La Organización Mundial de la Salud destacó el rol de la Argentina en la lucha contra el coronavirus. A pesar de eso, los militantes anticuarentena descargan artillería pesada contra la estrategia sanitaria oficial. Alfonso Prat Gay apuntó contra la gestión de Alberto Fernández (des)calificándolo como “gobierno de infectólogos”.

Esa estrategia discursiva es replicada por redes sociales y miembros del periodismo hegemónico. Por caso, Marcelo Longobardi manifestó que “la infectocracia que nos gobierna nos va a volver locos”

Otra manifestación en ese sentido fue un documento firmado por 300 personajes (Sandra Pitta, Santiago Kovadloff, Juan José Sebreli, Luis Brandoni, Federico Andahazzi, Darío Lopérfido, entre otros) que denuncian la existencia de una “infectadura”.

Ese tipo de mensajes son una secuela de la campaña de desprestigio del Conicet impulsada por sectores macristas a fines de 2016. Parecen comentarios irreflexivos pero no lo son. La intención de esa vocinglería escasa de argumentos es debilitar al gobierno.

Esa conducta resulta repudiable en medio de una pandemia, como reconocen algunos dirigentes opositores. Lo cierto es que esas cuestionables prácticas distan de ser exclusividad argentina. En una nota titulada “Es política, no tecnocracia”, el monárquico periódico ABC español ataca al presidente Pedro Sánchez sosteniendo que “la frase más escuchada desde que comenzó la pandemia es que el gobierno adopta sus decisiones en base a criterios técnicos. Eso es sencillamente un imposible metafísico porque no existen “las decisiones técnicas” como no existen las sirenas, ni los marcianos, ni los centauros. Las decisiones son éticas, políticas, económicas. Lo que el lector prefiera. Pero nunca son técnicas”.

En el newsletter de Cenital, el politólogo Tomás Aguerre comenta que “es paradójico porque, históricamente, han sido las tendencias conservadoras las que habían utilizado la idea del saber técnico -en general, de (un tipo) de economistas- como fuente de legitimación política. El problema creo, está en la definición de tecnocracia. Tomar decisiones con sustento científico no es tecnocracia”.

La historia contemporánea argentina registra dos gobiernos con un acentuado discurso “tecnocrático”. El cursillista Juan Carlos Onganía fue pionero en esa materia. Una de las figuras claves en esa dictadura, el general Osiris Villegas planteaba que la elite debía “ocupar, en la dirección política del Estado, los puestos cimas y claves para la toma de la decisión; los puestos dirigentes deben ser de los capaces y no destino accesible para los politicastros o ignorantes”.

El repertorio discursivo macrista (meritocracia, el mejor equipo de los últimos cincuenta años) tuvo muchas coincidencias con las ideas-fuerza planteadas por el onganiato, más allá de la disímil legitimidad de origen de ambos gobiernos. En pocas palabras, los CEO eran los más capacitados para liderar un proceso de cambio y de modernización de la economía argentina.

Esa visión gerencial de la política asimila la gestión pública a una cuestión administrativa. Los problemas a resolver requieren meras respuestas técnicas. Lo cierto es que bajo ese manto de “neutralidad” se esconde la defensa de determinados intereses

En El enroque tecnócrata, el magistrado español Miguel Pasquau explica que “la tecnocracia no es encomendar a los técnicos las decisiones técnicas. Eso es simplemente sentido común. La tecnocracia es la utilización de la coartada de la complejidad técnica para sustraer a la política (y por tanto a la democracia) ámbitos de decisión que son políticos porque condicionan la suerte de intereses en conflicto”.

Los CEO eran representantes de intereses económicos concentrados, mientras que los infectólogos aportan una mirada científica para enfrentar una pandemia; vaya diferencia.

[email protected]

@diegorubinzal