a mi mamá entrerriana

Las chilcas se cortan muy abajo ya que las ramas derechas sirven para sostener los tomates cuidando de no lastimar las ramas florecidas de los aromitos, que tan amarillas y perfumadas les gustan a las abejas que tienen los cajones de panales que los amigos con mucho cuidado vacían prolijamente cuando llega el momento de cosechar la miel.

Arriba un pechito colorado esquiva al tero peleador y la pirincha malísima sobrevuela a la manada de carpinchos que amorosamente guían a sus cachorros a través del barro dando vuelta su cabeza curiosa para esquivar a la verde culebra. 

Trepan los mburucuyás por los ceibos y florecen con sus pasionarias preciosas. 

Flores compitiendo con las papas del aire que llegan tan alto casi hasta los palos de almeras salvajes y pinchudas. 

Los patos sirirí avanzan en formación ordenada y precisa hacia la Laguna de los Espejos. 

Los irupés parecen platos con largas raíces, purifican el agua y convierten el estero en una pileta transparente, escondida entre sauces que mojan sus melenas y el viento acuna con pausa.

Allí no hay surubíes, sólo mojarras redondas, brillantes, chatas, preciadas a la hora del vermut. 

Caminata con el agua a la rodilla, se pueden husmear las ranas que saltan hacia alturas imposibles. También hay corbatitas, los azulejos, tan raros, pájaros bellísimos, las calandrias malhumoradas que se posan sobre todo lo que se mueva para hacer espacio e instalarse en nidos ajenos. Cardos altos de variados colores, manojos de manzanillas, tréboles de tres o cuatro hojas, de la suerte, de los sueños, las esperanzas y los ritos.

El hornerito busca tierra, la amasa con el pico, elige la orientación de la puerta y comienza la obra que dará cobijo a su familia. Un pechito colorado lo mira asombrado saltando hacia un enorme palo borracho que compite sin posibilidad de ganar con el eucalipto plantado por el pescador habitante de ese sitio. Algunos misteriosos picaflores cuelgan sus mínimos nidos de finas hebras entre ramas desconocidas entre sí. Arañas silenciosas arman planares tramas increíbles y fortísimas. Arriba de la arena ancestral, se suma el humus, el agua, el sol y la potente naturaleza que alberga los tres reinos con caracoles ocultos.

Las islas no son para vacas, ellas no las culpables, de ellas es la pampa y desde allí los hombres con sus fuegos no solo nos envenenan con el humo sino con su droga, la droga del dinero que hace posible esta avaricia inacabable.

Cuando escucho en la radio o la TV: “la quema de pastizales” se me ocurre contestar aquello que en Roma le dijo Julio César a su amado hijo cuando lo reconoció entre el grupo de sus asesinos: “¡Tu también, Bruto!”

¡Pastizales, pastizales, no digas pastizales Bruto, es un paraíso; eso es!

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