciudad de nadie” (Alejandro Szwarcman), tema clave del trabajo.

“Uno de mis principales recuerdos sobre disco de Juárez es el que lo liga a su contexto. Siempre existe una dialéctica entre ´productor-producción-producto´. Es decir, una interrelación entre el creador de una obra, la obra misma y el contexto en que es realizada. En este caso, esa dialéctica expresa de manera extraordinaria los tres elementos en cuestión, porque el calado de Juárez artista, la potencia del Álbum blanco como obra y la complejidad de la realidad política, económica, social y cultural argentina de 2001-2002 eran de una importancia completamente determinantes”, analiza Gastón, guionista del film. “Si tuviera que utilizar una metáfora para simbolizar la situación diría que así como en la calle había buena parte de la población tirando piedras al sistema neoliberal hambreador y opresivo, en la estética de Juárez estaba ese cantar y tocar tirando piedras a expresiones artísticas decorativas y negacionistas. Por eso, la correlación como expresión también popular, furibunda, rebelde, callejera, transformadora y original”

Album blanco en tiempo negro entrelaza entonces ambas dimensiones: arte y política. Muestra el desangre en las calles, a la vez que al mismo Juárez narrando aspectos de su vida musical y personal, acompañado por emotivos testimonios de Susana Rinaldi, José Angel Trelles, Eladia Blázquez, Raúl Garello, José “Pepo” Ogivieki, Noelia Moncada y “Cucuza” Castiello, entre otros y otras. Voces a su vez ensambladas con imágenes que detectan al cordobés tocando ranchera, milonga, o una sorpresiva versión de “Canción para mi muerte” junto a Charly García en el Festival de Nantes. “Tocar con Juárez se debe parecer a tocar con Miles Davis”, se le escucha decir a Ogivieki. Eladia lo enaltece aún más al definirlo como un “señor ser humano”. Y la Rinaldi que define su voz como “conocedora de ese misterio que es el bandoneón”, mientras el mismo Juárez da la nota con una sentencia que suena como un cross a la mandíbula para los recién iniciados en el fueye. “A este instrumento lo podés, o te puede”.

Pero el gran hallazgo de los documentalistas es tal vez el registro en un casete casero de “Che Bandoneón”, que el protagonista tocó con Astor Piazzolla en París, el 11 de marzo de 1981. Era la sorpresa que Carlos tenía en sus manos. “Es un tesoro, como esa carta brava que se guarda para sorprender”, se ríe éste. “Los coleccionistas tienen esas cosas… yo no lo soy, pero tengo algunas de esas mañas. Cuando llegó el tiempo de hacer este documental creí que era necesario contar qué sucedió en el encuentro Piazzolla-Juárez, porque nos perdimos un momento cumbre en la historia de nuestra cultura. Algo que ya tenía los arreglos musicales, las obras y nada menos que a Astor dirigiendo a Rubén. Resulta imposible creer que una compañía discográfica le negara a su artista que participara con otro artista del tamaño de Piazzolla en otro sello”, afirma Carlos que fue productor y manager de Juárez durante el período que abarca el film, además de admirarlo desde siempre.

“Si bien lo conocía de antes, recién tomé confianza con Rubén en noviembre de 2001, en un recital en el Café Homero. Esa actuación me voló la cabeza y pensé ´no puede ser que semejante artista lleve 16 años sin grabar´”, evoca el director y editor del documental, dando cuenta de una rara realidad: siendo lo que era, Rubén Juárez había grabado su anteúltimo disco (De aquí en más), en 1987. “Al finalizar ese concierto hablé con Ogivieki y le propuse hacer un disco con Rubén. Así fue como Pepo organizó la reunión en el Homero. Hubo muchas idas y vueltas en la charla, pero al final Juárez aceptó la idea, para lo cual fue muy importante el ´as´ que yo tenía bajo la manga: el título iba a ser el Álbum blanco de Rubén Juárez, pues yo conocía su amor por Los Beatles”, evoca. “Ahí mismo, al darme el ok, me pasó la dirección de su casa y me dijo que me esperaba a la mañana siguiente a desayunar. Ese desayuno no me lo olvido más, fue en la cocina de su departamento de Blanco Encalada y Álvarez Thomas: él parado en un extremo de la cocina y yo sentado en el otro, cuando se despachó con algo que yo jamás hubiera esperado. Me dijo: ´Quiero que además de productor de mi disco, seas mi manager´. Me quedé sin palabras. Le dije que estaba loco, pero él insistió”.

El documental, realizado de manera independiente, está terminado y listo para ser exhibido, pero los Varela no saben cómo ni cuándo podrán hacerlo. La fecha prevista era hoy, 31 de mayo, en Córdoba, pero el Covid 19 obligó a posponer. “La secuencia de Juárez cantando ´El choclo´, como si rapeara, superpuesta con las manifestaciones callejeras y luego la represión es para mí la más fuerte”, opina el escritor Gastón. “Creo que aquí está la motivación central del argumento del documental”. “A mí se me hace difícil elegir una secuencia, ya que cada una representa un momento, una circunstancia y un clima”, tercia el cantante. “Pero si tengo que hacerlo, opto por la del final, cuando entre títulos, créditos y agradecimientos se va intercalando ese diálogo ficcional entre Juárez y Héctor Arbelo, que fue el primer músico profesional que lo acompañó... se me ocurre pensar que seguramente el Negro hubiese recibido este material con mucha satisfacción. Pero siendo manejador de la ironía hubiera dicho: ¿No es un poco mucho, Angelito?”, ríe Carlos.

--Hoy se cumplen diez años de la muerte de Juárez. ¿Qué se fue con él?

Carlos Varela: --Una gran parte de la porteñidad. De esa cosa que juntaba el ayer con el hoy, lo tradicional con lo contemporáneo. Se fue el Buenos Aires de la bohemia, el de los “códigos”. Y no hablo de códigos en el sentido a veces delictivo en que se usa la expresión. Sino de códigos de barrio, de amigos, de noche, de copas, de historias de tipos de carne y hueso.

Gastón Varela: --En mi percepción, tras su muerte quedó como un ser encantado, en términos de candomblé. Una de las peores muertes para un artista es el olvido de su obra, y eso puede sucederle en vida. En este caso se produce lo inverso, porque su obra se visita permanentemente… si tengo que definir esa aparición que hace el Negro en mi recuerdo diría que es bajo la forma de un prestidigitador de almas.