Es bien sabido que, durante cierto tiempo y espacio, medio Madrid tenía llave de la casa de Joaquín Sabina. Que por esas noches de los ’90, su dúplex bullía de creatividad y excesos. Que aquello era un permanente ir y venir de ilustres y desconocidos. Aunque el cantautor ha tenido el buen tino de cambiar de cerradura, Pongamos que hablo de Sabina (reciente estreno Atresplayer Premium) abre la puerta de este artista que ha cantado a viva voz su intimidad.

Su director asegura que, en sus tres episodios, están presentes las múltiples facetas del cantautor por las propias características del sujeto. “Es un artista poliédrico”, asegura Alberto del Pozo en entrevista con Página/12. “Creo que el trabajo va a ser tanto de interés para el seguidor que conoce toda su biografía como para los que nunca han sabido más allá de lo que son sus canciones”, plantea. Eso sí, quien no habla en Pongamos que hablo de Sabina es el propio retratado. “Fue un reto pero permitió una búsqueda de otro tipo. Nos hemos acercado a él a través de personas que lo han conocido y nunca habían hablado”, arriesga. Y así es como en este registro coral aparecen varias de sus criaturas. El que escribía de noche en las whiskerías. El mejor dibujante de su personaje. El entrevistado verborrágico. El canalla que fragua su biografía. El amante gentil y el zarpado. El depresivo que logra gambetear sus achaques. El que tiene la carraspera como firma.

El comienzo es con su vuelta a Madrid en los primeros días del posfranquismo tras una larga estadía en Londres. Las imágenes de archivo lo muestran barbado, escribiendo grafitis y sin su clásico bombín. También se lo puede apreciar muchos años después, dando sus estiletazos en la tevé. Como cuando tras superar la isquemia cerebral lanzó en un estudio: “Estoy sin fumar, sin beber, sin follar ni meterme drogas, y estoy pasando el peor cuarto de hora de mi vida”. Pero también hay resquicio para gemas impensadas, como la de su expareja Cristina Zubillaga. En el segundo episodio aparecen los Merry Youngs, su banda cuando aún no había salido de Úbeda, y quienes tocan su primera composición. “Curiosamente iba dedicada a una mujer”, cuenta el director. Entonces, más que una biografía en orden cronológico, se trata de un recorte de tres aspectos fundamentales del artista: sus pecados, amores y canciones. Es lógico que estos tres ejes también se entrecrucen como cuando se repasa el registro de 19 días y 500 noches.

Su obra más “coherente”, como dicen por allí, fue resultado de ese raid creativo, tóxico y romántico en la morada de Tirso de Molino. Zubillaga confirma varios de los mitos, alimenta otros y cuenta cuál fue la chispa de esa obra: el arresto domiciliario por la agresión a una fan. “Como no podíamos salir, dijimos: “¿Qué hacemos?” Pues nos lo montamos en casa”, explica su musa de entonces. Eso sí la exmodelo dice que “no le abandonó como se abandona a unos zapatos viejos”, tal como reza la canción. A su relato se acoplan el de otros testigos vivos de ese taller nocturno. “Aquello era un lujazo, verlo crear mientras yo me ponía ciego de copas y otras cosas”, cuenta el crítico de cine Carlos Boyero. Otro de los responsables del disco, el argentino Alejo Stivel, recuerda su gestación. “Tú no eres un cantante de cantar bonito. Vete a fondo con este estilo que tienes en tu casa a las cuatro de la mañana. Se lo dije suelto, un día me llamó, y me dijo '¿por qué no me produces el disco'”.

Pongamos que hablo de Sabina, entonces, antes que desmitificar o amplificar su recorrido, lo retrata a partir de su influjo en los demás. Y la lista es interminable: un infatigable compañero de ruta como el guitarrista Pancho Varona, la escritora Almudena Grandes, el ex juez Baltasar Garzón, la cantante Ana Belén o el Gran Wyoming, quien lo califica como un “heterodoxo”. Pero más allá del afecto por el objeto del documental, otro aspecto que reluce en la investigación es el testimonio de los bamboleos de España en las últimas cuatro décadas (y un poco más también) a partir del propio artista. “Su vida es muy rica, lo ha cantado todo y no se ha callado nada, pero siempre encuentras más”, plantea Del Pozo.

