Más allá de la oreja existe un
sonido, al borde de la mirada un
aspecto, en las puntas de los
dedos unobjeto, es hacia allá que
voy.
En la punta del lápiz, el trazo.
Donde expira un pensamiento hay
una idea, en el último halito de
alegría otra alegría, en la punta de
la espada la magia, es hacia allá
que voy.

Clarice Lispector

 

Para presentarnos podríamos decir que somos un grupo de psicoanalistas y artistas que trabajamos con niños en lo que llamamos un “Taller de artes combinadas”. Pero, ¡momento! Esto no es un taller de arte, ya que su finalidad no es que se aprenda una técnica. Tampoco es un taller de arte terapia, en el que lo terapéutico es el quehacer artístico en sí mismo.  Se trata de un dispositivo psicoanalítico que se sirve de la modalidad “taller” para llevar a cabo su praxis. Por eso, en lo que sigue hablaremos de lo que implica una praxis para el psicoanálisis.

En el seminario XI J. Lacan dice que una praxis: “...es el término más amplio para designar una acción concertada por el hombre, sea cual fuere, que le da la posibilidad de tratar lo real mediante lo simbólico...”, después agrega “...que se tope con algo más o algo menos de imaginario, no tiene aquí más que un valor secundario...”. Entonces, diremos que llevamos adelante una praxis que es el tratamiento de lo real a través de lo simbólico, recurriendo a una herramienta que es el despliegue de las acciones de nuestro taller.  

Nos servimos del arte en cualquiera de sus expresiones (pintura, escultura, música, poesía, danza, actuación), jugamos con las palabras e instalamos modos de saludar y  de despedirnos, entre otras cosas. Todo esto comprende lo que denominamos “táctica”. 

Por otra parte, a los participantes no los recibe el maestro omnisapiente, ni el terapeuta que sabe los objetivos terapéuticos que se deberían lograr con cada uno en cada caso. Sino que “la bienvenida”, como dice J. A. Miller, la damos habitando el espacio en tanto sujetos divididos. Cuando alojar implicó primero habitar –al decir de Michel De Certeau– habitar la propia falta permite alojar al otro con la suya. La política del psicoanálisis es la nuestra, es decir: la falta en ser, única manera de circulación del deseo. Porque no es sin el deseo del analista operando que se efectúa el alojamiento del sujeto que habita en cada niño. Nos regimos por los lineamientos de la “práctica entre varios” (es decir, sin una suposición de saber atribuida al analista, que aquí actúa como partenaire del que concurre al encuentro, propiciador de continuidades, regulación y estabilización).

Dar la bienvenida, entonces, es dar lugar a las demandas más diversas: niños que viven en hogares violentos, niños que han sido abusados sexualmente, niños en tratamiento por trastornos de conducta, niños diagnosticados como asperger, autismo, psicosis, niños con diagnóstico en suspenso, internados o ambulatorios y sin distingo de edad.

Sobre nuestro quehacer: poetizar en 3D

El taller intenta afectar, con su intervención, lo real del goce por vía de lo simbólico. ¿De qué modo ocurre eso? Cuando nosotros aludimos a 3D pensamos en el concepto de cuerpo. Si hay tres dimensiones hay cuerpo. Los chicos dibujan cuerpos en planos e interactúan con ellos, a través del cuento, la dramatización, el relato de sus propias historias o la creación de ficciones que surgen a partir del juego espontáneo entre ellos, como si tuvieran un desempeño corpóreo material. Observamos cómo dibujando sobre el plano hay reinscripción del cuerpo y esto es al modo de lo que atraviesa todo aquel que trabaja el psicoanálisis con niños por el juego: la inscripción de marcas del goce traumático, de un exceso, mediatizadas por el dibujo, por ejemplo.

Más allá de las técnicas a las que echemos mano para introducir el arte en el dispositivo clínico, pensamos que la atmósfera del taller en sí mismo es la poesía. Una poesía que ocurre cuando todos los presentes somos partícipes, sin dejar de ser psicoanalistas ni artistas, pero integrados como participantes a un grupo de niños y adolescentes que se presentan liberados, por esas horas, de la etiqueta de paciente o enfermo hospitalizado. Ahí pasamos todos, pero especialmente nosotros, a ocupar un rol que deja vacante la posición de saber y nos convoca a cada uno como actor de la dinámica o producción que se esté llevando a cabo esa jornada.  Esto hace corpóreo al taller mismo, promoviendo que nuestros cuerpos se muevan con los cuerpos de los chicos en el momento de la acción de la escritura o la acción manual de dibujar, pararse para hacer una escultura, teatralizar, rotar lugares en la mesa, en la coordinación de la actividad, en el lugar de escucha o narrador.

