“Ya me fui por las ramas”, bromea Leandro Lopatín durante una videocharla para hablar de su nuevo disco, el primero que edita como solista tras más de veinte años de una carrera en la que supo reinventarse atravesando sin prejuicios las viejas fronteras del rock y la electrónica. Pero la digresión a la que hace referencia tiene perfecto sentido: desde los recuerdos cuando vivía con sus padres y tocaba con Turf como soporte de los Rolling Stones a las anécdotas con Charly y Spinetta, el Negro Rada cantando sobre una pista de house, la serie animada Midnight Gospel, su pasión por la obra de los Fattoruso, una tarde con Primal Scream en la tribuna del Monumental, los anteojos de Jorge de la Vega, hongos, astronautas, su renacer electrónico en Poncho a comienzos de la década pasada o encuentros con escritores que andan en bicicleta por Buenos Aires, todo tiene cabida y confluye en Lea, una de las más gratas sorpresas discográficas del año. “Al principio se iba a llamar Todo tiene que ver con todo”, ríe, y agrega: “Estoy contento con todo lo que significa el disco. Por un lado no buscaba la perfección del sonido, la verdad no me llama tanto grabar en estudios con micrófonos increíbles ni nada de eso, pero sí me gusta que la esencia tenga algo que me atrape, soy muy autoexigente en ese sentido, y quizás por eso tardé tanto en sacar algo propio. Esa es una de las cosas que más me alegran: haber dejado los frenos de lado y sacarlo y ya, sin darle tanta importancia ni pensarlo demasiado”.

Con ocho canciones en sintes y guitarras y letras que sobrevuelan obsesiones, alegrías y temores, Lea es un puzzle de intimidad grabado en casa con piezas breves que encuentran su lugar entre melodías instantáneas, arreglos de cuelgue espacial y sensibilidad contemporánea, un melancólico y despojado artefacto de pop luminoso que comenzó a gestarse hace años y que definió su foco creativo a partir de la producción de Julián Ares, integrante del trío Nidos. “Hay canciones nuevas y de diferentes épocas”, afirma Lopatín. “No es que me dije ‘Voy a largarme solo’, más bien es algo paralelo a los otros proyectos. Tanto con Turf como con Poncho vamos a estar sacando pronto discos nuevos, y creo que este puede convivir perfectamente con ellos. Es un disco bastante personal, y de ahí decantó esta idea de sacarlo como solista”.

Foto: Mani Gatto

DESPIOLE GENERACIONAL

Durante su adolescencia allá por comienzos de los noventa, Lopatín conoció a Joaquín Levinton en el Estadio Monumental: “Era este flaquito con el mismo corte que yo con el que me cruzaba siempre en la cancha, y terminamos haciéndonos amigos”, recuerda. Poco después comenzaron a tocar juntos, experimentando con canciones que improvisaban a lo largo de cassettes enteros grabados de aire. En el ‘95 decidieron juntarse con el baterista Fernando Caloia y el bajista Carlos Tapia (a quienes más adelante se sumaría el tecladista Nicolás Ottavianelli) y formaron Turf: tras ensayos entre covers de Charly y los Ratones y las primeras canciones propias, en el ’97 editaron su primer disco, Una pila de vida , y de allí en más fue todo vértigo. “Fue una locura. Cuando tocamos en River con los Stones yo vivía con mis papás todavía. Dos lunáticos hermosos, ese día terminó el show de Turf y se fueron”, ríe. “No llegamos a conocer a los Stones, me acuerdo de unos roadies gigantes de producción que nos gritaban “Turf, Turf, station, no sé qué, now!”, y nosotros con un tremendo cagazo, imaginate. Hay fotos de antes y después de tocar: nosotros con unas caruchas antes de salir y después en el camarín con una felicidad increíble”. Ese mismo año Turf tocó como soporte de Primal Scream, y un domingo luego de esos shows llevaron a Bobby Gillespie y compañía a la cancha: “Fue un River - Vélez, uno a uno. Hacía un frío tremendo. Los Primal Scream fueron con todo su equipo y parecían barras, algunos se pusieron en cuero, gritaban, fue una locura”.

