La historia es más o menos conocida. Fierro está tomando unas ginebras/caña/grapa en la pulpería, haciendo la previa de un baile. Es un fiesta de pobres en el suburbio, o directamente en el campo. A esa fiesta arriba una familia de negros, a los cuales Fierro recibe con un par de rimas (spoiler: todo es rima en el Martín Fierro) chicaneras acerca de que la negra es gorda y que es… negra: también hace alusión a la capelu del morocho. El negro es calentón, salta, relucen los cuchillos y Fierro lo mata. Me gusta la parte donde Fierro dice “solo nací, solo muero” y el Negro le dice “vas a saber si es sólo o acompañado”. Debe haber una teoría política que describa esa conducta, la de los que buscan el conflicto no solo pensando en “matar o morir” sino sabiendo que ahí se puede “matar y morir”.

Esa muerte y luego otra convierten a Fierro en un personaje buscado por la ley.

Tra unos años en las tolderías, Fierro vuelve a la vida entre cristianos. Se encuentra nuevamente en la pulpería (tiene que ponerse al día de la abstinencia sufrida entre los indios) y aparece oooootro moreno. Esta vez en forma de payador. Un excelso poeta el moreno. Un crack. Es mi parte preferida de los dos libros.

Una payada increíble en la que la cosa va tomando intensidad y vuelo poético hasta que el Moreno deja entrever que él quiere hablar “Sobre las muertes injustas / que algunos hombres cometen”. Fierro -que estaba viejo y chupado, pero no era boludo- se da cuenta de que este pibe viene a saldar cuentas con él. Más específicamente la cuenta del hermano muerto -porque este negro es hermano del otro-. “ya conozco yo que empiesa / otra clase de junción”.

Pero Fierro no quiere bardo y se corre elegantemente, no sin antes aclarar: “yo ya no busco peleas/ las contiendas no me gustan/ pero ni bultos me asustan/ ni sombras que se menean”. Igual no pasó a mayores porque la misma gente lo evitó: “procurando los presentes/ que no se armara pendencia,/ se pusieron de por medio / y la cosa quedó quieta".

La política argentina post 2008 tiene el ir y venir de las peleas de Fierro. Si con el primer negro hubo lucha física (cierto que la cosa ya arrancó picante con el famoso “vaca... yendo gente al baile” y después subió el tono hasta que aparecieron las facas), en ocasiones me da por pensar que estamos viviendo la segunda escena, la del Moreno al que asocio indefectiblente con el moreno que viene a restituir algo de justicia a aquello que pasó, pero en el tono amable de quien quiere resolver las cosas hablando, discutiendo fuerte, poniendo a prueba la capacidad de argumentación ajena, dejando la acción material, corporal y física como último recurso.

Pero hay diferencias. Esta vez “el otro” está cebado. No hay lugar esta vez para la resolución pacífica. El que antes mató, opta por el conflicto físico nuevamente (que al fin y al cabo le ha dado buenos resultados).

Hoy no alcanza con una buena argumentación, ni con los buenos modos. La regla que el payador desconoce esta vez no es sólo la de las formas (“los meses que train erre”), sino que al parecer, tampoco vino preparado para algo más que la payada.

Tengo para mí que Alberto Fernández no imaginó un escenario tan confrontativo. Pensó que bastaría con un buen diálogo -aunque intenso- para “llevar la fiesta en paz” como decían nuestros abuelos. Quizás creyó en poder contener la escena y evitar que se desmadre, o quizás confió en que si escalaba habría alguien que se metería a separar. Nada de eso ocurrió. Los que podían intermediar se fueron a fumar afuera, o siguen su diálogo en las mesas, sin ver que en el centro de la escena la violencia verbal está escalando y no parece detenerse. El otro se muestra dispuesto a todo y por momentos parece tiene la iniciativa.

Por lo pronto sería bueno que alguien del gabinete tome nota de que el conflicto está tomando características muy distintas de las imaginadas al comienzo del mandato. Y no me refiero a la pandemia (una alteración demasiado obvia), sino específicamente al tono, las formas y los contenidos del conflicto político en la Argentina actual.

¿Hay tiempo? Hay tiempo si hay reflejos para leer el nuevo escenario y hay capacidad para pasar a la siguiente fase, o para recuperar la iniciativa en esta. La estrategia de seguir la payada esperando el error ajeno es en vano si no sabés cuál es su punto débil, cuál es en el discurso del otro su eslabón flojo, sus “meses que train erre”. 

Fierro se dio cuenta que el rival era crack, pero imaginó que iba a tener un punto débil; supo encontrarlo en su analfabetismo (tampoco es que a Fierro le sobrara tanto, él mismo había reconocido que no era “cantor letrao”)… y acá vienen medio lentos. O no hay nadie pensando en eso, o no lo están encontrando. Dada la agresividad del enemigo de turno esa demora puede salir muy cara.

Si no se prepara esa estocada para cambiar la fase, sólo queda enrollarse el poncho y esperar que el facazo venga flojo.

Y es misterio tan projundo/ lo que está por suceder,/ que no me debo meter/ a echarla aquí de adivino;/ lo que decida el destino/ después lo habrán de saber.