La explosión en Beirut el pasado 4 de agosto conmocionó al mundo por las imágenes tomadas desde todos los ángulos, luego del fuego, el chisporroteo y el humo, el hongo rojo y negro que hizo recordar a Horoshima y Nagasaki justo en la semana en que se cumplían los 75 años de aquella atrocidad. 

Tras el hongo, el impacto, la onda expansiva que destruyó todo lo que alcanzó y dejó más de 170 muertos, 6.000 heridos y unas 350 mil personas sin hogar, en una ciudad de poco más de 2 millones de habitantes.

Ivana Villada, una bailarina salteña que decidió instalarse en la capital del Líbano en 2004, vivió la catástrofe en primera persona, a solo una cuadra y media del puerto y con un balcón con vista al mar, contó cómo vio a su compañera volar por los aires, “después, el horror, la muerte, los gritos y el llanto”. Un escenario y un relato que retrotraen imágenes vividas en Buenos Aires con los atentados de la AMIA y la Embajada de Israel.

Sumida en una gran crisis económica que lleva ya varios años, con corralito, protestas y represión, el estallido de una reserva de nitrato de amonio ubicada en el puerto de la capital terminó por desplomar al país y dejó a un gobierno sin respuestas.

A su vez, la explosión dejó muchas dudas, el mismo presidente, Michel Aoun, deslizó que podría haberse tratado de un atentado con un misil o bomba, mientras que quienes vivían por la zona aseguran haber escuchado un avión volar muy bajo minutos antes de que todo volara por los aires.

Israel y Hezbolá fueron los primeros apuntados en un territorio acostumbrado a los misiles de afuera y los atentados de adentro. Para Villada, si bien están acostumbrados a los ataques israelíes, y los vivió también en carne propia en 2006, no cabe duda de que esta vez fue un atentado de Hezbolá “con el guiño del gobierno”.

Ya en territorio francés, donde tenía decidido asentarse para seguir su vida días antes de la explosión, Villada habló con Salta/12 sobre lo sucedido y contó cómo una salteña terminó viviendo más de 10 años en esa zona caliente del mapa.

-¿Cómo es que llegaste a Beirut?

-Llegué por primera vez en 2004 con un contrato de trabajo para una compañía de danza moderna y folclórica y trabajé para ellos hasta el 2008. Viví los ataques de Israel en el Líbano durante el 2006. Esa vez eran contra el grupo Hezbolá.

En 2008 volví a la Argentina para bailar en el ballet de la provincia de Salta y el ballet contemporáneo del Teatro San Martín. Pero en 2015 decidí regresar a Beirut para visitar amigos, allí estuve un año dando algunos seminarios y talleres.

En 2016 retorné a Salta y al año siguiente me ofrecieron hacerme cargo de las clases de danza contemporánea y ballet en una escuela de una compañía libanesa de Beirut. Así que hasta hace unos días estuve trabajando allí como maestra y coreógrafa.

-¿Cómo es vivir en el Líbano?

-El país es muy pequeño, casi como vivir en una provincia, pero en cada región de su territorio se vive distinto, porque son comunidades muy distintas. Aunque los une la bandera y ciertas costumbres como la comida y la música, los que viven cerca del mar tienen formas más cosmopolitas, de salir, de fiesta, mientras que la gente de las montañas es más reservada y trabaja del campo.

Beirut como ciudad es uno de los lugares más interesantes que yo he conocido, un reservorio de gente de todas partes del mundo y con mentalidades muy distintas, en donde escuchás distintos idiomas y la gente es muy informada de lo que sucede en el mundo.

Pero ha vivido con mucho contraste entre pobreza y riqueza, a su vez vive en una zona en crisis, en estos últimos 10 años de guerra en Siria, el país recibió un millón y medio de refugiados, y antes recibía a los palestinos. Por lo que había una densidad demográfica considerable con respecto al territorio.

-¿Y cómo impactó la pandemia de Covid-19?

-Por suerte se tomaron medidas muy temprano porque ya se sabía lo que pasaba en el resto del mundo, creo que es una de los pocos aspectos positivos que yo rescato en cuanto al manejo gubernamental, con su corrupción y sus alianzas políticas y de distintos grupos de poder.

Pero en este caso se manejaron de manera responsable, en marzo nos confinaron y se respetó muy bien, el hospital asignado para manejar esos casos no llegó a superar los mil casos hasta mayo y con muy pocos fallecidos.

-¿Dónde estabas cuando sucedió la explosión?

­-Bueno, nosotros con la compañía teníamos planes de viajar a Francia, pero con la pandemia se atrasaron unos meses. Y justo el día de la explosión, la misma compañía estaba embalando nuestras cosas para la mudanza. Se llevaban todo al puerto para trasladarnos en barco.

