Si la mejor estrategia del diablo es hacernos creer que no existe, la mejor estrategia del sistema es hacernos creer que la gente del mundo del arte y del espectáculo es tan importante que debe seguir adelante aun sin cobrar. Músicos que dan conciertos sin cobrar, que suben su trabajo a Spotify y Youtube sin ver un peso (mientras las plataformas de llenan de guita). Escritores que leen sus obras o dan talleres gratis… y así hasta el infinito y más allá.

Este no el problema sino un síntoma. El problema es que la torta se volvió muy chica y hay demasiadas bocas que quieren o deben comer de ella. No es así para todos, obvio. Algunos artistas y ciertas áreas artísticas, por ejemplo el reggaetón, están en plenitud. Yo hablo de nosotros, de los que rondamos este ambiente, de los que seguimos adelante a pesar de vernos obligados a trabajar gratis y a tener que mendigar un poco de atención.

Suena feo, ¿no? Pero claaarooo… Es feo. Y no sólo en Argentina, para que no digan que uno se va a New York y al día siguiente ya toca en la Filarmónica. En New York uno toca en el metro, si es que no lo corren a escopetazos. Por eso en las calles de las capitales del mundo hay tremendos músicos tocando por monedas. Otro síntoma. Porque, ¿cómo vender tu disco si en un clik tenés cien discos de Caetano gratis? ¿Cómo darle valor a la película que casi te cuesta la vida si entrás a una plataforma gratuita y tenés cinco mil películas?

Y si alguien se beneficia con eso (y alguien se beneficia), no es el artista. Usted me dirá que se benefició como consumidor y es verdad. Todos nos beneficiamos como consumidores a costa de que muuuchaaaa gente trabaje gratis. Y sin protestar. Incluso agradeciendo que Youtube promocione nuestro trabajo. Un horror, vea…

Sé que si tenemos algo que decir (incluyo a este tipo de notas en esa brecha) debemos seguir adelante. Alguien nos escuchará, hoy o mañana, o gozaremos de un poco de prestigio, de admiración (con suerte), mientras esperamos un braguetazo que nos saque del anonimato. Pero el modelo del escritor que termina una novela y lo manda a la editorial y se pone a escribir otra se terminó. En la música se terminó hace rato. Nadie le pregunta a Sony si le van a editar el disco. Lo hace y lo sube a Spotify. Así se beneficia… Spotify.

El que no entiende eso es un cabezón o un inconsciente. O, lo más común, vive de otra cosa y no le importa. No es casualidad que escritores con obra importante deban migrar hacia la autoedición porque la concentración editorial ya cerró las puertas. Publicar un libro de cuentos es casi imposible. Y si escribís poesía no hay otra que la autoedición. Y luego hay que salir a vender los libros personalmente.

Quizá haya algo de bueno en todo esto: que uno puede escribir, cantar o pintar lo que se le da la regalada gana, ya que no habrá director de arte o ejecutivo que ponga límites ni someta la obra al marketing. Y a la vez está el beneficio de dejar de perseguir la masividad. El éxito hoy es ser leído o escuchado por el círculo inmediato.

No hay culpables. Es el devenir de la historia. Y no es que se consuma menos arte o espectáculo. Al contrario. ¿Entonces? Respondo con otra pregunta: ¿qué pasará con el libro cuando ya no queden librerías? Hacia eso vamos. Menos ventas, más libros digitales, más obra gratuita por todos lados.

La cuarentena nos mostró otro camino para promover nuestra obra, pero ese camino lleva a una torta todavía más chica, porque a cambio de mostrar lo que hacemos debemos trabajar gratis. Y lo curioso es que hemos absorbido el impacto con una tremenda naturalidad.

Queda el Estado. Cierto, claro, el ESTADO. Es verdad que políticas culturales adecuadas pueden hacer mucho por el artista. No nos pueden salvar a todos, eso sí. Y las elites culturales existen, aunque no se las vean. México (como ejemplo) apoyó a los artistas y cuando escarbaron (hace poco) encontraron a muchos que tenían dos, tres y hasta cuatro cargos. Mejor no hablar de ciertas cosas, diría Luca. A eso hay que sumarle que el amiguismo también es indigesto en el mundo del arte, tanto como en cualquier otro. Y que por cada concurso literario honesto hay cien truchos, uffff… lavorare stanca, diría Pavese.

El Estado puede comprar libros, bancar ediciones, crear centros culturales. No puede cambiar el rumbo de la historia. Y Estados demasiados presentes generan obra culposa. Se escribe o se pinta buscando no herir al que paga. Si a eso le sumás el “macartismo bueno” vigente, que censura a troche y moche a textos que supuestamente ofenden, cosifican, estigmatizan… Mamita querida, qué panorama.

No es casual (creo) que hayan causado revuelo los premios del Fondo Nacional de las Artes. Es uno de los pocos apoyos que queda. Ahora, a mí me resulta curioso que haya tanta gente pendiente de eso. Yo nunca vi un mango de ahí. Por mí, las bases pueden estar en chino. Además soy del interior, y si sos del interior, todo lo que dije de feo lo tenés que multiplicar por cien. Y a eso sumale que no entrás a la elite ni a los tiros.

En lo personal prefiero ser independiente de todo aporte. Siempre se puede grabar la música de uno y subirla a internet, o sea (otra vez) trabajar gratis. Estar esperando que te salve el Fondo Nacional de las Artes es una señal de que ya no hay otro reclamo posible, ni a los lectores ni a las editoriales. Si viene, bueno, se agradece. Pero antes de esperar eso prefiero volver a las plaquetes hechas en casa… Pero eso es seguir trabajando gratis.

No es una nota pesimista. Es una nota realista. ¿No les llama la atención que escuche lo que escuche en una plataforma, la publicidad siempre es de reggaetón? Es una batalla cultural perdida. Y la absorbimos también con naturalidad. Basta ir a una feria de libros y ver cuánta gente escucha a los escritores y cuánta a los youtubers. No tiene que ver con la calidad de lo que se escribe hoy. Aunque a la larga es probable que la calidad se vea afectada. O que se acomode a los nuevos parámetros. Sería interesante de ver. Hoy lo que perdió calidad son las polémicas del mundo del arte. Ya no se discute ni de la trascendencia de la obra ni de política. Se discuten subsidios y bases de concursos, siempre bajo sospechas.

Nada de esto va a desaparecer, claro. Es tarde para dedicarnos a las inversiones en la bolsa o a las cirugías plásticas, cosas que sí dan dinero. Seguiremos escribiendo y haciendo música porque es lo que podemos y sabemos hacer. Además ya se sabe que al final del largo, inconmensurable, infinito túnel, hay fama, drogas, sexo y rock and roll, baby.

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