Aquel camino que los Turf tomaron en sus comienzos fue atípico para una banda surgida del under porteño de los noventa. A poco de comenzar ya tenían firmado un contrato discográfico con Universal y una campaña de publicidad con Levi’s, y sus fotos estaban tanto en las vidrieras de los shoppings como en todas las cadenas de disquerías, algo que llevó a que resultaran muy comerciales para el under pero muy under para el mainstream. “Con lo de Levi’s en su momento nos mataron, cuando en ese momento hasta Iggy Pop estaba haciendo una campaña como esa”, recuerda. “Pero es cierto que no terminábamos de encajar. Por un lado, junto a nosotros estaban Menos que Cero, Demonios de Tasmania, Catupecu, Juana La Loca, una movida a la que después siguió el camino de lo que hoy es el indie. O sea, no era el rock chabón, entonces el hecho de tocar temas de Charly o los Ratones quizás hacía que no termináramos de entrar ahí. Igual muchos años más tarde aprendí, y estoy seguro de que es así, que eso no estuvo bueno. Hay que ser parte de una movida, se junta más fuerza, y a todos nos gusta ver cuando se arma un movimiento. Pero es un caso extraño el de Turf. En el primer disco nos fue muy bien pero por una fusión de compañías nos devolvieron el contrato. Después por otra compañía sacamos Siempre Libre, un disco hermoso de hacer pero un fracaso masivo, no vendió nada. Después otra compañía, diez managers… Nunca hicimos un camino, siempre fuimos un delirio, con todo lo bueno y lo malo de eso. Y el rock en esa época era una bola gigante de prejuicios, con gente que seguía a una banda y se puteaba mal con los de la otra, algo que ahora no existe: en ese contexto nosotros éramos como ‘Ah mirá, son como esa onda de Menos que Cero… pero comerciales”.

 

En aquella escena renovadora del llamado Nuevo Rock Argentino tampoco sumaba puntos tocar con Charly. “Y además él no estaba de moda, pero para nada”, agrega Lopatín. “Ahora suena raro, decís, ‘¿Cómo que nadie iba a ver a Charly?’, pero era así. Me acuerdo de un recital suyo del ’99. El teatro estaba por la mitad y él se fue a mitad del show, caminando entre medio de la gente”, recuerda. “Con nosotros se copó por un amigo en común que vio que tocábamos temas de los Kinks, The Who… Íbamos a la casa todo el tiempo, tocábamos el timbre y lo escuchabas por el portero (imita a Charly): ‘¿Quién es? Ah, te tiro la llave’, y nosotros ahí abajo tratando de atajarla. Pegamos muy buena onda, participa en casi todos nuestros discos. En Siempre Libre llevamos la portaestudio al departamento y grabó la parte de ‘Esa Luz’ en la cama. Era esa época en que estaba muy metido con Marilyn Manson, y al final tocó una maravilla de Gershwin… Para mí, que era fan de chico, todo eso todavía es increíble”.

LUNÁTICOS POP

A comienzos de 2008, tras la separación de Turf (una separación pasajera que dejó a la banda en suspenso hasta que retomó su rumbo en 2015), Lopatín había caído en el limbo de no saber cómo continuar. Por ese entonces, Javier Zuker, el más rockero de los DJ de la escena local –alguien que había trabajado con Cerati y Divididos y que en los noventa hizo escuela en parajes míticos como Nave Jungla con sets que atravesaban lo mejor de todos los géneros–, venía tocando en festivales de todo el mundo con el músico y productor Fabián Picciano en su proyecto Zuker XP, pero también pensaba que la movida había cumplido un ciclo y andaba con ganas de armar algo nuevo. Fue entonces cuando Lopatín se sumó a ellos, y así nació Poncho: “Fue como un renacer”, cuenta. “Para mí el rock y la electrónica nunca estuvieron separados, son parte de lo mismo, es una cuestión de onda, de amor, no de género. Con Turf después de los shows me iba a bailar música electrónica y me explotaba la cabeza. Y éramos varios, al Pity me lo cruzaba siempre. Poncho nació cuando no existía mucho acá esa onda de tocar electrónica como una banda. En el próximo disco hay hasta un tema con Rada cantando sobre una pista house, algo que ya calza, pero al principio hacíamos sonar juntos en los discos al DJ de la movida de Manchester Justin Robertson, Dread Mar I, normA, Mimi Maura, Chano y Melingo y parecíamos unos lunáticos”.

