Marcela Tobaldi, Presidenta de La Rosa Naranja: “La salida a la encerrona de la prostitución es el cupo trans”

Daniel Arroyo como líder del ministerio de Desarrollo Social de la Nación a mi entender terminó siendo una víctima de las organizaciones que en la Argentina trabajan muy fuertemente con el lobby prostibulario. En estas decisiones debería haber consensos con un arco político y activista lo más amplio posible. Datos concretos: Argentina ha firmado todos los pactos que se constituyeron hasta ahora en el mundo acerca del abolicionismo y sobre la idea de que la prostitución no es un trabajo. Ciertos sectores políticos han tratado de tapar la voz y legitimar la explotación de todas las travestis, las trans, las mujeres, las niñas, en definitiva, todas las prostituidas. Un tema semejante debería haber generado una amplia mesa de diálogo para ver si se lograba algún consenso con el resto de la comunidad. Por lo menos, intentarlo. Las distintas organizaciones que integramos la comunidad tendríamos que haber tenido derecho a dar nuestra opinión.

Nosotras nos diferenciamos de cierto feminismo y de dirigentes abolicionistas que se manejan con unos criterios moralistas que nada tienen que ver con la comunidad lgbti. Las travestis y trans no hablamos desde la moral, sino que hablamos porque hemos vivido la prostitución y hemos visto la muerte al lado nuestro. Hemos asistido a muchos más velorios que a cualquier otro tipo de evento. La prostitución es una de las herramientas disciplinatorias propias de capitalismo y el patriarcado, en donde un hombre paga y hace lo que quiere con vos, y “lo que quiere” es realmente “lo que quiere”. Nosotras hemos sufrido cuando un macho se sacaba el preservativo y vos no te dabas cuenta. Así comenzaron a entrar las enfermedades en nuestros cuerpos. Todas las enfermedades de transmisión sexual que existen en el planeta son absorbidas por las prostitutas. Y esas enfermedades nos llevan, al menos al colectivo trans y travesti, a tener un promedio de vida de 35 a 39 años, según un censo de 2019. Vivimos tan poco porque somos sujetos prostituidos, porque no hay forma de que la identidad travesti empiece a ocupar otros espacios e ingresar al mercado laboral sin políticas públicas que nos ayuden a salir de la esquina. Nuestro reclamo de una ley de cupo laboral trans a nivel nacional es urgente. La salida a la encerrona de la prostitución es el cupo trans.

El problema de darle la oportunidad al Estado de definir a la prostitución como trabajo es que cuando le pidamos un empleo formal a ese mismo Estado la respuesta habilitada será: ustedes ya tienen trabajo, queridas, vuelvan a la esquina. Si en aquel listado que generó tanto revuelo hubiera estado el ítem “situación de prostitución”, estaríamos hablando de otra cosa. Si el día de mañana, en un futuro que me permito imaginar con opciones y oportunidades reales para nuestra comunidad, una compañera elige quedarse en ese lugar de violencia pero con monotributo y obra social, nadie, yo tampoco, se va a oponer a que lo haga. Pero esa oportunidad de elegir podría ser tal únicamente cuando la población trans logre ser incorporada al empleo formal y vivamos de otra manera. Lo primero es la lucha para que la identidad travesti sea insertada en toda la trama social, que implica a la economía, la salud y todos los derechos básicos. Ese día podremos hablar de elección”.

Paula Arraigada, activista trans, asesora de la Cámara de Diputados de la Nación y referente del Frente de Todos: “Todas coincidimos en algo: ninguna quiere que las compañeras la pasen mal”

