I

¿Puede la poesía tender puentes? Afirmamos sin dudarlo que sí, rotundamente hay puentes que emergen por afinidades electivas o bien porque se comparte una visión del mundo, un mundo en el que caben muchos mundos.

Las fronteras son un mero artificio que desconoce la naturaleza y conexión sensibles entre los seres vivos.

Si como decía Eliseo Reclus: “El ser humano es la naturaleza tomando conciencia de sí misma” alcanza con que se conjuguen, paisajes y seres sensibles.

Todo esto lo sabía el poeta Francisco Madariaga, ese “criollo del universo” como se autoproclamaba, nacido en la provincia de Corrientes, Región Argentina en la zona conocida como Paraje estancia Caimán, el 9 de setiembre de 1927 a la ocho treinta de la noche.

Cuenta Madariaga en una de sus crónicas que su lugar de nacimiento era: “Un poblado de troperos, domadores, niños descalzos, que vendían naranjas y tortas de maíz amarillo y de almidón de mandioca, abundancia de puñales y de revólveres calibre cuarenta y cuatro; mendigos, vaquerías y corrales; cuatreros y cazadores, que venían de los cercanos esteros y Lagunas del Iverá”.

La voz poética de Francisco Madariaga es una de las más singulares del continente latinoamericano, originalmente vinculado a poetas surrealistas como Oliverio Girondo y Aldo Pellegrini, sus letras tienen reminiscencias de César Vallejo y una impronta personalísima que fusiona la mitología Guaraní, mujeres y hombres, paisajes y animales.

La escritura de F. Madariaga, Fábulas y por tanto enseñanzas, aprendizaje de lo real matizado con la mística de la flora y fauna, de cielos y cursos de agua. Casi un Tren fluvial como el título de uno de sus poemarios.

Dice Madariaga: “No puedo con el vicio feroz de la poesía, de la naturaleza”, uno de sus magníficos poemas reafirma este aserto: “Todo se olvida. El rumor es un puente. El color es un puente. La mirada de un ciervo que olfatea un tesoro es un puente, y vuela con el ave que se aleja del invierno natal. Vuelan todos los puentes. Las comunicaciones estallan en fuego y transparencia. Sólo nos queda el puente del olor del infinito la pasarela para el tigre de los sueños. Ya se aproxima el viejo invierno con su canción de baja zona; el horizonte eleva un puente con el terror de una paloma. En el estero hay una brisa con una garza que reposa sobre la escarcha de una selva que al agua entra y se desfonda. Tiene el sonido una esperanza de libertad, y un fuego de oro.

Olor de ciervos que olfatean entre las pajas un tesoro”.

El poema me conmueve lo grabo y lo comparto como quien envía un mensaje dentro de una botella y lo lanza con la esperanza de respuesta.

 

II

Caminar es el arte de la observación. Yo lo practico todos los días. Esta mañana elijo el antiguo camino que rodea la falla de San Andrés. Las hojas trepan por los troncos, las mariposas color tierra recortan el aire, las ardillas anticipan el invierno.

Entre los árboles, escucho un crujir de pasos. Me detengo. Un ciervo clava sus ojos en los míos. Una conexión se establece y en una brevedad de segundos entiendo que este animal me observa sin etiquetas. Para él yo no soy quien soy. Ni madre, ni mujer, ni ser humano. Sólo soy una mirada que mira. Igualada en la animalidad, veo una puerta abrirse desde sus ojos. Atravieso un espacio diferente, entro al origen.

Después el ciervo deja de mirarme para volver al rumiar de sus moras. Yo retomo el ritmo a mis pasos pero con la sensación de haber atravesado el tiempo.

El rojizo tronco de los madrones, resalta entre lo verde. El aroma de los árboles ocupa un lugar en el espacio y la presencia del tiempo es el camino.

Una hora después, a mi regreso, encuentro en mi celular, el audio de mi amigo Carlos Solero. Su voz recita el poema de Francisco Madariaga.

“Las comunicaciones estallan en fuego y transparencia”. “Olor de ciervo que olfatea, entre las pajas un tesoro”…

Entonces escucho esa alianza de poesía que ha unido nuestras geografías y nuestras temporalidades. Pienso en la sincronía con que Carlos recitaba la poesía de Francisco mientras el ciervo me observaba. La magia ha sucedido.

 

III

Francisco Madariaga escribió su poema en Corrientes, entre esteros y palmerales, nosotros lo leímos muchos años después en la ciudad junto al mismo río marrón que acompañaba al poeta. En san Mateo, California, mi querida amiga Adriana Briff lo recibió transfomándose en la receptora que materializó parte de lo poetizado en relación a una vivencia singular.

¿Conexión cósmica? Quizá. La poesía como encarnación intensa y profunda de vidas con sentido construye vínculos inusitados.

“Yo escribo porque me alza la naturaleza”. Lo ha dicho Madariaga y ¿lo ha dicho el ciervo al mirarme?

No hace falta encontrar respuestas, por eso escribimos El Poema de los Puentes. La muerte es sólo una leyenda.