Eso fue lo primero que hoy nos hace ruido, porque esa tarde les informaron que el puerto cerraba a las cuatro de la tarde y no se podía hacer la mudanza, algo muy raro, pero nunca nos imaginamos lo que iba a pasar después.

Esa misma tarde, a las cinco y media yo daba clases por Zoom a una academia salteña y a los minutos de comenzar se escuchó un avión volar muy bajo, lo escuchamos todos porque nos llamó la atención lo cerca que volaba. A los cinco minutos ya había fuego en el puerto, se escuchaban como tiros o fuegos de artificio y había muchísimo humo, por lo que yo decidí cortar con la clase.

Como nosotras vivíamos justo frente al puerto, y en el medio se encuentra el edificio de la electricidad del Líbano que concentra muchísimas protestas por los cortes que son de tres a seis horas por día, sumada a la crisis de combustible que hay en el país que generó grandes subas en el servicio, pensamos que era parte de un reclamo más que estaba siendo reprimido por la policía.

Al rato ya se sintió un chisporroteo más fuerte y pensamos que podía ser un barco que se incendiaba, pero nunca imaginamos que ese fuego venía de un depósito con tanta cantidad de ese producto tan explosivo.

A las seis y siete minutos sentimos el estallido y la onda expansiva nos expulsó a todos, tiró abajo casas y dejó un cráter de 43 metros de profundidad en la zona del puerto. Fue una locura, inhalamos gases tóxicos y pensamos que ahí nos moríamos.

Los edificios de los alrededores quedaron inhabitables, a punto de derrumbarse, y nuestras puertas y ventanas estallaron, volaron los marcos completos. Mi compañera, que había salido a filmar desde el balcón, como hizo mucha gente, salió expulsada hacia la cocina y se lastimó completamente.

A mí me salvaron los colchones y camas que se me vinieron encima y el resto fue realmente una película de terror, salimos todos entre gente ensangrentada, muerta, niños desesperados, personas desaparecidas y una confusión y caos tremendo.

Los dos hospitales de la zona quedaron totalmente destruidos e inutilizados, y el tercero, que está un poco más lejos, quedó totalmente sin ventanas y colapsó de gente en segundos. Lo que verdaderamente rescato fue la solidaridad de la gente, que ofreció sus casas como refugio y salió a colaborar entre los escombros.

­-¿Fue un accidente?

-Por cómo sucedió, yo no creo de ninguna manera en un accidente. Hay mucha gente que apunta a Israel, pero otros que pensamos que fue Hezbolá. Acá la trama es tan compleja que se terminan vinculando y haciendo pactos y alianzas hasta Irán, Estados Unidos, el mismo Estado libanés, que en definitiva lo que podemos hacer es culpar absolutamente a todos.

Lo que sí sabemos es que no va a haber justicia, sinceramente, aunque se realice una investigación internacional, sabemos que nunca se va a saber la verdad. No veo salida para el Líbano, están en una región geopolíticamente muy complicada, les tocó estar en una zona que nunca va a estar en paz.

-¿Porqué crees que fue Hezbolá?

-En Líbano la gente le tiene mucho miedo a Israel por todo lo que ha hecho, pero por lo general no obra de esa manera, sino que se atribuye la autoría con el argumento de atacar puntos estratégicos de Hezbolá, de hecho nunca se metió con la comunidad cristiana y ni siquiera de los suníes.

Por lo que para mí fue cien por ciento Hezbolá y sus aliados internos y externos. Sobre todo por la forma sucia de hacerlo. Ojo, Israel es sucio, pero no más que los Estados Unidos y este grupo, que tiene alianza con las fuerzas armadas libanesas, la extrema derecha cristiana, y se alían para hacerle la guerra a los suniés que son mayoritarios (N de la R: Hezbolá representa al sector chiita, una de las dos ramas del islam).

Hace 50 años que no se realiza un censo porque el resultado va a ser que hay más suníes que otra cosa y el país tendría que pasar a ser musulmán y suní, por eso se juntan cristianos y chiitas, para seguir sometiendo a ese sector mayoritario de la población y que representa también al gobierno sirio.

El día después del atentado, su líder, Hasan Nasrallah, dio un discurso sonriendo, porque es un perverso atroz.

En fin, además la población libanesa sabe que en el puerto de Beirut hay túneles que conectan directamente con el sur de la ciudad, con Dahie, que es un barrio de Hezbolá. Y hoy el gobierno está ofreciendo comprar los edificios cercanos al puerto, porque se puede hacer un gran negocio inmobiliario con esa zona. Son demasiadas coincidencias.

Por supuesto que nadie descarta a los Estados Unidos o Israel, porque es lo primero que la gente piensa cuando le cae una bomba, “ay, otra vez Israel”. Pero para mí, por el lugar estratégico y la manera en que sucedió, no me caben dudas que fue Hezbolá con luz verde del gobierno para hacerlo.