Es mejor estar acostada. Copiar el lugar, la disposición del cuerpo de la actriz. Si el teatro implica compartir un mismo espacio lo que esta obra de Fernando Rubio se propone es asimilarnos a la cama, a ese territorio que va a funcionar como escenario.

La imagen recrea y alude la forma de un cuadro. El blanco que indican las sábanas, la ropa de la actriz, hacen de las ojeras del personaje que asume Andrea Nussebaum parte de un dibujo. Algo se rompió para siempre y ella cuenta ese momento con una serenidad cautelosa. La cámara se mueve con ella y su cara es una totalidad. Nos susurra. El texto es una confidencia.

Se supone que el personaje se acaba de despertar y algo ha perdido en ese sueño que funciona como una pequeña muerte. Parece haber resucitado pero ella es otra. La cama podría ser el diván de un psicoanalista que trae el pasado como una placa seca. Lo que ocurre se elude, no se dice, está claro sin entrar en el detalle del drama. El dispositivo de Todo lo que está a mi lado propicia un hiperrealismo demasiado cercano, como si estuviéramos en el cuarto. Esta nueva forma de teatro atenúa la idea de representación porque tenemos la sensación de estar sorprendiendo a los personajes en su privacidad. Una estética de la intimidad, podría denominarse al teatro por zoom.

En María Abadi el texto se manifiesta más rudo, como si esa descripción fuera una cualidad para contar el crecimiento. El momento en el que descubrimos que no somos tan importantes en el mundo. Entre las dos actrices el mismo parlamento tiene variantes tenues, como si la partitura fuera una capsula, un refugio, como si esa voz impusiera una actuación que destella una sensibilidad inquieta donde lo que ocurre se aplaca, se contiene, queda en ese momento del despertar.

En la sucesión de actuaciones es donde la obra se revela. Elegir a una de las actrices puede reflejar por completo los objetivos de esta obra pero la dramaturgia de Rubio necesita de esa acumulación, de esa repetición de escenas que suceden en vivo. La oportunidad de ver la misma secuencia cuatro veces permite recuperar algo del presente del teatro.

Con Lorena Vega aparece la imagen de la narradora. Su actuación se construye a partir de esa tercera persona que sugiere una unión entre la dramaturgia y una escritura más literaria. Si bien la emoción florece en esas lagrimas que se acoplan a la perfección en la composición del encuadre, se da una convivencia entre el personaje que ha sido protagonista de los hechos con esta figura del presente que los cuenta. La voz y la experiencia entran en conflicto. La teatralidad se sostiene en ese dolor que quedó en ella pero el cuerpo es pensado como discurso. Como si el texto se dirigiera hacia otra persona que es, en realidad, ella misma.

El punto de vista supone una distancia entre quien enuncia y la situación. La tensión de este breve monólogo está en esos dos tiempos que coexisten en un solo personaje.

Todo lo que está a mi lado es también un ejercicio de dirección donde se sospechan las mismas indicaciones para las cuatro actrices y es bello ver como cada una realiza apropiaciones leves, puntuales, exactas que logran ocasionar destellos de una historia nueva.

Cuando llegamos al momento de Sandra Monteagudo tenemos la sensación que las cuatro son la misma persona. Ella acerca al extremo la cámara a su rostro y el diseño de la imagen se desacopla. Esta mujer asoma como fragmentos. En ella están las consecuencias de ese torbellino manso. La identificación es mayor aunque su actuación parece la menos emotiva. Como si el sueño volviera todas las noches.

Todo lo que está a mi lado se realiza los sábados y domingos de 18 a 20 hs (cada función dura quince minutos) Para ver la obra ingresar a www.todoloqueestaamilado.com