La poesía tiene que ver con la noción de invención, de poiesis, en el sentido del hallazgo de una verdad nueva. J. A. Miller define, precisamente, a la interpretación como un esfuerzo de poesía, y define esfuerzo de poesía a eso que va contra las reglas elementales de lenguaje. Cuando jugamos con los chicos a contar historias y surgen, ocurrentes, “historias de deprimencia”, cuando crean “artenopios” con porcelana fría, cuando inventan un árbol de “chocolate autorreproductivo” o imaginan la “kevinlaxia”, estamos promoviendo que los sujetos en el taller vayan contra las reglas elementales del lenguaje, es decir que hagan su interpretación, su esfuerzo de poesía.

La poesía como trabajo es interpretación. Interpretación del inconsciente y denota la posición del sujeto frente al goce y a lo inefable. Es la interpretación que hace el chiste, lo cómico, un sueño, un lapsus o el síntoma, por ejemplo. El sujeto, en la praxis que llevamos adelante, hace su esfuerzo de poesía, la interpretación de lo que acontece tanto en su cuerpo como en la propia imagen o en el lazo al otro. Esa es la apuesta.

Dicho de otra manera, con un dispositivo que decidimos sea de artes combinadas, ofrecemos distintos modos de facilitar el impacto de lalangue en el cuerpo y quedar a la espera del efecto sujeto. No sabemos a priori si esto ocurrirá o no, que ocurra es del orden del acontecimiento. 

En síntesis, si estamos regidos por la ética del deseo: “¿Has actuado en conformidad con él?”, y lo que producimos es un “esfuerzo de poesía” y eso es interpretación, lo que estamos produciendo es que un chico haga la interpretación de su deseo. El sueño ES el deseo de las frambuesas de Ana Freud, por ejemplo. Cuando un niño produce en 3D está ahí el parletre haciendo su interpretación. 

Por ejemplo, en un taller en el cual la lectura de un cuento de Walter Benjamin dio lugar a la reflexión de cada uno acerca de sus recuerdos de anhelos infantiles, notamos el efecto poético en los chicos cuando los confrontamos con su propio decir de lo realizado o no. Hay allí una producción que va más allá de la tarea artística del taller.

Basculamos entre el analista y el analizante cuando estamos inmersos allí al igual que en el proceso de escribir este trabajo, tratando de atrapar algo de lo que se escabulle de lo real que está circulando, que está aquí, siempre presente en el taller. Tanto como en el síntoma, en el sueño, en el trauma, en los relatos, en el cuerpo averiado o doliente, en el silencio. Siempre ahí - presente.

“En la punta de los pies, el salto” (C. Lispector)

Una participante llega al taller con el signo de pregunta diagnóstico. Observamos que los primeros encuentros se ubica siempre de perfil, aislada, al lado de una ventana, sin amigos y con dificultades para hacer lazo social. Su presentación al comienzo de los talleres es hermética, con inhibición en relación a la mirada y al lenguaje. Pronto se manifestará a través de su arte.

En el taller, M. arma su red social virtual pero sin tener amigos, no tiene a quién agregar. Actualmente interactúa más con sus compañeros, hace lo que supone que es un chiste para el otro y calcula lo que al otro podría causarle gracia.

Arma un cuerpo que a la vista del otro está moviéndose y desarrollándose con menos rigidez, tiene más uso de la palabra, lo que no quiere decir que esté dentro del discurso. Logra construir un lazo social a la manera de la psicosis, pudiendo estar entre otros, escuchar a los demás y obtener algo que le es más funcional para su calidad de vida.

M. comienza a traer unos títeres que ella misma construye y los muestra al final de cada encuentro. No son un juego ni un juguete, de alguna manera son los otros que ella va armando-inventando, tomando elementos de personajes de cuentos que le atraen. 

Es el armado que M. logró hacer del cuerpo y de un modo de moverse y de dirigirse al otro, incluso a las miradas. Arma sus dobles, sus “otros” en marionetas, que son verdaderas obras de arte moderno, las cuales fabrica en soledad y no están dadas a ver al lazo social pues nunca son exhibidas; no las hace ni muestra en las clases de plástica del colegio. Las lleva a escondidas en su bolso como acompañantes-partenaires y solamente en el taller las logra mostrar.

