Pasó la mitad de uno de los peores años de la historia económica mundial y ya hay balances e inventarios calamitosos de la crisis. Si se tuviera que matizar con una canción, asemeja “Informe de la situación”, aquel tema de Víctor Heredia que cuantificaba, en 1982, los daños de la última dictadura argentina.

Un dato notorio de la economía global en las últimas dos décadas había sido que el comercio crecía más que la actividad productiva, dos a tres veces más, y una explicación era el novedoso rol de las cadenas globales de producción comenzadas y acabadas en China desde su ingreso a la Organización Mundial del Comercio en 2001.

Ahora, la crisis invirtió las cosas. El PIB global se contrajo por la pandemia no se sabe todavía hasta cuánto, pero el comercio se derrumbó mucho más. Aún con la debacle en curso, las estimaciones se corrigen a cada rato, pero las previsiones más moderadas señalan que el Producto mundial caería entre 5 y 7 por ciento este año. Hasta hace poco, se estimaba sólo una baja de 3 por ciento en el promedio mundial y el FMI, a fines de junio aumentó su pesimismo y calcula ahora una caída de 5 por ciento, similar a la anotada por la calificadora Fitch (-4,6 por ciento) o algo menor a la de la OCDE, que adelanta un retroceso de 6 por ciento. En tanto, el comercio caería entre 15 y 30 por ciento, mientras que la Unctad promedia en -20 por ciento.

El retroceso productivo es muy alto y lo están sufriendo nueve de cada diez países. Y no hay registros desde 1870 de que el PIB mundial per cápita cayera en tantos países a la vez, informó el área de investigaciones de la Unión Industrial Argentina en una conferencia para Pymes.

Las dos mayores economías del mundo siguen ritmos diferentes. En la más grande, la estadounidense, la estrategia penosa del presidente Donald Trump frente al Covid-19 apuesta a que hacia fines del segundo cuatrimestre la economía muestre signos reales y sostenidos de recuperación. En esa apuesta juega a todo o nada su reelección presidencial, sin que parezca importarle el récord de muertos. En junio tuvo buenas noticias cuando se contabilizó una fuerte demanda de puestos de trabajo -casi un tercio de lo destruido en el pico de la pandemia-, en un mercado laboral cuya flexibilidad puede generar semejantes y veloces cambios en las contrataciones.

China, por su parte, comenzó su rebote antes porque también fue previo el pico de la crisis.. Tras un primer cuatrimestre recesivo, su producción industrial creció 4,4 por ciento interanual en mayo, segundo mes consecutivo en recobrar un sendero de alza. Lideraron el proceso las manufacturas y las empresas privadas antes que las estatales. Según el Buró Nacional de Estadísticas chino, dos tercios de las compañías están operando a 80 por ciento o más de sus niveles normales de producción, 6,6 por ciento mejor que en abril. La expansión siguió el mes pasado aunque más ralentizada, acaso por los temores y cierres que produjo el rebrote viral en algunas ciudades y una nueva enfermedad en el ganado porcino.

La situación en América Latina esta peor que en los países desarrollados. Se estima una retracción de 6 por ciento como mínimo y de casi 20 por ciento en su intercambio de bienes y servicios. Hace pocos días, el presidente del Banco Mundial, David Malpass, afirmó que la contracción desde Tijuana hasta Ushuaia será la más asombrosa en 120 años: “Peor que cualquier crisis del siglo pasado, incluida la Gran Depresión, la crisis de deuda de los años ‘80 y la financiera global de 2008-09".

En esta hecatombe regional Argentina tiene algunos rasgos mejores y otros peores. Por un lado, los precios de los agroalimentos caerán, pero, por las necesidades fundamentales que representan, menos que los energéticos y mineros, de modo que por el lado de los términos del intercambio sufrirían más el embate Perú o Chile. Pero ese beneficio para Argentina, en cambio, se evapora por la situación macro heredada en diciembre de 2019, particularmente la del endeudamiento externo, que no sufre  ningún otro país del vecindario, en general con más reservas y con deudas altas pero en moneda local, es decir como había en Argentina hasta que llegó el gobierno de Cambiemos.

Si en algunos economistas ven esta crisis de la cual se saldría en forma de una V (fuerte caída, pero también fuerte rebote, como parecería estar viéndose en Estados Unidos o mucho más en China, las dos economías líderes) y otros más pesimistas ven una forma de W (caídas, subas y nuevas caídas), en Latinoamérica, en cualquier escenario, la reacción será mucho más lenta. En parte porque la crisis sanitaria se estira y empezó más tarde, con enorme estrago en muchos países ya de por sí faltos de infraestructura y lacerados por la desigualdad social.

Se estima que Brasil, México y Argentina, las tres mayores economías, retrocederían cuanto menos 9 por ciento y quizá hasta dos dígitos. Además, el colapso brasileño golpea a la Argentina porque ya se habrían atenuado las “ventajas” de la devaluación competitiva y porque Brasil sigue siendo el mercado más importante para las exportaciones industriales argentinas, autos y autopartes en especial, pero también químicos, plásticos. 

China de a poco desplaza a Brasil como primer cliente, pero es sobre todo por el peso de soja, carnes y agroalimentos en general, no industriales. Eso explica en parte, además del freno del mercado interno, por qué la actividad fabril argentina cayó más de 30 por ciento en abril. Sus exportaciones a Brasil, según la UIA, bajaron a un nivel como no veían desde hace 16 años. Y si en 2013/14 habían llegado a 1500 millones de dólares, hoy están en menos de un tercio. Es cierto que las ventas externas argentinas tienen un efecto limitado a la hora de traccionar toda la economía, pero suponen trama productivas importantes, empleo de calidad y aporte de divisas si se reactivaran.

Otro aspecto que marcan los balances parciales de la crisis que se formulan tiene que ver con el frente fiscal (estímulos anticrisis) y el endeudamiento.

Los paquetes de ayuda estatal han sido extraordinarios. Fuera de China, con su economía donde el Estado ya de por sí es determinante, el récord lo tiene Alemania, que destinó recursos equivalentes a 32 por ciento de su PIB, el mayor de Europa. Estados Unidos no se quedó muy atrás y lo hizo en 28 por ciento, Japón también arriba del 20 por ciento y Francia apenas por debajo.

Latinoamérica tuvo menos margen de maniobra pero igualmente usó recursos fiscales, impositivos y monetarios para sostener lo que pudo su actividad. En el caso argentino, los casi 900 mil millones de pesos volcados suponen más de 4 por ciento del PIB (y la meta pueda estirarse a 6 por ciento), Chile casi 7 por ciento y Brasil y Perú proyectaron 10 y 15 por ciento, respectivamente, aunque habrá que ver si alcanzan ese objetivo. Esos países tienen más reservas que Argentina y gran parte de la deuda emitida en moneda local. El gobierno de Alberto Fernández está más limitada en su cuadro fiscal y financiero.

Esta es una de las mayores hecatombes que ha tenido el capitalismo, con un diagnóstico particular en relación a la crisis de 1930 (cuando primero vino el colapso bursátil y luego la depresión, a diferencia de ahora en que la pandemia supone una debacle simultánea), la de los años '70 por caída de la tasa de ganancia del poder económico, o a la de 2008 por especulación financiera. El diagnóstico actual es que el mundo atraviesa una crisis de oferta y de demanda al mismo tiempo en medio de una transición del poder global hacia Asia, que si a comienzos de este siglo representaba ya un tercio del PIB mundial y a mitad de la centuria superará la mitad.