Otro de los que tocó con Poncho fue Spinetta: “¡Spinetta! Una locura. Fue Zuker el que lo trajo, y fue una de las experiencias más lindas de mi vida, hermosa persona. Fuimos a su estudio, le mostramos el disco y lo puso en volumen once, yo no entendía nada. Él decía (imita a Spinetta): ‘¡Esto es dinamita pura, loco! ¿Se drogan mucho los chicos con esta música? ¿Y qué quieren que haga yo acá muchachos, qué quieren que haga?’”. Le dejaron el tema más tranquilo, y a los pocos días recibieron las voces que había grabado: “Nos voló la cabeza. El tema que le pasamos tenía un sampleo de los Shakers, Hugo Fattoruso es otro de mis ídolos, y ahí supe que Luis lo amaba también. ¡Y encima estaba agradecido! ‘Qué bueno que les guste chicos, gracias’. Un tema que nació una noche de la nada y de golpe lo tenía a él cantando cosas como ‘La ilusión es una cebra y tú eres el pasto’, increíble. Me acuerdo de que le regalé un libro de un escritor que me encanta, Antonio Urdiales Cano, que hace sus propios libros en ediciones sencillas y habla mucho de huertas, permacultura. Hace poco le quise regalar uno a alguien pero son difíciles de conseguir, llamé a un teléfono que había en uno de sus libros y me atendió él, Antonio. Yo no lo podía creer. ‘¿Dónde estás?’, me dijo. Y me lo trajo en bicicleta”.

Más allá del nuevo lugar musical que ocupa el disco en su carrera, uno de los puntos más interesantes en Lea es el humor y la frescura con que expone una calidez y fragilidad que resaltan un nuevo matiz para una personalidad que siempre prefirió el perfil bajo en su vida pública. Y lo hace de manera muy directa, como en la canción “Malena” (dedicada a su ex Malena Pichot): “Si bien no hace falta estar con Malena para darse cuenta de todo el machismo que hubo siempre en el rock, aprendí un montón con ella, como ir a encuentros con el pañuelo verde mucho antes de las marchas masivas”, cuenta. “Por suerte estamos en el principio de un gran cambio, los chicos de ahora nacieron en un mundillo del rock menos fascista, son mucho más abiertos, y que el feminismo esté más incorporado es el principio de un cambio natural: de otra forma es ridículo”.

Entre canciones que retratan los vaivenes de las rutinas de pareja (la genial “Si Lo Mejor”), la amistad (“Todo Piola”), colaboraciones de los traperos Arruinaguacho (“El Feelin”) o el sonido de una mecedora en la balada al piano “A veces soy”, también hay en Lea viñetas de una psicodelia costumbrista de tono casi infantil (“Mi Sombra”) que tienen algo de las canciones del artista plástico y cantautor Jorge de la Vega, fallecido en 1971: “Es una de mis influencias de siempre, y de alguna manera siento que eso está presente en este disco. Hace unos años Fernando García me invitó a un ciclo de psicodelia en el CCK con Delia Cancela, la artista pop y diseñadora de los sesenta, a ver si quería hacer algo con el disco El gusanito en persona , y terminamos tocándolo en vivo con sampleos, loopeando un montón de cosas con Fabián Picciano, una psicodelia total. Esa vez le escribí a Ramón, el hijo de Jorge de la Vega, que es músico, profesor, un capo total, y vino a vernos. Después me invitó a la casa y me mostró un montón de obras del padre, hasta los anteojos que usa en la tapa del disco. Es una inspiración grande para mí”.

Foto: Mani Gatto

Desde hace unos años a esta parte, Leandro decidió acercarse a un camino natural, tanto en la alimentación como en la psicodelia: “De a poco voy descubriendo cosas nuevas que surgen a partir de eso”, cuenta. “Había experimentado con hongos varias veces, pero el año pasado fui a Perú y tuve una experiencia tremenda con eso. Después me pasaron un documental muy bueno, Fantastic Fungi, y me entró de nuevo la curiosidad por todo ese mundo, que está en la tierra desde antes que todo. Hay un reseteo ahí que, más allá del viaje, está muy bien. Ahora afuera está medio de moda el tema de los hongos, las microdosis, que son como un ecualizador natural donde no llegás a tener un viaje, es otra cosa. Hace poco me enganché con Midnight Gospel, que está relacionada con todo eso, ¿la viste? Esta serie con imágenes medio lisérgicas creadas sobre los audios de un podcast que hace Duncan Trussell, un actor y comediante que entrevista gente que habla de Aleister Crowley, budismo, es genial”. Y volviendo al disco, concluye: “Es verdad que hay una especie de liviandad en el disco, algo que puede relacionarse con lo espacial: mucho reverb, todo espaciado… Es como la idea de un astronauta flotando: lo ves y parece algo liviano aun cuando tiene al mundo detrás. Pero bueno…”, hace un pausa y sonríe. “Ya me fui por las ramas otra vez”.