La Unión Europea (UE) retornó a sus mejores orígenes pactando un paquete de ayuda por un monto sideral. Se consiguió vencer la resistencia de los países “frugales”, arrogantes, insolidarios. Un triunfo de la política, solo accesible si mediaba unanimidad.

A contrapelo de lo resuelto tras la crisis económico financiera de 2008 se atendió a las necesidades de la unidad, de los pueblos. Por entonces se fortificó al sistema financiero desamparando a la gente común. Creció la inequidad, prosperaron los movimientos políticos de derecha salvaje, se echaron las semillas del Brexit, de la apatía ciudadana. Se consumó la eutanasia de las agonizantes socialdemocracias europeas. Pagaron el pato los trabajadores, los ahorristas. Y Grecia, desde luego.

El liderazgo de Angela Merkel fue clave en la toma de decisiones, en el manejo de las diferencias, en volcar el peso específico de Alemania a favor del interés comunitario. Merkel asoma como la mayor figura política en esta catástrofe humanitaria y económica. Está de salida. Mensaje para los republicanos argentinos a la violeta que abjuran de las reelecciones. La Canciller alemana gobierna desde 2005. “Se perpetuó” más tiempo que Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner sumados, que Evo Morales, que Hugo Chávez. “Se perpetuó” entre comillas, que subrayamos. La revalidaron los alemanes, una y otra vez.

La movida le trasfunde vida a la UE, le da oxígeno para recobrarse, propaga un mensaje para los poderosos del planeta.

La ausencia de acciones concertadas, la ineficacia chocante de casi todos los organismos internacionales, los nacionalismos redivivos, los cierres de fronteras, el tradicional odio al extranjero (ahora acusado de portar el contagio) son signos de una etapa infausta. La UE provee el primer gran gesto en sentido inverso.

El liderazgo de Merkel hace contrapunto con la elite de otros referentes de derecha. Otra estirpe, otra calaña. Irresponsables, violentos, xenófobos, discriminadores, que también fueron “cría” de la resolución de la crisis del 2008. Los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro a la cabeza. Primos hermanos de nuestro macrismo vernáculo, menos hipócritas pero con similares concepciones ideológicas.