El cuarteto británico Temples es una de las bandas más festejadas de la escuela post Tame Impala y MGMT, con su psicodelia sobreproducida, delicadísimos arreglos vocales beatlescos y un retrofuturismo calidoscópico que también sirve (a veces) para bailar. Su primer álbum, Sun Structures, es de 2014 y los trajo a Argentina con un Niceto Club lleno en abril de 2015. Tres largos años después, el sucesor finalmente existe, se llama Volcano, salió el 3 de marzo y es mucho más ecléctico, deforme y menos retro que su debut. Y desconcertante.

Tom Walmsley, bajista de la banda, tiene una explicación que se remonta a la composición: “Para nuestro álbum anterior nos inspiramos en los ‘60 y ‘70 como la era dorada de la grabación, esas décadas nos encantan por eso. Esa vez sabíamos desde el principio qué sonido queríamos. Acá empezamos por las canciones, no por la producción. Y ellas terminaron pidiendo un sonido más directo, sin tanto eco ni reverb como en el anterior. Esta vez las canciones hablaron por sí mismas”.

Sin embargo, la versión más directa de Temples no tiene nada de garagero: sigue siendo barroca, con enorme énfasis en la artesanía del sonido. El disco fue producido por la banda –cuatro chicos nerds obsesionados con los ‘60 pero millennials– y grabado en su estudio. Son canciones pop que podrían funcionar en un fogón, pero que en Volcano viven dentro de complejos climas de sintetizadores, teclados, guitarras e infinidad de instrumentos acústicos y electrónicos que conviven amalgamados y a veces se turnan el protagonismo.

Por ejemplo, (I Want To Be Your) Mirror empieza con una intro orquestal digna de película antigua de Disney, ¡donde hay hasta flautas traversas! Y luego deviene canción de indie rock redonda. Y está Born Into The Sunset, balada setentista mucho más despojada, en la cual el protagonismo se lo lleva la voz sentida del cantante James Bagshaw.

Con este disco, Temples no se privó de nada. Siendo una banda independiente en todo sentido, los únicos límites que acataron fueron los suyos, casi inexistentes. Es un álbum que nació lúdico y así se oye: “Vulcano está grabado digitalmente y canción por canción: algunas necesitaban sintes, otras el sonido menos producido posible. No somos puristas en usar todos los recursos que tenemos a disposición y no tuvimos problema con cambiar el sonido varias veces en el disco”, sigue Walmsley. Y asegura que esa espontaneidad en el proceso creativo da frutos en el vivo: “El énfasis que hicimos en la canción hizo que todo fluyera muy espontánea y naturalmente cuando las presentamos en vivo. Y el público lo nota”.