-Antes de este trabajo ya habías realizado otro documental sobre Joaquín Sabina para la TV. ¿Qué viene a completar esta miniserie?

-Aquel había sido un especial para la televisión autonómica de Andalucía, que es su tierra natal. El programa se llamaba El legado y ahondaba en el vínculo de Sabina con su entorno más familiar. Ahí descubrí al Sabina de las cervecitas y los camarones en su pueblo, el que tuvo su primer grupo. Es increíble, pero cuanto más rascas, siempre hay otro Joaquín y siempre es muy interesante. Así que la idea fue la de hacer una serie documental basada en su vida, pero a partir de las personas cercanas a él y conscientes de que es para una plataforma global. Aquello fue casi un entrenamiento, pero esto ya es mucho más grande; hemos descubierto un Joaquín Sabina de otra envergadura, más accesible, más internacional, y más allá de sus composiciones siempre encuentras material qué contar.

-El primer episodio habla sobre sus pecados, le siguen los amores y luego las canciones, ¿Por qué ese recorte?

-La intención fue la de contar su vida de una manera diferente. No había porqué narrar de cronológica: nacimiento, inicio, éxito y todo lo demás. Quisimos hacerlo de manera más atractiva dividiéndolo por temas. El archivo que hay desde los ’70 a esta parte es muy grande. Y él siempre ha hablado sin pudor de sus consumos de drogas, de alcohol y de sus relaciones personales. Primero vienen los pecados y vaya si hay de qué hablar. El segundo es sobre sus amores y vamos más a lo personal, de su relación actual con Jimena (Coronado), de Cristina Zubillaga, claro, y de la madre de sus hijas. Lo interesante es que te pones a escuchar nuevamente sus canciones de acuerdo a la época y te das cuenta de que las letras narran su propia vida. A mí ya me gustaba Sabina, pero ahora lo redescubro en relación al contexto histórico o de su vida. Y es fascinante.

-¿Qué canción podrías poner como ejemplo?

-El nacimiento de “Y nos dieron las diez”, que tiene como hermana a “Ojos de Gata” de Los Secretos. Eso está en el segundo episodio. Joaquín se juntó con Enrique Urquijo, le dio algunos versos, cada uno se fue por su lado y terminaron haciendo esas dos canciones. Es algo muy curioso de la historia de la canción española. Y Joaquín está lleno de estas historias. En su cancionero hay de todo. Se muestra como es. Él, que se declara muy rojo y de izquierda, e incluso muy favorable a posiciones de Podemos, es abiertamente taurino. Le encantan los toros, es seguidor de José Tomás y es súper colchonero (hincha del Atlético de Madrid). Le gusta Operación Triunfo e invita a alguien de ese programa a cantar con él. O le gustan los programas de esoterismo. O sus sonetos. Tiene aficiones muy variopintas.

-¿Fue un problema el no poder romper con su figura tan bohemia, entrañable y carismática?

-Al revés. Lo bueno de Joaquín es que ha tocado todos los palos. Ha hecho de todo y sigue haciendo de todo. Es como un sujeto renacentista. Un personaje poliédrico con tantas aristas. Eso hace más rico el acercamiento. Si uno lo piensa, todas esas facetas son las que vuelven tan atractiva su música.

-Por momentos parece una ronda de amigos hablando sobre Sabina. ¿Eso fue premeditado?

-Eso lo genera el propio Joaquín. Él da esa confianza. Lo dice Ana Belén: “Tenemos mucho más pudor a hablar de su persona que él mismo”. Lo peor de Joaquín ya lo contó él mismo. Es por ello que el trabajo de archivo, por momentos, fue ingente. Nos hemos pasado horas viendo las entrevistas, que son maravillosas. Dice cosas que son impensadas para la TV de hoy. El Gran Wyoming lo explica muy bien, estamos viviendo la dictadura de lo políticamente correcto. Y si hay alguien sin pudor, ése es Joaquín.

