Después de casi tres años desolada, la terminal de ómnibus de Dellepiane se reactivó con la llegada de la pandemia: cuando se registró un aumento de contagios en las inmediaciones de la terminal de micros de Retiro -especialmente en la Villa 31-, las operaciones autorizadas se trasladaron al sur de la Ciudad.

El traslado ocurrió en mayo, por resolución de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) dispuso, junto con la limitación de los medios de transporte para reducir la circulación de pasajeros y mitigar la propagación del virus, el traslado provisorio de todos los servicios de larga distancia a la terminal emplazada en la intersección de la autopista Dellepiane y la avenida Perito Moreno.

Inaugurada el 15 de marzo de 2017 , la terminal de Villa Soldati estaba destinada a absorber alrededor del 35 por ciento del tránsito de la estación de Retiro. Ubicada en una zona donde la circulación peatonal es casi inexistente y a la que no llegan el tren ni el subte, aunque sí varias líneas de colectivo, por un entramado de conflictos entre las empresas de transporte, los dueños del predio y el gobierno, la terminal estuvo inactiva prácticamente hasta este año.

Controles y traslados rápidos

En Dellepiane, los controles están a cargo de la CNRT, el Ministerio de Salud y la Policía Federal. Con protocolos estrictos, se controla a los pasajeros y micros que llegan a la terminal que, aunque operativa, por el poco personal que hay no pierde su condición fantasmal.

Cuando llegan los micros, la CNRT verifica la unidad, la libreta de trabajo de los conductores, que el viaje tenga la autorización y el DUT (Documento Universal de Transporte), y que coincidan los pasajeros transportados y los declarados en el permiso. Los ómnibus tienen que llegar con el mismo número de personas con los que partieron de su lugar de origen; no puede bajar a nadie en el camino.

Los pasajeros también deben contar con el permiso especial de circulación. Además, los protocolos establecen que a cada persona se le tome la temperatura antes de subir al micro en el que viajará manteniendo la distancia social, es decir sin acompañante al lado, y con barbijo o tapaboca durante todo el trayecto. 

Antes de llegar a la terminal, los viajeros tienen que haber arreglado que algún vehículo los pase a recoger, ya que no pueden permanecer ni adentro ni afuera de la estación esperando porque corren el riesgo de terminar en un hotel de aislamiento para casos sospechosos de coronavirus. Al bajar del micro, el personal sanitario de Policía Federal, enfundado en mamelucos blancos, con barbijo, guantes y casco de protección con visera, les controla la temperatura. En caso de que alguno tenga fiebre, se deriva a todo el pasaje a uno de los hoteles habilitados para la cuarentena obligatoria.

En los micros no está permitido el servicio a bordo, por lo que si el recorrido es largo, los pasajeros deben llevar su provisión de agua y su vianda. En algunos casos, para poder viajar también les pueden exigir un certificado médico en el que conste que no tienen síntomas compatibles con la covid-19, aunque esto depende de cada provincia.

Una terminal desolada

Durante los primeros días, apenas iniciado el traslado de las operaciones, a la terminal llegaban pasajeros repatriados -básicamente de Brasil- y del interior del país. Ahora, en cambio, son escasos y esporádicos los micros que llegan para la repatriación interna de personas que quedaron varadas en distintas provincias, o que por motivos específicos necesitan trasladarse a la Ciudad de Buenos Aires.

Dado que los servicios de larga distancia están suspendidos hasta que finalice el aislamiento social, los micros que llegan deben tener los permisos de excepción que implementó la Subsecretaría de Transporte de la Nación para poder circular. Permisos que también deben presentar en los distintos operativos de control y fiscalización que se hacen en las rutas.

A pesar de estos operativos ocasionales, con la dotación mínima de personal para poder llevarlos a cabo, el predio de más de cuatro hectáreas, donde la empresa Terminales Terrestres Argentina (TTA), del empresario Néstor Otero, levantó la estación, parece una ciudadela desolada. Asentada sobre terrenos que pertenecen a la Ciudad, que fueron cedidos por 18 años para su explotación, las 57 boleterías dispuestas en forma lineal en el primer piso permanecen vacías al igual que las dársenas de arribo y partida.

La terminal, para la que se proyectaba al construirla un movimiento de 800 micros diarios y terminó siendo una estructura espectral, a la que se derivaron menos del 2 por ciento de los servicios de Retiro, tuvo sólo otro gran momento antes de la pandemia. Fue en 2018. Durante los tres días que duró la Cumbre del G20, en el que las 48 dársenas estuvieron a full, ya que tuvieron que absorber todas las operaciones de Retiro. Tres días en los que los viajeros le dieron vida a la estación fantasma.