Fernando, Carmela y Milagros Pérez Morales son libreros full time, fundadores de su propio sello editorial y, sobre todo, lectores voraces. Esta familia es el alma de Notanpuan, proyecto que acaba de cumplir 38 años de vida y que se desarrolló a la par de la democracia. Fernando inició su camino en el mundo del libro a los 23, edad que tienen ahora sus hijas mellizas. Horacio Battelini lo invitó a formar parte de La Boutique del Libro, donde fue encargado y socio hasta que logró independizarse. En 2015 apareció la idea de la editorial, y con ella el cambio de nombre para desprenderse de la franquicia y generar una identidad propia. Así surgió Notanpuan: librería, sello editorial y espacio cultural situado en San Isidro (Chacabuco 459), donde se ofrecen --en estos días online-- recitales, performances artísticas, lecturas, presentaciones y talleres.

El nombre llama la atención porque remite a la calle en la que se ubica la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Meca y Mili (así las llaman sus clientes), explican: “La idea del nombre surgió de papá: él siempre fue un gran lector y estuvo muy metido en el mundo del libro, pero nunca desde lo académico, entonces tenía mucha ironía sobre eso. En el nombre hay algo chicanero y, a la vez, muy afectuoso, porque no es No-puan o Anti-puan; es Notanpuan. La propuesta era difundir un tipo de literatura que no fuese tan académica, más accesible, relajada y por fuera de los moldes academicistas de cierta literatura argentina. Pero siempre hay algo de Puán. De hecho, creo que nosotras salimos mucho más puaners de lo que nuestro padre hubiese querido”.

Las hijas definen a Fernando como “un librero de mucha confianza y gran lector”, y cuentan que a sus manos solían llegar manuscritos de clientes que buscaban una opinión desinteresada. Cuando terminó de leer Los murciélagos, novela de Leonardo Pitlevnik que se convertiría en el primer título del catálogo, Fernando pensó: “Esto no lo quiero reseñar; esto lo quiero publicar”. Notanpuan arrancó casi como una iniciativa barrial: tanto el equipo –Francisco Cascallares (editor literario) y Mariana Azcoaga (diseñadora gráfica)– como los primeros autores eran de zona norte. “Nos dimos cuenta de que había un circuito muy interesante que le escapaba un poco al porteñismo cool de ese momento. Después fueron llegando materiales de otros lugares que nos encantaron y que hicieron crecer este proyecto”, cuentan.

La pandemia y las medidas de aislamiento generaron una profunda crisis para el mundo editorial independiente, y Notanpuan no quedó al margen. “Teníamos un calendario de publicaciones que, en este contexto, no creemos que vaya a suceder. La verdad es que nadie esperaba que después de cuatro años de neoliberalismo (una verdadera pesadilla para el mundo cultural), viniera una pandemia. Quedamos parados frente a la nada. Durante el macrismo tuvimos que pensar estrategias de cara a una crisis más convencional, algo que todos conocíamos. Pero la gran reinvención vino con la pandemia y todavía no estamos seguros si para bien o para mal”. Los libreros confiesan que el medio virtual sigue siendo extraño. Hace un mes se habilitó el delivery para las librerías, pero como negocio familiar no tuvieron la opción de tercerizar los servicios de mensajería: “Papá se sube al auto, una de nosotras lo acompaña en los recorridos para hacer entregas a domicilio y la otra se queda en el local tomando pedidos. Somos nosotros y dos empleados más poniendo el cuerpo para llegar con todo; hay algo físico y agotador en este oficio. Es muy paradójico porque, por un lado, el sistema de consultas pasó a la virtualidad pero, por otro, nuestro trabajo como libreros sigue siendo el mismo y durante la cuarentena se intensificó aún más”.

Como parte de las estrategias implementadas en la era Covid-19, inauguraron sus vivos en Instagram: los jueves las hermanas responden consultas de sus seguidores notanpuaners y los domingos se suma Fernando para hacer recomendaciones puntuales; también suele aparecer Marcelo, el can más aclamado del mundillo literario. En estos encuentros virtuales desfilan autores tan diversos como Fleur Jaeggy, Nick Cave, Susana Villalba, Gerbrand Bakker, Lina Meruane o David Foenkinos, pero el listado es mucho más extenso y queda registrado en sus posteos semanales. Mili y Meca explican que con la pandemia lo primero que perdieron fue el espacio para charlar cara a cara con los clientes. “Esa es la parte más linda de nuestro oficio. Entonces, un domingo en una charla post-asado surgió la idea de los vivos y la verdad tuvimos mucha más repercusión de la que imaginábamos. Empezamos a recomendar cosas que para nosotras eran raras y, de la nada, vendimos diez o quince ejemplares que en otro contexto quizás sólo hubiésemos comentado con tres clientes que son muy buenos lectores”.

Las consultas son de lo más variadas: algunos preguntan por novelas del siglo XVIII que transcurran en la Antártida, otros piden recomendaciones sobre literatura argentina contemporánea, consultan por la curiosa categoría de “libros para llorar”, o piden dedicatorias y regalos para quienes están lejos. “Algo muy loco en este escenario es que, a raíz de la pérdida de contacto, la gente te deja participar un poco de esas instancias de intimidad. Creo que todos nos sentimos un poco solos y tenemos ganas de hablar con alguien, entonces se habilitan vínculos como el romance que se genera con un librero cuando te recomienda algo particular”, sintetizan.

Lectoras precoces y conocedoras de su oficio, las mellizas pueden responder con destreza casi todas las consultas, y cuando no saben algo se comprometen a investigar. Sus recomendaciones incluyen muchas escritoras, pero explican que no es un acto deliberado: “Empezamos a leer bastante durante la adolescencia, así que nuestra educación sentimental de alguna manera estuvo marcada por hombres: Carver, Salinger, Bolaño. Son autores que hoy en día nos vuelan la peluca pero cuando empezás a leer en esa línea te das cuenta de que hay una distancia y falta algo, incluso antes de llegar específicamente a la teoría de género”. Por otra parte, señalan que el mercado editorial está hoy más abierto a las voces femeninas: Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, María Gainza, Liliana Heker, María Moreno.

“Por suerte hay un espacio nuevo habilitado para la narrativa de mujeres y ese fenómeno se dio paralelamente a nuestra maduración como lectoras. Pero, así como rastreamos la típica novela del hombre triste, blanco y burgués, también puede decirse que existe una nueva novela autorreferencial de la mujer empoderada de clase alta. Todo lo que se repite, se agota; por eso tiene que haber una renovación permanente, un diálogo entre forma y contenido”. En esa línea, Milagros no duda en mencionar El árbol de palabras, obra reunida de la poeta Mirta Rosenberg (Bajo la luna), y Carmela habla con gran entusiasmo sobre La belleza del marido de Anne Carson (lanzado recientemente por Zindo&Gafuri).

Este mes el local reabre sus puertas de 9 a 18 respetando el protocolo sanitario, las hermanas darán un taller de lectura/escritura de poemas de amor para el que ya no quedan vacantes y, en un gesto solidario, Julieta Venegas hará allí cuatro conciertos en noviembre para los que próximamente se habilitará la venta de entradas. Notanpuan es un proyecto autogestivo e independiente, y la familia aclara: “Hay que tomar con pinzas el término porque a veces resulta ambiguo. ¿Qué es ser independiente? No estamos renunciando a vincularnos a las multinacionales ni a vender ejemplares de las grandes editoriales, pero es una palabra muy importante porque define el lugar desde el que nos paramos como espacio; Notanpuan es un proyecto a pulmón basado en el amor”.

Entrevista: Laura Gómez.