La repetición es inevitable. Las casas empiezan a parecerse. No entienden muy bien esta presencia permanente de sus dueñas. Se ven infladas, engordadas al ser habitadas con una constancia agotadora y pueden ejercer un dominio sobre esos cuerpos que apenas las reconocen.

Hay algo fantasmal en el modo de presentar el espacio en El murmullo de las casas, como si la imagen de las intérpretes remitiera más a la evocación que al presente.

En esta performarce de la compañía Cuerpo equipaje las casas adquieren un protagonismo que discute con la acción de las performers. La arquitectura se manifiesta contra esa anomalía. Las bailarinas se adhieren a los muebles, a las puertas y escaleras como si intentaran asimilarse o amigarse con cada borde, con cada superficie.

“La repetición es un ensayo para el futuro“, suelta una voz como una narradora que se apropia de los pensamientos de las variadas intérpretes que actúan en simultáneo desde distintas ciudades del mundo. Al trabajo de Gabriela Baldoni, Rocío Fernández, Bárbara García Di Yorio, Romina Laino y Josefina Sabaté, se unen Ángela Babuin desde Francia y Jennifer Toledo Puga desde Chile.

Entonces esta época podría ser una suerte de preparación, de entrenamiento para ese mundo impensado que está por venir. “Las casas vecinas” es un título que surge en la pantalla pero también una realidad posible gracias a los rectángulos del zoom. El teatro por streaming se anima, en algunos casos como este, a crear otro espacio que juega con la simultaneidad. La obligación de diferenciarse del cine y de recuperar algo de la acción inmediata e irrepetible de las artes escénicas, lleva a la realización en vivo pero sin alterar la factura técnica. Lxs espectadorxs saben que la acción está ocurriendo en tiempo real pero el mecanismo del zoom no se modifica. Este dato puede ser capitalizado como un recurso estético.

Aquí hay una estructura poética en la puesta y dramaturgia de Tatiana Sandoval. “Casas que sueñan“, avisa otro título. Tal vez, ante la presencia constante de sus habitantes, las casas se han humanizado. Lo poético está en el modo en que el texto se deja ir en frases.

La dramaturgia de Sandoval propone una teoría sobre la clasificación. “La casa de los cien libros y los tres idiomas“. Las casas se definen por su interioridad, por las características de sus dueñas, no por su arquitectura. El espacio de la casa es intervenido, aprovechado para el movimiento, elaborado desde lo visual. No hay una voluntad de disimular el entorno doméstico, aquí los rincones son aprovechados para establecer una relación con la imagen, concentrada en el detalle.

La mirada sobre la casa es el producto de una introspección que borra el realismo. Por eso los lentes dan algo espectral a la figura de las performers. La noción de laberinto es posible a partir del uso de lo visual que propone llevar la historia hacia una hipótesis surrealista. Algo se desintegra. Los cuerpos parecen ir hacia una experiencia del desvanecimiento. Son figuras que pierden firmeza en ese territorio conocido y simulan flotar, acariciar el aire y el piso como seres que perdieron sustancia.

La silla en el centro del cuadro y el entorno en movimiento, remite a una escena espiritista, la sugestión de las cosas, el modo en que la mirada atenta puede enloquecer a los objetos.

Las casas tienen memoria, una subjetividad sensible. Sus habitantes prefieren la ficción y no aferrarse al naturalismo extremo de los días. El estado de ánimo de las intérpretes contagia a los muebles, al tono de esas construcciones que son exploradas para el desplazamiento.

El murmullo de las casas se presenta los domingos a las 12 del mediodía y a las 18. Entradas en Alternativa Teatral