En Jujuy los infectados de coronavirus crecen de manera exponencial. Según el último reporte del Comité Operativo de Emergencias (COE), suma un total de 44 muertes y 1452 casos y, así, ocupa el séptimo lugar en la tabla nacional de los distritos más complicados. Por eso, hasta el 3 de agosto, toda la provincia retornará a Fase 1 y solo estarán habilitadas las actividades esenciales. El gobernador Gerardo Morales se lo había adelantado a Alberto Fernández durante la última videoconferencia, cuando el presidente decidió flexibilizar el AMBA: "Luego de tres meses sin casos, (Jujuy) está en el ojo de la tormenta, en el momento más complicado del brote", asumía el mandatario provincial. Con el incremento de las restricciones el objetivo es aplanar la curva, reforzar la estrategia de rastreo, aislamiento y testeo.

Aunque para el ministro de Salud jujeño, Gustavo Bouhid, el incremento se produjo por el relajamiento y “la falta de acatamiento” de la ciudadanía a los protocolos, el paisaje es mucho más complejo, según Carlos Remondegui, médico infectólogo (UBA), referente en Jujuy y ex jefe del Servicio de Infectología del Hospital San Roque. “Antes de la decisión que tomó Morales conversé con él y creo que entendió. Primero, pasamos a tener una tasa de incidencia de 124 casos por 100 mil habitantes, cifra que expresa una alta penetración del virus en la comunidad. Segundo, el tiempo de duplicación de contagios es de tan solo 7 días. Tercero, quedan 31 camas UTI, lo que se traduce en un 80% de ocupación. En efecto, si nuestra tasa de duplicación es de una semana, en siete días más tendremos 1800 contagios y la totalidad de las unidades de terapia intensiva estarán ocupadas. Los pacientes se internan aproximadamente unos 25 días, con lo cual, la rotación de lugares disponibles es lenta y se agravan las cosas”, enumeró Remondegui. Enseguida continuó con la lista de argumentos que comunicó con contundente precisión. “La mortalidad, por otro lado, anda entre el 3 y el 4%, el doble de lo que sucede en otras regiones del país. Ese número se reduciría con la cantidad de testeos pero nosotros solo realizamos 20 cada 100 mil. Otro aspecto es que el 30% de los profesionales de la salud de la provincia está infectado y, como resultado, afrontamos una terrible baja del recurso humano para asistir la epidemia. El efecto de respiro que pretendemos darle al sistema recién se advertirá en 14 días. La inercia que traemos nos va a pasar por encima”, señala.

Desde esta perspectiva lo comprende Clarisa Otero, Investigadora del Conicet que desde hace 15 años reside en Jujuy. “Los casos aumentan sideralmente. Se actualizan tarde al registro que maneja Nación”, destaca. El desfasaje en los números que se manejan a nivel provincial y los registros nacionales guarda relación, según la especialista, con un tema burocrático y un retraso en la carga de los datos.

Las claves del caso jujeño

Una de las claves para comprender al caso jujeño pasa por la tasa de letalidad, esto es, por la cantidad de muertos en relación a los casos confirmados. Aunque el promedio a nivel nacional ronda el 1,66%, en la provincia ese número trepa a 3,10%. Se expresa de este modo, entre otros aspectos, por las condiciones de vida que afronta buena parte de los ciudadanos del norte del país: “Se mueren chicos jóvenes de 36 años porque las condiciones son muy malas. Tienen enfermedades previas como Chagas, toxoplasmosis y arrastran patologías parasitarias. También hay mucho cáncer de cuello de útero en las mujeres que viven en las comunidades de la puna”, narra Otero.

El subtesteo se presenta como otro conflicto medular. Como apuntaba Remondegui, la falta de detección de casos coloca en evidencia la mala aplicación de la estrategia sanitaria en la provincia. “Hay un solo lugar certificado por el Instituto Malbrán preparado para realizar testeo PCR, el Laboratorio Central de Salud Pública. El problema es que ese laboratorio llega a procesar, como mucho, 400 muestras. En realidad, eso es lo que dice Morales pero bien sabemos que no es así: tan solo realizan unos 200 testeos diarios y a lo sumo 250. Hoy, de los 90 que habían realizado, la mitad dio positivo. Hay una circulación intracomunitaria enorme”, plantea Otero. Al comienzo de la pandemia, incluso, dicho lugar tenía sólo una cabina de flujo laminar (tecnología clave para realizar el procesamiento de muestras) porque había otra que estaba descompuesta. Por eso, tuvieron que pedir una prestada al Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Nacional de Jujuy. La falta de recursos es alarmante.

Las localidades General San Martín, Perico, San Salvador y Abra Pampa son las zonas más afectadas. En la actualidad, los centros de salud están desbordados. “Hay dos clínicas, la del Norte y la del Niño, que quedaron tomadas por la covid. Algo similar ocurrió con el Hospital San Roque, que tuvo casos muy graves. Han fallecido dos médicos muy conocidos. En la zona de los ingenios azucareros –en Ledesma, por ejemplo– se ha propagado muchísimo, están llenos de contagios y los centros de la zona no tienen los insumos necesarios para los cuidados intensivos de los pacientes más graves. Abra Pampa, una localidad en medio de la puna, tuvo un brote enorme; Humahuaca está lleno de covid y no hay ni un hospital para atender a esa población”, enuncia Otero con un tono encendido y desesperado.

Para Remondegui, el inconveniente mayor estuvo en el “timing” para tomar decisiones. “En Jujuy se cerró la provincia cuando no había casos en ninguna de las jurisdicciones cercanas. Fue de manera apresurada, con avasallamiento, atropello, exitismo y oportunidad. Algunas de las consecuencias las estamos pagando hoy porque la gente ya no tiene un mango en el bolsillo”, suelta el referente. Durante marzo y abril, Morales blindó la provincia y encomendó la construcción de hospitales de campaña, es decir, de centros edificados para la ocasión. “Hoy son galpones vacíos. No hay respiradores, no tienen nada. En muchos lugares, luego de inaugurarlos, fueron los propios vecinos los que tuvieron que llevar sus colchones y tratar de equiparlos como podían. Es un desastre, el resultado era obvio, solo era cuestión de tiempo para que estallara la bomba”, remata Otero.

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