Sus obras fotográficas más exitosas registran abrazos. Su pieza más vista toma como punto de partida una carta íntima que atraviesa mutaciones hacia el espacio público: pancarta callejera, objeto museográfico. Hasta las piedras se abrazan en sus esculturas. Maxi Rossini (Leones, Córdoba, 1978) vino con 20 años a estudiar arte en la Universidad Nacional de Rosario y se quedó, dibujando para no extrañar, como dice el título de una de sus impecables y minuciosas series gráficas. Se considera un fotógrafo amateur y sin embargo sus fotografías se venden; todas expresan una mirada sensible muy personal. 

Maxi Rossini es el autor de "Romantizar la cuarentena es un privilegio de clase", ensayo fotográfico o diario en imágenes que integra la Bitácora del porvenir 2, editada en Rosario por Lila Siegrist, Virginia Giacosa y Pablo Makovsky. No sería exacto decir que la ilustra, porque la tensión que se produce entre imágenes y palabras va más allá de un diálogo que se inicia en el texto y se redondea en la pieza visual. Más bien la serie de fotos dice lo suyo, emprende su propio discurso, serpenteando entre los textos de varixs autores, a modo de carátulas. Es un modo de presentación que funcionó muy bien en las dos "bitácoras" previas con ensayos fotográficos de Gastón Miranda y de Virginia Molinari. 

 

"Lila (Siegrist) me invita a escribir, yo le devolví la propuesta de hacer una edición de imágenes", contó el artista  a Rosario/12 desde su casa y taller en Rosario hace unos días, cuando aún regía el aislamiento social. "Muchas de las fotos fueron hechas durante mi cuarentena, otras en otro momento; algunas, muy pocas, las hice especialmente para la Bitácora. Fue un trabajo de editar. Quedaron muy pocas afuera. Elegí 35 y terminé haciendo una edición final de 31. Fue muy divertido. Mi vínculo con la fotografìa es completamente amateur. Pensé en esta frase popular que surgió pintada en una sábana, y la usé como título haciendo un guiño a eso de que 'romantizar la cuarentena es un privilegio de clase'. Fue como una especie de diario", resume. 

Si bien en sus dibujos, Maxi Rossini se luce con su virtuosismo del oficio, sus fotografías apuntan en la dirección opuesta, mucho más en sintonía con el tipo de arte que circuló por las redes sociales libremente durante la cuarentena: lo low fi, lo casero, el hazlo tú mismo, la sensación punk de que cualquiera puede cantar o tocar si tiene actitud. Algo de la poética de lo encontrado que prevalece en sus instalaciones de cantos rodados se manifiesta en estas fotos: una ética quizás, la taoísta del wu wei o hacer sin hacer. Maxi pasaba horas en canteras y depósitos, hurgando entre las piedras hasta encontrar dos que coincidieran, que parecieran hechas una para la otra. Del mismo modo, sus fotos dan cuenta de un acecho, en el mejor sentido: una espera activa y serena de la imagen.

Pies descalzos sobre una alfombra, zapatillas ociosas sobre un piso de madera, una silla de patio decorada con flores (flores nacidas en el terreno del fondo, como se ve en otras fotos); una pieza vintage del álbum familiar que retrata al autor en una niñez vagamente deportiva con mobiliario setentoso; una aguada en progreso en distintas etapas de su realización bajo distintas horas de la luz natural; la literal exposición efímera casera de un bodegón modernista (dura mientras aguante el cuerpo de quien tiene el cuadro); el gato erguido en un jardín casi selva, plantas como personajes dotados de espíritu, lindas sorpresas al salir a la vereda, y el detalle de humor más exquisito: la tapa de un libro del cineasta de moda, Jonas Mekas, con un título que lo dice todo: "Ningún lugar adonde ir".

Tanto en su contenido como en el procedimiento de su realización, la diferencia tradicional entre ocio y trabajo se diluye en estas imágenes. El borramiento de esas fronteras es lo que se está sacando en limpio de la generalización del teletrabajo con oficina en casa que fue y es una de las prevenciones contra el coronavirus (modalidades de lo laboral que el fotógrafo "amateur" destaca lúcidamente como "privilegio de clase," y que al generalizarse abren cuestiones políticas a futuro). Instantáneas, fotos casi involuntarias, gestos sin un destinatario preciso al que se pueda definir como "público", las fotos de Rossini exploran y profundizan un nuevo modo de estar en el mundo cuyos mensajes ingresan en la categoría de lo "éxtimo", lo íntimo que se vuelca al exterior.

El hecho de que circulen en formato libro digital gratis en archivo PDF (descargable desde http://revistarea.com/bitacora-del-porvenir_2.pdf ) les da una visibilidad que no hubieran tenido si sólo colgaran en las paredes de una sala de arte.  

Ante la pregunta de si piensa exponer la serie en una galería o museo cuando la pandemia pase, responde Rossini: "La verdad pienso cada vez un poquito menos en esto de qué es obra, qué no es obra, qué es 'mostrable' o no 'mostrable'; estoy como en un movimiento más orgánico con la producción. ¿Las 'muestras' seguirán siendo como las conocíamos? ¿Los museos? ¿Las galerías? Trabajo desde hace dos años en dos escuelas primarias, y toda la cuarentena fue diseñada para trabajar y producir desde casa; tuve acceso a ese privilegio, y algo de eso fue con lo que jugué cuando Lila me pidio poner un 'título' al ensayo, pero extraño mucho el contacto con el otro, el roce, la calle".