¿Seguimos siendo los mismos si todo alrededor cambia? ¿Si hacemos otras cosas? ¿Si negamos el pasado? Todas esas preguntas se esconden detrás de la trama de la segunda temporada de The Umbrella Academy, que el viernes estrenó en Netflix. Serie “de superhéroes”, basada en la historieta homónima del estadounidense Gerard Way y el brasileño Gabriel Bá, The Umbrella Academy sigue a un grupo de hermanos con superpoderes que tienen que salvar el mundo. Incluso de sí mismos. Los protagonistas se consideran “hermanos”, con todo lo que eso implica: una cuota fuerte de incondicionalidad pero también dentelladas al cuello. Todos comparten problemitas no resueltos con su padre, el eminente Reginald Hargreeves. Aunque la serie tiene algunas diferencias notables con el comic, los rasgos centrales de la primera y segunda temporada se mantienen. Esta temporada retoma el segundo arco argumental de las historietas, Dallas, que está ambientado en noviembre de 1963, días antes del asesinato del presidente Kennedy y con un nuevo apocalipsis en ciernes: esta vez nuclear y con los soviéticos invadiendo Estados Unidos.

Esta segunda temporada es, si cabe, aún más demencial que la primera. Que ya es decir mucho; lo más interesante de la producción propia de la plataforma suele encontrarse en sus propuestas más delirantes. Aquí los hermanos devienen personajes muy particulares. Una es activa militante por los derechos civiles de la población afroamericana, uno empieza como matón al servicio de Jack Ruby (el asesino de Lee Harvey Oswald), una pierde la memoria, otro está internado en un psiquiátrico y el más delirante monta una secta en torno a su persona (Klaus, interpretado por un excepcional Robert Sheehan). Todas figuras muy alejadas de cómo se las vio en la primera parte de la serie.

Sin anticipar gran cosa, se puede decir que la mayor parte de esta entrega se sostiene en la tensión a la que somete a sus personajes entre el seguir la huella de su padre, a quien intuyen en la confabulación para asesinar al presidente, y la búsqueda de quiénes son en verdad. Porque a los años 60 llegan por accidente, tras zanjar la cuestión menor del fin del mundo de 2019. Y claro, el relato retoma uno de los misterios predilectos de la ficción norteamericana, que es el final de Kennedy. Y como guiño adicional, esto sucede además en el mismo año en que fueron publicados por primera vez los X-Men –una antecedente del que The Umbrella Academy toma bastante-.

Es probable que esta segunda temporada sea superior a la primera. Con tantos personajes, la primera hizo esfuerzos notables para presentarlos a todos, sus relaciones y articular todo eso con el apocalipsis inminente. Esta, en cambio, ya viene con todo ese trabajo previo dado y se dedica a profundizar. Y el modo de hacerlo es muy interesante, porque empieza por quitarles su contexto: su época, su vida social, y los arroja a tiempos turbulentos de la vida estadounidense.

¿Luther sigue siendo Luther si ya no debe ser el “héroe” que su padre mandó a la Luna? ¿Allison sigue siendo ella misma si en lugar de una famosa actriz está organizando sentadas para lograr igualdad de derechos? ¿Diego puede volver a ser un héroe, como quiere desesperadamente? ¿Y Vanya (Ellen Page), que perdió la memoria? Incluso la breve aparición del antagonista Hazel (primera temporada en la serie, aunque ese es uno de los cambios respecto al papel) apunta en este sentido, y la reaparición de The Handler, degradada en su puesto dentro de la organización que controla la buena salud de las líneas temporales.

Más allá de dilemas filosóficos, The Umbrella Academy tiene buenos méritos en su haber. El combo es más que satisfactorio para quien busca acción superheroica y no se siente a gusto con los tonos que llegan a las pantallas de Marvel o DC. Es graciosa hasta la acidez, ostenta una banda de sonido impecable (una escena de pelea con “I was made for loving you” de Kiss es algo para apreciar) y, cosa poco habitual en otras propuestas similares, actuaciones más que dignas. Algo que es casi un superpoder en sí mismo.