-Sus entrevistas en la TV argentina también han sido memorables. ¿Qué hay de las otras ciudades en las que ha dejado su huella?

-Él mismo ha confesado que en Buenos Aires es local. Sus conciertos allí suelen ser maravillosos y aparece alguna que otra imagen del Luna Park. Me hubiera encantado hablar con la chica a la que le dedicó “Dieguitos y Mafaldas”. Fue por falta de tiempo y metraje. Pero si pudiera ampliar la serie documental, tendría que haber más de la Argentina. En toda América latina es tan querido o más que en España. Sus días allí tienen de todo.

-¿Por qué la decisión de contar con un conductor como Iñaki López?

-Iñaki es un melómano y sabe mucho de su obra. Lo ha entrevistado en numerosas ocasiones. Es de los pocos que lo ha hecho en los últimos años aquí. Y por otro lado, es un gran entrevistador y comunicador. Por eso sumamos sus entrevistas como material extra. Allí hay mucha información, de corte periodístico, y quien conozca la obra de Joaquín va a saber apreciarlo.

-¿Qué suman las entrevistas con personalidades de otros ámbitos más allá de lo artístico? Es muy llamativo que vayan de un arco al otro del espectro político…

-Ése es uno de los rasgos más distintivos y curioso de su música. Aquí gusta a muchos sin importar tanto su condición. Lo dice Celia Villalobos, que es de derecha y fue funcionaria del Partido Popular: “Cuando le conté a Joaquín que era fan suya ni él lo entendía”. Tendemos a encasillar. Esperanza Aguirre o Pablo Iglesias hablan de su afición y sus encuentros con Sabina de una manera muy parecida. Ana Belén suma también cuando explica que Joaquín no es de esos artistas que busquen gustar a todo el mundo, él dice lo que dice y piensa lo que piensa, te gusta o no te guste. Esa franqueza, esa verdad, lo acerca mucho al público. Creo que eso da una dimensión de lo que es él como artista. ¿Es un rojo empedernido? Sí, claro, tiene afinidad con la izquierda, pero le gusta a mucha gente más allá de sus opiniones personales.

-En cierta forma, el documental también representa los vaivenes de la propia España…

-Bueno, es hijo de la transición española. La vivió. La sufrió en su propia carne. También la movida. Pero por sobre todas las cosas es intergeneracional. Hoy sigue activo tocando con Pancho Varona, con quien toca desde hace más de tres décadas, pero también hace sus bolos y cosas con Rozalen y Pablo López, que son artistas muy nuevos. Se impregna de su música. Ha evolucionado. Y creo que los más jóvenes se acercan a sus primeros discos y vaya que si son vigentes.

-¿Por qué no conseguiste su testimonio?

-El primer invitado del documental fue Joaquín. Intentamos contar con él durante muchísimo tiempo. Pero cuando empezamos el trabajo estaba de gira por Latinoamérica, luego vinieron las fiestas, luego sufrió el accidente al caerse del escenario y luego el coronavirus. Fue imposible cuadrar agenda. Además, está con otro documental con Fernando León de Aranoa. Pero yo no cejo en el empeño. Quiero tener la entrevista porque sería la guinda al pastel. Es un proyecto hecho con mucho respeto y admiración y me gustaría ver su reacción cuando aparecen Cristina Zubillaga o la reunión de los Merry Youngs. En cualquier momento podría hacer un capítulo cuatro. Me haría mucha ilusión. Joaquín siempre tiene mucho que contar. Es muy interesante lo que podría apostillar y tematizar, tras ver este material.

-El nombre del documental surge de una canción de su repertorio. ¿Fue fácil la elección?

 

-Había varias. Pongamos que hablo de Sabina tiene algo muy simple y que llega a todo el mundo. Me gustaba mucho “Nos sobran los motivos” porque eso es lo que pasa con Joaquín.