Desde esta semana, les propongo un nuevo canal de comunicación: a través de un newsletter, les estaré escribiendo para exponer mis dudas, mis preguntas, y algunas certezas sobre temas que me conmueven, y espero, les interese, de la agenda de los feminismos, una agenda que salió de los márgenes de los medios para instalarse en el centro del debate público y político a fuerza de los activismos que tomaron protagonismo con más potencia en los últimos años, desde el surgimiento de Ni una Menos, en junio de 2015, y la consolidación de una arrasadora marea verde. La idea es hacer pie en algunas de las noticias de los últimos días para aportarles mi mirada, con información y datos relevantes.

Y como esta comunicación será más personal, me parece honesto contarles un poco más quien soy y de dónde vengo.

Necesito el sol. Salvo en días de verano tórrido e irrespirable y de chicharras ardientes, siempre elijo caminar por la vereda del sol, aunque tenga que cruzar una avenida ancha para dejar la sombra a riesgo de transpirar un poco, porque también me gusta caminar ligero. Prefiero la mesa del café que da a la ventana, siempre que no sea ruidosa y tenga vista despejada: si quedo de cara a la pared, me ahogo. Puedo pasarme horas sentada ahí, leyendo noticias o un libro, aunque lucho contra mi propia pulsión de revisar el celular a cada rato. Últimamente me obligo a dejarlo lejos para no tentarme. 

Me encanta viajar. Necesito irme para regresar. Juego al tenis, pero no lo digo en voz alta por temor a que no se comprenda el enorme placer que me da pegarle a la pelotita. A veces, me da pudor decir que practico un deporte tan burgués. Mi gusto por el tenis choca de frente con el tiempo de las obligaciones, del trabajo, de los hijos. Estoy en pareja y quiero ser novia por el resto de mi vida. 

Soy periodista. Pero eso solo no me define: soy periodista y activista feminista. Nací en un hogar peronista, en Lomas de Zamora, pero a lo largo de mi vida me mudé más de una docena de veces por distintas circunstancias. Por mi madre empecé a descubrir el feminismo. Ella, que fue pionera acompañando mujeres golpeadas en el sur del conurbano hace treinta años, me enseñó sobre la trama perversa del maltrato doméstico. Después, escucharía esas tragedias en primera persona en las voces de tantas mujeres. A través de viejas feministas, como Dora Coledesky y Martha Rosenberg entendí que aborto es un derecho y empecé a registrar las muertes por abortos clandestinos. Conocí adolescentes violadas y embarazadas a quienes en un hospital o en la justicia, les impedían abortar con obstáculos arbitrarios, entrevisté a travestis deformadas por inyectarse silicona industrial, a mujeres condenadas por matar a un marido que antes las había violado o violentado de otras formas y en la justicia no la habían querido escuchar. Las historias me encontraron y no pude soltarlas. Desde entonces escribo sobre esos temas, intentando que sean muchos más quienes entiendan la injusta densidad que los atraviesa. Que sean muchos más los que sientan, en carne propia, ese sufrimiento ajeno.

La pandemia por coronavirus corrió, temporalmente, el eje de nuestra cotidianeidad, modificó nuestras relaciones, los vínculos interpersonales, el trabajo, nos corrió el horizonte, cambió las expectativas y nuestros planes futuros. Y nos mostró, sobre todo, con más crudeza, la desigualdad por razones de géneros en todos los ámbitos. Espero que el newsletter les acerque elementos para reflexionar, con pasión e información, sobre estos temas. 

El newsletter saldrá todos los martes y será accesible a todo el público durante sus dos primeros meses, luego formará parte de los contenidos exclusivos de Soci@s de Página/12.

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