Hace cien años Roberto Arlt, a sus veinte años de edad, publicaba Las ciencias ocultas en Buenos Aires, un escrito repleto de citas y nombres de autores, un tanto ficcionalizado. Es la base de El juguete rabioso y de Los siete locos. Allí da un testimonio fundamental sobre el esoterismo y el ocultismo de las diversas sectas que actúan en la Ciudad, sobre todo la de la princesa rusa Helena Blavatsky, sobre la cual tanto se ha escrito en los últimos tiempos, y que aún conserva partidarios en Buenos Aires. Como Arlt es indescifrable, escribe para condenar la magia, la teosofía y los neo-hinduístas, pero toda su obra se basa en la admiración por los extravíos demonológicos y el inalcanzable sueño de una vida bella. Es obvio que, en todos sus relatos, los personajes caen en el abismo del mal, pero buscando el bálsamo de la salvación.

Por otra parte, debe enfrentarse con el fantasma de Lugones, que en ese momento está en su punto mejor. Lugones era uno de los partidarios de la Doctrina Blavatsky, aunque si podemos decirlo de alguna manera, la mejora con su sorprendente manejo de la imaginación mitológica. Pero uno de sus grandes libros --a la vez tan cuestionado, pero no por su esoterismo-- está casi enteramente basado en la doctrina del cuerpo místico, esto es, la transmigración de las almas. Con eso cautivaba a las señoras elegantes y daba conferencias en el gran teatro Odeón --lamentablemente demolido--, donde actuaron Margarita Xirgu, Carlos Gardel, Luis Alberto Spinetta. En el Odeón, en 1913, Lugones leyó el último capítulo de El payador --el libro que mencionábamos--, con la presencia del Gabinete Nacional.

Arlt se cuida de no tomar con sorna a Lugones, siendo que todo su escrito mantiene esta formidable paradoja de comentar todas las religiones herméticas de la ciudad con una mordacidad traviesa y hasta malhumorada, pero son esos los materiales con los que construye los discursos del Astrólogo y buena parte de su cosmología de la inocencia del mal. Lo cierto es que hay una perdurabilidad de la corriente esoterista en Buenos Aires y sus conexiones con la política. José López Rega se había iniciado en el ocultismo, la cábala y la astrología esotérica --ese es el título de uno de sus tres libros publicado por la editorial ocultista Kier, que hasta hoy edita la Historia de la Magia de Eliphas Levi, en el que López Regla decía inspirarse--. El nombre de Levi, un francés con una obra pingüe, es la fuente, desde el siglo XIX, de innumerables corrientes esotéricas, círculos mágicos y rosacruces. No es extraño que se leyera en la Argentina y que López Rega se inspirara en Dogma y ritual de alta magia, el libro de Levi, para escribir sus propios libros. La historia se mezcla de manera muy extraña.

Una historia paralela es la de La Escuela Científica Basilio que toma elementos diversos de la reencarnación y la transmigración, fundada en la Argentina a principios del siglo XX. Es probable que también se inspirara en los principios de la Blavatsky, que había instalado su Escuela en Londres, siendo acusada de ser una máscara del imperialismo británico para la ocupación de India, dado que del hinduísmo provenían las fuentes de su esoterismo.

Antes de que las iglesias evangélicas ocuparan el vasto archipiélago social de carencias del conurbano e instalaran un poderoso fortín de revelaciones en el antiguo Palacio de las Flores, en la Avenida Corrientes --otra pérdida cultural para la ciudad--, hubo emprendimientos más modestos y con bases artesanales, ejemplificadas en un predicador como Tibor Gordon y sus “hermanos auxiliares”. Actuaba con misturas de panteísmo, naturalismo místico y ayuda para comprar electrodomésticos a crédito. Tibor Gordon pertenecía a la época y al partido de Frondizi, con su escuela Arco Iris, fundada con su mujer Eva, remedando un poco a Perón y Evita. La congregación espiritista se reunía en descampados de Pilar. La vida popular tiene una enorme riqueza en su desgracia, una gran credulidad en la ciencia, a la que los espiritistas usan de emblema, tanto como los investigadores del Conicet, lógicamente con otro sentido. Los antropólogos estudian este fenómeno, tanto como ellos, al decir de Levi Strauss, son estudiados por los practicantes de toda clase de cultos y lenguajes inusitados y penosos.

La proliferación de las modalidades de la inteligencia artificial y otros señuelos que perturban la educación clásica, como las neurociencias y ahora los programas robóticos para tomar exámenes casi en forma penitenciaria, forman parte de un panorama desolador dese el punto de vista del estado moral intelectual y del uso de las lenguas. Estos recursos son lindantes con la superstición, aunque no con la vida espiritual compleja, que siempre es una autocreación personal en contacto con el mundo histórico real, con sus incógnitas y sus saberes en disputa. 

Desde luego, la reflexión sobre las “ciencias ocultas” no se debe basar necesariamente en la condena a las que la somete Arlt --aunque luego de describirlas con una gracia sin igual y un toque de ficción apenas insinuada ya permite avizorar quién será el que las escribe--, ni las crisis de las religiones milenarias deben ser tratadas por un mero laicismo que crea que la lengua del creyente “practicante o no practicante” será sustituida por un “uso racional de las redes”. Porque un nuevo misticismo con más pobreza espiritual que el de las viejas religiones es lo que se refugia allí. Si el esoterismo dio las más de las veces, la oportunidad para la creación de un mercado de fieles que se convertían en consumidores de tecnologías políticas conspirativistas, otras veces sin salir de los dominios poéticos del misterio, encontraríamos un nacionalismo cultural como el del irlandés W. B. Yeats, que a través del teatro nacional --como en la Argentina Ricardo Rojas y Alberto Ure-- quiso retomar el pensamiento crítico sobre la nación, sin abandonar una opción refinadamente mística.

Por eso, la doble faz del este fenómeno en auge en todas las naciones nos lleva directamente al modo en que se está creando una peligrosa atmósfera golpista en la Argentina, esgrimiendo valores de cuño mágico-esotérico cuyo epicentro está, por así decirlo, guionado por conocedores internacionales del tema, alquimistas de la desestabilización institucional cuando hay gobiernos democráticos absolutamente legítimos y débiles. Es que las propias finanzas internacionales salen hoy de una fragua de esoterismos y lenguajes que se creen técnicos, pero su sustrato es oscuramente místico. Entonces se produce el absurdo espectáculo, los nigromantes, terraplanistas, manosantas y astrólogos desatinados que salen al Obelisco (convertido en tótem egipcio propiciador), a propalar toda clase de ofuscaciones sobre el apocalipsis viral o la conspiración de los infectólogos. Porque de repente sale la doctora Carrió, astróloga del observatorio político deconstruccionista de Exaltación de la Cruz, verdaderamente exaltada, para exigir contaminación en los templos o que toda la ciudad abierta sea un Templo porque “solo Jesús cura y salva”. Por eso, no dejemos pasar esta consigna del evangelismo más conservador. Nada tendríamos que decirles a los auténticos creyentes que la cultivan. Pero esas frases también sirvieron en Brasil como bandera auxiliar y desflecada de la maniobra conspirativa que derrocó al gobierno de Dilma Rousseff. Son también los verdaderos devotos los que deben denunciarla, como hizo Arlt con muchos de los farsantes de antaño, más simpáticos que estos que se exaltan y persignan en nombre de Techint y Clarín.