Hay muchas formas de contar Edén Hotel. Por ejemplo, como una incursión en la novela (gráfica) histórica de Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti tras sus exitosas búsquedas en la ciencia ficción. Otro modo de acicatear el interés del posible lector del libro publicado por Historieteca Editorial sería contar que es una de espías en las sierras cordobesas. Y aún otro modo de entusiasmar a quien no leyó el relato cuando se serializó en la revista Fierro, es decir que es una aventura del Che Guevara cazando nazis. Y aquí, cuando el arroyito serrano pareciera salirse de cauce, es que la cosa se pone especialmente interesante. Porque lo que Agrimbau contó ya en múltiples entrevistas es que el disparador de la historia fue encontrar el dato de que, efectivamente, tanto un jovencísimo Ernesto Guevara Lynch (el Che antes de ser “el Che”) como su padre anduvieron por los pueblitos y ciudades cordobeses buscando información para la organización antifascista Acción Argentina, que se dedicaba a monitorear las actividades de los simpatizantes y agentes del Tercer Reich en el país antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Es más, el volumen incluye un extenso artículo que desbroza la novela gráfica señalando las coincidencias del relato con los hechos documentados y advirtiendo de los “desvíos” ficcionales que proponen los autores. En este sentido, es un trabajo logradísimo de Agrimbau, quien monta una ficción perfectamente verosímil a partir de un puñado de hechos reales, aunque muy poco conocidos, de la biografía del Che.

Edén Hotel cuenta cómo Ernesto y su padre viajaban regularmente a ese antiguo enclave nazi para espiar. Para enlazar los distintos viajes y momentos en que la familia llega allí, recurre a un personaje ficticio, una niñera y mucama del hotel que traba relación con el niño–luego–joven Ernesto Guevara. Esto tiene resultados contradictorios para la lectura de la historia. Por un lado, consigue amalgamar tres momentos de otro modo inconexos y darles más solidez (que siempre está amenazada por la suspensión de la incredulidad que exige la premisa “el Che cazando nazis”). Pero por otro lado, al propio personaje de la niñera le falta algo de chispa. Retrata en ella el devenir de toda una ciudad, pero también achata los momentos de tensión dramática (al cabo, el destino final del Che y el resto de su carrera son historia mejor conocida y más documentada). Esto, sin embargo, no es obstáculo para el disfrute. Sencillamente que es un relato de espías donde el interés lo genera la urdimbre entre ficción y realidad antes que las peripecias aventureras contra los nazis de las colonias alemanas serranas.

De Ippóliti poco puede decirse que no repita lo que se señala de él en cada uno de sus trabajos: hace un trabajo exquisito, que linda con el realismo sin pretenderse fotográfico. También en su parte se advierte lo puntilloso de su labor de documentación. Más allá de alguna disposición extraña de globos de diálogo, el dibujante ofrece una composición de página tan sutil que hace olvidar el artificio inalienable de la historieta. Edén Hotel sencillamente se lee con naturalidad, como si no hubiera esfuerzo en su realización. Un gran logro de la dupla.