En M. parece casi no haber afectación del cuerpo. Pero en el taller notamos dos momentos de afectación genuina. Una reacción de sorpresa cuando se le preguntó si vendería sus títeres y otra de asombro en la que se le nombró un film y preguntó si lo habíamos visto. Hay una serie de acomodamientos que va logrando, a los que llamamos efectos terapéuticos.

El detalle clínico pescado es el corazón de lo que M. puede desarrollar y amplificar: títeres, cuentos. Luego agregará el cine y la música que escucha. Una joven con apariencia de estar muy informada teniendo un uso de la palabra que le servirá para poder estar con otros. Eso, una vez que el otro se le haya vuelto menos amenazante. Sus materiales son el partenaire de una soledad que para la neurosis sería angustiante. El peldaño que logró subir es sentirse menos gozada por las miradas, menos interpelada por las palabras de los demás, menos incómodo su cuerpo rodeada de otros cuerpos. Hay un alojamiento que causa en ella sorpresa genuina al encontrarse con otros que han leído los mismos cuentos, que disfrutan al ver sus inventos, que le preguntan acerca de sus saberes. Otros que la invitan a incluir lo propio. Se trata de un alojamiento a partir del cual nuestra demanda no se vuelve amenazante. Eso “extraño” que ella porta, y que por eso oculta, se puede hablar y mostrar en el taller. El mismo deviene un espacio para hacer uso de ese saber hacer propio.

Nosotros no neurotizamos a nadie. ¿Lo relatado es lo máximo a lo que M. puede aspirar en el taller? No lo sabemos, porque eso dependerá de su singularidad. M. podría llegar a ser universitaria, alguien que se torna conocida porque un día vende sus obras, ya no afectándose por la mirada del otro. Entonces, el taller lo que pesca es el detalle clínico de cada niño: el clisé. La praxis del taller a ella la empujó, sin acosarla (porque no nos transformamos en una figura gozosa) a amplificar su campo de intervención con su pequeña solución. Esto se articula a la concepción de una práctica entre varios.

L. llega al taller con su síntoma, un tartamudeo que hace a una presentación escasa de palabra, como si modular cada palabra para hilar una frase en respuesta a lo que se le demanda, fuese un esfuerzo que lo excede. Pero si no le suponemos un saber a él, a quien le contamos y le pedimos que nos acompañe a crear poesía e inventar historias y palabras ¿a quién sino? 

Luego de algunos talleres aparecen las palabras de L.: “yo me acuerdo de cuando una vez fuimos a pescar con papa al río y sentí el ruido del viento” nos cuenta acariciando con suavidad sus mejillas. Lectura doble que él hace: ese recuerdo del ruido encierra también la sensación del roce del viento sobre su rostro. 

Efecto terapéutico del taller: cuando se lo empuja a decir algo en una enunciación diametralmente opuesta a la que se tiene con M., L. hasta deja de tartamudear.

Una ética que no es ajena a la época

Vigente la palabra de Lacan aún hoy. Desde 1967 con el Acta de fundación de la Escuela, mayo de 1968, con su Seminario Ininterrumpido y el Discurso de Clausura de las Jornadas sobre el Niño Alienado en 1969, donde hablará de la posición de objeto del niño. Así como las especificaciones en Dos Notas sobre el Niño en el mismo año. Tenemos entonces que ubicar el horizonte de la época en el que hablaba Lacan, jamás alienado, ni perdido en relación al momento que se estaba viviendo. Es en esos años que nos habla de la segregación. 

Dice Lacan: “Creo que hoy en día el rastro, la cicatriz de la evaporación del padre, es algo que podríamos poner bajo la rúbrica y el título general de la segregación. Creemos que el universalismo, la comunicación en nuestra civilización vuelve homogéneas las relaciones entre los hombres, por el contrario, pienso que lo que caracteriza nuestro siglo y no podemos dejar de percibirlo es una segregación ramificada, acentuada, que se entremezcla en todos los niveles y que multiplica cada vez más las barreras.” Porque nosotros portamos la cicatriz que ha dejado la evaporación del nombre del padre y sobre ella trabajamos, ya que no es sin el análisis de cada uno, nuestra posición en el taller bascula entre la de analizante y la de analista. De ahí que podemos decir que el taller está alineado a una política anti-segregativa. 

¿A qué llamamos segregación? 

Lo primero que puede venir como idea es la de separar, dividir, partir, marginar, excluir. Significaciones que le podemos dar a este término hasta llegar al del uso común que es el de discriminación. 