May Aliaga

“El episodio del Ministerio es triste porque marca un retroceso ante lo que parecía ser un reconocimiento de derechos de un colectivo marginado. Imagino que no se pudo sostener la decisión política que se había tomado en un principio debido a las presiones. Las personas que manifestamos nuestro apoyo a las trabajadoras sexuales hace muchos años que recibimos escraches y toda clase de agresiones que hacen que a veces te llames a silencio porque el nivel de violencia es muy alto. Se dijo por ahí que era la primera vez que el Estado reconocía el trabajo sexual pero no es así. El Estado ya ha reconocido a las trabajadoras sexuales en otra oportunidad, que fue en un decreto de 2005 en el que se hablaba de pretextos discriminatorios. También lo había hecho Perón: cuando a la ley de profilaxis le agregó permisos para que los prostíbulos funcionen. Lo que necesitamos, más allá del reconocimiento, es que el Estado empiece a subsanar todo lo que no se ha hecho. Hay un sector del feminismo que sigue cuestionando la libertad de elección de mujeres e identidades feminizadas. Si seguimos con estas reglas tutoriales en las que el Estado se hace presente y vigila de forma moral las conductas de las personas, podemos entrar en una lógica de persecución que no sabemos dónde termina. Hay algunas compañeras feministas, cis, que marcan a la prostitución como sinónimo de muerte. Pero en nuestros casos a nosotras nos matan por ser personas trans, independientemente de a qué nos dediquemos. Diana Sacayán fue asesinada en su casa y era trabajadora del Estado. Lo que condena a la población travesti trans no es la prostitución sino el silencio y que el Estado no tenga la decisión de abrazar un poco más la causa de quienes están en la marginalidad.

En los documentos de las marchas, por ejemplo, se mencionan siempre las dos posiciones (“trabajo sexual” y “prostitución”). Esa podría ser una forma de resolver el problema en torno a este formulario. Si están las dos posiciones, la idea es que se acepta que hay personas que eligen el trabajo sexual y que hay otras que no lo eligen y que hay que buscar una alternativa laboral para ellas. El problema con los fundamentalismos es que no existe la capacidad de diálogo. Las que están más oprimidas son siempre las que tienen más interés en dialogar porque son las que tienen más para perder. Las fundamentalistas, en el caso de las personas cis, son de una clase social que no es la de las travestis. Y en el caso de las compañeras trans que son abolicionistas, la mayoría son trabajadoras del Estado. Mientras el 90 por ciento de las compañeras sí está parada en una esquina. Para mí es imposible no acompañarlas. Todas soñamos con que nuestras compañeras tengan un trabajo registrado, que vivan mejor, que tengan un promedio de vida mucho más extenso. Pero eso es a largo plazo. Hoy por hoy hay que tomar medidas contra lo urgente, que es que este genocidio contra nuestras identidades se termine. Hace falta acercar posiciones porque si no siempre la que estuvo excluida queda en el fondo de la discusión y sin argumentar. Esas compañeras que están en una esquina y en los privados necesitan que el Estado de alguna forma garantice su medio de subsistencia. Porque si las dejamos en la clandestinidad, aparece todo tipo de violencia institucional. Pero si se lo contiene en un marco legal, podemos evitar que las compañeras sigan en la marginalidad en la que están.

Yo respeto la posición de las compañeras trans abolicionistas. Lo que no me termina de cerrar es que algunas son muy virulentas en su posición y no es posible un diálogo. Ahora, con aquellas compañeras que filosóficamente son abolicionistas creo que se puede acordar. Estoy de acuerdo en que la elección puede estar teñida de imposición. Pero también las clases trabajadoras y pobres, a las que nosotras pertenecemos, sufren esa imposición a la hora de elegir trabajos. No hay mucha posibilidad real de que nosotras o una mujer cis que vive en la villa pueda elegir ser secretaria. Lo que hay que hacer es un trabajo de memoria y recordar cómo era la vida cuando nosotras también estábamos paradas en una esquina: necesitábamos que alguien nos protegiera de la policía, de todos los que nos venía a apretar. Necesitábamos un sistema de salud que nos acompañara. Idealmente todas quisiéramos ser la Cenicienta que termina siendo gerenta de una empresa, pero lo que hay que hacer es pensar qué hacemos con el 90 por ciento de las compañeras, que están en la calle. Lo que tenemos que pensar es cómo llegar a lo que marcaba Evita: donde hay una necesidad, nace un derecho. Estoy segura de que todas, desde nosotras hasta las abolicionistas más virulentas, coincidimos en algo: ninguna quiere que las compañeras la pasen mal.” 

Informe: Dolores Curia