Riichi Yokomitsu es un escritor japonés de quien no habíamos tenido noticias en español hasta que la editorial argentina También el caracol, decidió publicar una selección de sus cuentos. Curada y seleccionada por el escritor Miguel Sardegna, y traducida directamente de su idioma original por Masako Kano, Mariana Alonso y Gabriela Occhionero, La primavera llegó tirada por un carro tirado por caballos cumple una doble y grata función. Por un lado, inicia al público lector en otro escritor clave para entender la gran revolución literaria que Japón tuvo en el período de entreguerras, y por el otro inaugura, en una editorial de apenas dos años de edad, la colección “Bosque de bambú”, dedicada íntegramente a la literatura del sol naciente.

En un extenso estudio preliminar, Miguel Sardegna aporta datos para contextualizar la lectura. Yokomitsu fue un escritor aclamado por la crítica y sus contemporáneos que, con el paso del tiempo, no encontró su lugar en el canon ni en las revisiones críticas. Nacido en 1898, empezó a publicar sus primeros cuentos a una edad muy temprana, poco antes de ingresar en la Universidad de Waseda en donde estudió literatura. Atraído por los cambios culturales y por el avance de la modernización, sumado a la inestabilidad bélica y al afán imperial de Japón, Yokomitsu se rodeó de otros escritores, entre los que se encontraba su amigo Yasunari Kawabata. Esos escritores estaban muy vinculados con cineastas de vanguardia y pintores modernos, que buscaban una nueva forma de expresión estética para canalizar la experiencia temporal y espacial que se vivía en ese período. De este modo formaron un movimiento llamado “la escuela de las nuevas sensaciones”.

Resulta llamativo que el nombre de Yokomitsu no aparezca en Claves y textos de la literatura japonesa, un manual escrito por Carlos Rubio, libro ineludible para ensayar una lectura sobre la literatura japonesa desde la lengua española. ¿Qué lugar ocuparía Yokomitsu en el canon japonés? Rubio, en su ya célebre prologo, señala que la literatura japonesa tuvo “movimientos de flujo y reflujo”. La metáfora marítima le permite a Rubio destacar los movimientos que tuvo la cultura, a lo largo de la historia, cuando introdujo elementos extranjeros o bien cuando cerró las fronteras a toda contaminación cultural. De este modo, Japón introdujo elementos de China, como el confucionismo, el zen y el alfabeto antes de cerrar sus puertos durante los yogunatos, y luego, muchos años después, introdujo elementos de la cultura europea con la llegada de los Jesuitas y los comerciantes holandeses.

El gran golpe occidental llegaría en 1866 en la conocida Restauración Meiji que supuso uno de los cambios más radicales dentro de cultura hasta el día de hoy. El Emperador Meiji abrió las fronteras de la Japón feudal iniciando así uno de los procesos modernizadores más ambiciosos y emblemáticos de la historia del archipiélago. Desde el sistema educativo hasta los modos de convivencia, Japón recibió el influjo occidental en todos los aspectos de la vida social, económica y política. La literatura no estuvo exenta. A comienzos del siglo XX, la literatura estaba signada por las confesiones del yo. Amparada por años de status quo y por una efusiva crítica académica, la literatura del yo japonesa (shishōsetsu) tuvo una larga tradición que se remonta hasta el medioevo con libros como El libro de la Almohada de Sei Shōnagon o el Genji Monotagori de Murasaki Shikibu. No fue hasta entrado los primeros años del siglo XX, con la publicación de Futón de Katai Tayama en donde el género encontró su apogeo estético, crítico y comercial. Tayama narra allí, varios años antes que Nabokov, las penurias de un profesor enamorado de una alumna mucho más joven que él. La verdad del hecho literario estaba en el interior del escritor, en la confesión detrás de un halo social siempre amparado bajo el uso de las formas. 

Para Yokomitsu y otros compañeros de generación la literatura no solo estaba en el interior sino también por fuera. La gran influencia (o flujo, parafraseando a Rubio) en la escritura de Yokomitsu fue la imagen y el montaje cinematográfico. La experiencia del cine abría las posibilidades de la experiencia literaria. Porque para los jóvenes de “La escuela de las sensaciones” la literatura estaba en la percepción del espacio, en la inasible captura del tiempo. Varios años después de la experiencia como “flaneur” de Baudelaire, y en pleno apogeo de la apertura Meiji, escribir desde las sensaciones podía considerarse un gesto político. Mientras la confesión de la literatura del yo seguía encorsetada por una forma insular cuyos límites estaban delimitado por la interioridad, abrirse hacia la experiencia del mundo era un modo de cruzar un límite, de mover la mirada de adentro hacia fuera. Los cuentos de Yokomitsu reflejan ese movimiento y ese gesto imperioso.

Cinco cuentos componen esta breve antología. Cinco cuentos que registran de un modo lateral los cambios en la percepción sobre el entorno social. En “Tesoro” un hombre se obsesiona con su sobrina bajo parámetros obsesivos y amorosos. En “La primavera llegó en un carro tirado por caballos” una pareja atraviesa descarnadamente una enfermedad sin concesiones ni moralinas. En “Mosca”, como en un cortometraje moderno, ensayó un relato polifónico centrándose en un detalle nimio. Y en los últimos dos cuentos que cierran el volumen, la narración se vuelca hacia el monólogo sin perder potencia narrativa. En “Máquina” la voz del narrador cuenta los manejos de unas fórmulas químicas de una fábrica, hasta perder toda veracidad sobre los hechos narrados, mientras que en “Tiempo” un grupo de actores, escapados de una película sin rodaje, sucumben ante el principio de realidad.

El libro abre también con unas palabras leídas bajo la forma de obituario por su amigo, el escritor y Premio Nobel, Yasunari Kawabata, el día de la muerte en el año 1947, dos años después de que Japón declarara la rendición luego de la Segunda Guerra Mundial. Kawabata, cuya literatura se alejó de aquellas experiencias urbanas replegándose hacia una textura plástica e íntima, siempre encontró en Yokomitsu un interlocutor. Y en sus palabras finales marcó un detalle sustancial que en cierto modo definieron la estética literaria de Yokomitsu, la mirada como una forma de interpretar el tiempo: “Sabrás cuan solo me dejaste con tu partida. La última vez que nos vimos, noté que tus ojos flotaban entre la vida y la muerte con infinita nostalgia de un modo que no creo que vuelva a presenciar nunca. Llega finalmente la edad de comprender la soledad, la mayor soledad es esta”.