Ni una más mal tratada, subestimada, prejuiciosamente mirada, excluida por diferente, por extrema, por inasible, por excéntrica, por escabullirse de los mandatos.
Ni una menos por poner su palabra y su cuerpo para que otras palabras y otros cuerpos sean escuchados y visibilizados por aquellos que aún sienten y piensan que es posible sesgar una historia, un presente y un futuro.
Ni una más que se calle, que se avergüence por unos supuestos kilos de más o por un pelo indomable, por las arrugas que llegan y por las miradas ajenas que le sugieren que está vieja.
Ni una más obligada a parir por una cesárea innecesaria, muerta por aspirarse una grasa que la atormenta, por perderse a sí misma en una cara que ya no es la propia, sino la que quieren que tenga.
Ni una más pensada como diosa y poseída como demonio, definiendo su existencia y su deseo en el deseo de ese otro que la asfixia.
Ni una más sacralizada a los 15 cuando la belleza es un don que se vislumbra en paradojas que no la dejan verse entera en el espejo. Ni una más exigida a la sabiduría a los 30 cuando aún está aprendiendo, incluso a equivocarse. Y ni una más desechada a los 60, cuando sus decisiones siguen interpelando el tiempo que transita con la plenitud de la síntesis que suele llegar cuando se ha vivido intensamente.

Ni una más despojada de su propia percepción a la hora de decidir su identidad.
Ni una más ultrajada y comprada por extraños, como la joven de la noche del prostíbulo de La Rosa que lloraba mientras pensaba que ese - ese- era su único destino posible.
Ni una más enterrada de pie, como aquella mujer que a los 33 años dejó su vida en una obra que hoy ya nadie discute, y es un faro luminoso como su cabello rubio que tildaron de prostibulario y excesivo.
Ni una más criando hijos ajenos por un sueldo magro entregado como dádiva o trabajando sin aire en un taller nauseabundo donde la obligan a coser la ropa que luego nos ponemos para defender sus derechos.
Ni una más investigada por sus deseos y silenciada, tratada de histérica o de compulsiva, de soberbia, de arrebatada, o de loca.
Ni una más encerrada y analfabeta, imposibilitada de ejercer sus derechos en espacios como ruinas, malolientes, donde sus hijos respiran el aire de nuestra incapacidad y nuestras condenas.
Ni una más sin flores, abandonada en fosas comunes, en huesos esparcidos en lugares que saben nunca dejaremos de buscar porque la tierra es madre y siempre -siempre- conserva los rastros de sus hijos y los devuelve, aún en cenizas gloriosas de hallazgos tardíos. 

Ni una Menos, Ninguna Más.

Para que la sangre no se haya derramado en vano, hagamos que la nuestra no riegue las plantas del jardín de los que parecen haber roto los puentes de nuestra solidaridad y nuestro sentir soberano.
Para todas las mujeres que hoy decimos Ni Una Menos y para aquellas a las que convocamos a reflexionar con nosotras, sororamente abrazadas, en un espacio amoroso y vital que finalmente nos una en la mixtura de las diversidades y el respeto por cada una de las miradas.
Y que sea un Ni Una Menos con todas, todos y todes, revelación de una conciencia colectiva que hoy estalla, como estallan los estadios íntimos de un cambio de época que llegó para quedarse.
Sumando, siempre sumando, en ese lazo infinito que aporte nuevos sentidos y que teja la trama que nos devolverá el abrigo frente a las inequidades y la injusticia.

* Vicegobernadora de la provincia de Santa Fe.