Segregación, para el psicoanálisis, es el rechazo del modo de gozar del otro por suponer que no se tiene o el rechazo en el otro de aquello que se rechaza en uno mismo. Nos parece articulable al deseo del analista y la responsabilidad frente al goce. Cuando decimos que pretendemos y creemos que vamos logrando en la praxis guiarnos por una lógica antisegregativa estamos precisamente hablando de alojar a las subjetividades que nos van llegando ubicando esos particulares modos de gozar. El siguiente paso es ubicar la singularidad del modo de goce de cada uno, con la intencionalidad acorde a nuestra orientación lacaniana de producir allí donde no está tal vez, el síntoma. Es decir, el modo singular en que goza el inconsciente, a ese alojamiento es al que llamamos política antisegregativa. 

Esta cuestión es un modo de respuesta que el psicoanálisis y en particular nuestro taller con su praxis intenta dar a la época. El discurso capitalista produce con la forclusion del sujeto, el arrasamiento de la subjetividad, su devastación y la creación de una nueva. Tiempos del sujeto desposeído, ni ricos ni pobres materialmente, sino desposeídos del lazo social. Es allí que intentamos nosotros intervenir, restituir dicho lazo, restituir el derecho al síntoma. 

Además, este discurso aparece actualmente presentándose con mucha más fuerza de la mano del discurso de la ciencia. Capitalismo, discurso científico, es desde allí donde queda “lo otro” en el lugar de la carencia, del déficit, la discapacidad. Porque pensar las singularidades, incluso la psicosis desde el lugar de la discapacidad, no es lo mismo que pensarla desde el lugar de una “otra forma”, de un modo diferente de hacer con lo que hay, con lo propio. 

Supone la ciencia: absorbido lo real, hay remedio para todo. Todo tiene sentido y se corrige de determinada manera. Si no es con los fármacos, con la pedagogización en el sentido de la incapacidad o la discapacidad.  A lo real se lo pretende hacer entrar en lo que está preestablecido en una norma.

Justamente la desposesión, como la vamos entendiendo, va de la mano de la destitución que produce la ciencia, porque al cuantificar corta el lazo. Es decir las escalas para diagnosticar, las dosis de medicación, las dosis de hora escolar, las dosis de hospital de día en horas. Contra esto, la búsqueda de hacer la dignidad del síntoma en los chicos es nuestra estrategia. Política del taller. ¿Qué significa que un joven haga síntoma? Tiene sentido porque eso hace que haya un quiebre, una grieta, una fisura donde se aloja la singularidad y ese poco de goce con el que puede hacer algo. Ya no es lo real sin ley sino volver a establecer lo sintomático. En este sentido es restituir eso que es inapropiable.

Ante las nuevas subjetividades que produce el discurso neoliberal hegemónico, en el taller, la vía de la restitución del síntoma es la búsqueda por restituir el conflicto del que surge el sujeto. Un lugar del que está siendo desposeído. Esta es la propuesta que el deseo del analista realiza. Apuesta a que el sujeto vaya ubicando esas coordenadas propias, camino a una posición deseante.

La táctica

Se echa mano al arte justamente porque se crea sirviéndose de un vacío. Podríamos decir: aquello que no encaja, lo que angustia, lo que está trabado. El vacío para el psicoanálisis es algo, no se trata de la falta. Es algo “a partir de lo que...” o que se trata de sostener, podría ser incluso una pregunta. Cualquier cosa creada es alrededor de un vacío y no en él. Al modo de la famosa metáfora del orfebre. La práctica del psicoanálisis hace borde en torno a un vacío. El carnicero del Tao posee un corte muy particular que va siguiendo el recorrido del tejido para separar la carne, no corta la trama del tejido, el carnicero del Tao sigue el vacío con el cuchillo. 

Cuando trabajamos en el taller la improvisación sigue el litoral que orienta a alguien sin otorgarle sentido a lo que hace, sin darle sentido a lo que tiene que hacer, permitiendo que lo que no es, sea.

Agradecemos a Juan Carlos Indart por la pregunta que inspiró este trabajo: “¿Qué brizna de psicoanálisis para la brizna de lo real sin ley?”

Como Bob Dylan nos enseñó: “El arte no es un objeto, es un camino”. Es nuestro litoral.

* Coordinadora del Equipo del Taller de Artes Combinadas del Servicio de Salud Mental del Htal. Gral. De Niños Pedro de Elizalde (Ex Casa Cuna). Texto escrito junto al resto del equipo: Laura Molina, Eugenio Cacciabue, Anabela Mantoani, Pamela Ramírez, Martín Barrantes y Sergio Pino.
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