En la final del Mundial de Fútbol Femenino de 2015, Abby Wambach –en ese entonces capitana de la selección de Estados Unidos– festejó de una manera inolvidable el triunfo 5-2 sobre Japón que consagró campeón a su equipo. Ante más de 25 millones de televidentes y con todas las cámaras apuntando a ella, la jugadora corrió hacia la tribuna del Estadio BC Place y saltó las gradas para besar a su esposa, Sarah Huffman. Días atrás, la Corte Suprema de su país había aprobado la Ley de Matrimonio Igualitario en todo el territorio americano; y la cancha, un espacio históricamente negado para las mujeres, fue el lugar que Abby eligió para celebrarlo.

A diferencia de lo que ocurre en el fútbol masculino, donde aún no hay jugadores de élite que hayan declarado públicamente ser gays, en el fútbol femenino la diversidad sexual es un tema que se vive con total naturalidad. A nivel local, acompañó el reclamo de la semi-profesionalización y sirvió para visibilizar la realidad de muchas mujeres que buscaban salir del closet. “Por un fútbol feminista, disidente y profesional”, escribió Maca Sánchez en Twitter tras ser desvinculada de UAI Urquiza, poniendo en palabras un deseo colectivo.


Vale entonces preguntarse por qué mientras las mujeres hablan libremente de la sexualidad de las personas, para los varones sigue siendo un tabú. “Es una realidad que explico por feminismo”, dice Mónica Santino, exjugadora y actual técnica de fútbol del colectivo La Nuestra, en la Villa 31. “En el fútbol femenino se da un grado de grupalidad que te hace sentir segura, es un espacio en donde estás con pares, y eso te empuja a darte a conocer”, amplía.

El fútbol como trinchera, el orgullo como respuesta política. En la cancha, las reglas corren como en la vida y difícilmente se pueda avanzar sin el apoyo de unx compañerx. Pepi Piazza, jugadora de Racing y entrenadora de las juveniles del club cuenta: “El hecho de encontrarme con otras mujeres y poder contar lo que sentía, me ayudó muchísimo a naturalizar mi sexualidad y a expresarla más allá de la cancha, en ambientes como el familiar, en donde quizás el tema es más tabú”. Por esa razón, hoy trabaja con sus alumnas desde la perspectiva de género y se ocupa de generar espacios de reflexión “para poder hablar, debatir y dejar de naturalizar un montón de violencias” que ocurren en el ámbito deportivo.


La palabra lesbiana se usó durante muchísimo tiempo para adoctrinar a las mujeres que querían jugar al fútbol. Era el comentario de pasillo que buscaba ofender e instalar que la disciplina femenina no interesaba. “Formaba parte de una etiqueta peyorativa que decía que éramos jugadoras de fútbol porque queríamos ser hombres; y como queríamos ser hombres, por transición, éramos lesbianas, como una especie de castigo”, cuenta Mónica, y festeja que ahora las futbolistas hablen de sus cuerpos con más libertad gracias a la fuerza de la calle y la militancia.

Es un hecho: en la última Copa Mundial Femenina de Francia, más de 30 jugadoras de selección se declararon lesbianas y/o bisexuales públicamente. Un gran número si se tiene en cuenta que la vez anterior, mientras Abby corría a besar a su esposa, eran 18 las futbolistas que habían salido del closet hasta el momento.

Magda Eriksson, jugadora de la selección sueca, y Pernille Harder, estrella de Dinamarca, en Francia 2019. (FIFA.com)

El fútbol femenino se convirtió en un refugio para muchas mujeres que no sólo quieren jugar a la pelota, sino también vivir con libertad sus deseos. Un fútbol que reproduce otras reglas, sus propias reglas, en la cancha y en la tribuna. En este sentido, Mónica Santino repasa su propia experiencia: “Yo jugaba al fútbol porque era lo que quería, y si me gustaban más las mujeres que los varones, también tenía la oportunidad de decirlo. El fútbol me enseñó a ser libre, me enseñó a expresar lo que siento y a vivirlo de la misma manera”. Y concluye: “Cuando alguien me dice que ser lesbiana se elige, le digo que no. Una es. Lo que sí se elige es vivir ese deseo contra todo el mundo, pase lo que pase y cueste lo que cueste”.

* Por Ornella Sersale